«¡Vuélvete a tu país, jodido inmigrante!»

, | 3 julio, 2016

CARLOS FRESNEDA. EL MUNDO.- Confieso que estaba empezando a habituarme a vuestro clima deplorable. La nubosidad invariable se había incorporado de alguna manera a mi carácter. Me había habituado a salir con el paraguas de casa en pleno mes de julio, maldiciendo con buen humor los cielos cambiantes. Pero todo lo aprendido estos cuatro años acabó triturado bajo la tormenta del Brexit.

Lo veíamos venir, pero nos resistíamos a creerlo. Y ahora tenemos que pellizcarnos todos los días para poder contarlo. Ni en las predicciones más agoreras de la campaña por la permanencia estaba incluido el patético espectáculo que estamos viendo. Nos estamos acercando a un estado de esquizofrenia colectiva y contagiosa.

No son sólo las mentiras del Brexit las que afloran a estas alturas. También son los rencores, las venganzas, la xenofobia, el racismo… La campaña puso en danza vuestros instintos más bajos y ahí seguimos.

Ahora puedo contar que mi hijo pequeño de 12 años vino un día con el ojo morado del colegio. Se lo hizo jugando al fútbol, nos dijo. Le tiramos de la lengua y nos dijo que un compañero le dio un puñetazo tras una entrada poco ortodoxa. Y el golpe certero fue acompañado de una amenaza: «¡Vuélvete a tu país, jodido inmigrante!«.

Durante varios días, el agresor siguió hiciendo uso de la palabra maldita («immigrant») para hacerle «cyberbulling». Estuvimos dudando si denunciar el incidente al colegio, pero nuestro hijo nos persuadió para no hacerlo. Lo que entonces parecía una cosa de niños, ahora empieza a ser la moneda corriente. Y cuando mi hijo me pregunta cómo nos afectará el Brexit, me duele decirle que tarde o temprano tendrá que elegir entre el Real Madrid y el Chelsea…

Pero lo que más me duele a estas alturas, amigos británicos, es sin duda la frialdad que mostrasteis ante el asesinato a sangre fría de la diputada Jo Cox. Cualquiera diría que ocurrió en otro año y en otro lugar: tal ha sido vuestro empeño y el de vuestros políticos en pasar de hoja (y en retirar de la vista el altar popular en su memoria frente a Westminster, como si no conviniera remover la tragedia).

Hace unos días, borrando fotos de la campaña, descubrí por casualidad una que me había pasado inadvertida. La tomé en el Támesis, el día en que la flotilla del Brexit de Farage se topó inesperadamente con las lanchas de la permanencia. En una de ellas viajaba Jo Cox, con su marido Brendan y con sus dos hijos, y esa fue la que inconscientemente fotografié, con la propia Cox esforzándose en desplegar la bandera en la que se leía «In».

Pensé sobre todo en el dolor de los críos, que en aquel momento no sospechaban que su madre moriría asesinada al día siguiente a manos de un fanático vinculado con grupos de ultraderecha. Pensé en la entereza del padre cuando un día antes del referéndum habló ante cientos de británicos en Trafalgar Square y les recordó lo que habría votado Jo Cox el 23 de junio. Pensé en lo que habría pensado Jo Cox si aún siguiera viva, al ver el bochornoso «culebrón» de los dos grandes partidos (incluido el de su propio líder, Jeremy Corbyn, otro que decidió correr la cortina y olvidarla a los pocos días).

Hay tantas cosas que aún no me explico, vecinos británicos, aunque entiendo al menos una parte de ese desdén que sentís hacia la Unión Europea. Si algo bueno tenía el referéndum, llegué a pensar, era que podía servir de acicate o espuela en el continente. Los británicos, pragmáticos que son, acabarían pinchando la burbuja de Bruselas y se quedarían al borde de la ruptura, pero al final se quedarían.

Ese era el «wishful thinking», como dicen aquí, la «ilusión» con la que se levantaba uno en un día de sol, hasta que cambiaba inevitablemente el tiempo y dejaba paso al temor, acrecentado por las portadas indignantes de ‘The Sun’, ‘The Daily Mail’ y ‘The Daily Telegraph’, los tres mosqueteros del Brexit. Mi amiga y ex corresponsal en Londres Irene Hernández Velasco llegó en la recta final con esa premonición -«van a ganar»- y no se la pudo quitar de la cabeza. Le costaba reconocer el país que dejó y se marchó entonando un réquiem por Londres, ciudad abatida.

Aún recuerdo con emoción aquella otra Londres del 2012, en la prodigiosa apertura de los Juegos Olímpicos de Danny Boyle, que nos hizo escribir aquello de «Todos somos británicos». La capital más abierta al mundo (más incluso que Nueva York) corre ahora el riesgo de convertirse en una isla dentro una pequeña isla,Little England. El ex alcalde Boris Johnson no podrá ya ni capitanearla, ajusticiado por un «pirata» maquiavélico llamado Michael Gove.

Quienes prometieron un «futuro glorioso» para el Reino Unido fuera de la UE terminan hundiéndose en su propio naufragio. David Cameron cuenta los días para salir humillado por la puerta trasera de Downing Street, preguntándose cómo pudo ayudar al país a caer tan bajo. Y Theresa May despunta en el horizonte como la nueva Dama de Hierro, con la misión de consumar la ruptura con Europa.

Queridos británicos, tal vez convenga recordaros a estas alturas lo que dijo hace cuatro siglos vuestro poeta John Donne, que caló como nadie en vuestro eterno dilema y en la relación conflictiva con todo lo que os rodea: «Ningún hombre es una isla en sí mismo; cada hombre es un pedazo de un continente, una parte de la tierra».

Afectuosamente…

HISTÓRICO

Enlaces internacionales