Solidaridad entre sudaneses y recelo egipcio ante la llegada masiva de refugiados

| 13 junio, 2023

El País.- La familia Osman, compuesta por ocho miembros, apenas ha bajado del tren, pero Bakry Ahmed ya está acribillándoles a preguntas. El corpulento hombre con camisa de cuadros grises y blancos quiere saber si la familia viene de Sudán. “Sí, lo sospechaba. ¿Tienen ya dónde alojarse, transporte?” Abu Osman, un hombre entrado en años, con gafas y camiseta roja, es la persona de contacto como cabeza de familia. Escucha con recelo la retahíla de preguntas de Ahmed. No, no necesitan ayuda, dice, ligeramente irritado. Pero Ahmed ya no puede oírle porque se dirige a la salida de la estación central de El Cairo, con una de las maletas de los Osman a cuestas.

Al igual que más de 350.000 sudaneses, esta familia ha huido de los combates que se registran en su país desde mediados de abril. Casi la mitad de los que han hecho las maletas han terminado en Egipto. La familia Osman ha viajado durante días desde la capital de Sudán, Jartum, hasta la frontera con Egipto. La noche anterior habían tomado el tren lento a El Cairo desde la ciudad meridional de Asuán.

El vigoroso Ahmed guía a los agotados miembros de la familia hasta los taxis aparcados en Ramsisplein. Solo cuando todos se han hacinado en dos vehículos muy viejos y están a punto de partir hacia su residencia temporal, la desconfianza hacia Ahmed parece llegar a su fin. “¿Usted no viene?”, pregunta la mujer de Abu Osman. “¿Ni siquiera necesita dinero? Alabado sea Alá”, dice riendo, aliviada. Desde la ventanilla bajada sigue dándole las gracias a Ahmed, hasta que los coches se incorporan al caótico tráfico de la capital egipcia.

Los enfrentamientos entre el ejército y los paramilitares de las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR) por controlar el poder en Sudán han provocado al menos 860 muertos y más de 5.500 heridos, según la ONU, sobre todo en la capital, Jartum, y en Darfur, en el oeste, donde las FAR tienen mayor presencia. Los combates prosiguen ante la falta de acuerdo entre las partes y la situación es “desgarradora” y “desesperada”, en palabras del alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos (ACNUDH), Volker Türk.

“Solo es takaful, solidaridad”, explica algo más tarde un Ahmed satisfecho mientras sorbe un vaso de té muy dulce en Adly, un barrio del centro de El Cairo donde viven muchos sudaneses. “Somos hermanos y hermanas, tenemos que ayudarnos”. Cerca hay una peluquería sudanesa y varios grupos de compatriotas fuman sentados en las terrazas de las cafeterías, mientras ven un partido de fútbol.

“Solo es takaful, solidaridad”, explica algo más tarde un Ahmed satisfecho mientras sorbe un vaso de té muy dulce en Adly, un barrio del centro de El Cairo donde viven muchos sudaneses. “Somos hermanos y hermanas, tenemos que ayudarnos”. Cerca hay una peluquería sudanesa y varios grupos de compatriotas fuman sentados en las terrazas de las cafeterías, mientras ven un partido de fútbol.

La mayoría de los sudaneses que han huido a Egipto pertenecen a las clases acomodadas del país. Solo ellos pueden permitirse pagar los carísimos billetes de autobús (500 euros cada uno) desde la capital, Jartum, hasta la aldea fronteriza de Halfa. Nageeb Khalifa, jubilado, y su hijo adulto Ashraf, que llegaron a El Cairo hace una semana, pertenecen a esa élite sudanesa. Nageeb pasó la mayor parte de su vida trabajando para la ONU en zonas de conflicto de todo el mundo. En 2012, con el dinero que ganó durante su carrera, compró una segunda vivienda en Al Rehab, un gigantesco barrio de nueva construcción al este de El Cairo.

Desde el octavo piso, Khalifa, un hombre frágil vestido con un holgado chándal, contempla los centenares de edificios de apartamentos idénticos que se han alzado en el desierto, en la zona denominada “el Nuevo Cairo”. No ha vivido antes en la casa y le faltan algunos muebles. “Aún no tenemos televisor”, dice encogiéndose de hombros, “así que nos pasamos el día mirando el teléfono para saber si hay noticias de Sudán”. Padre e hijo han sido los primeros en llegar al espacioso apartamento; otros cinco miembros de la familia aún están de camino.

En Jartum, los dos vivían cerca de los estudios de la radiotelevisión estatal sudanesa, un lugar estratégico por el que se libraban duros combates. “Los misiles volaban sobre nuestras cabezas”, recuerda Khalifa mientras enciende un cigarrillo. Él y su hijo no salieron de casa hasta que los bombardeos cesaron de repente, al cabo de semana y media. “Fue un momento extraño”, prosigue Khalifa, “porque tenía la sensación de que nos faltaba algo. Ya nos habíamos acostumbrado a los sonidos de la guerra. Curiosamente, el miedo no llegó hasta ese momento”. Aprovechó la pausa de los combates para huir hasta la frontera egipcia con su hijo y su cuñado.

Aunque Khalifa es propietario de un apartamento en El Cairo y su hijo consiguió el visado en un abrir y cerrar de ojos gracias a sus buenos contactos, los guardias fronterizos egipcios los miraban con malos ojos. “Hablaban deliberadamente de ya zol”, cuenta el padre. “Significa algo así como ‘ese hombre’. Lo decían de forma despectiva; su lenguaje corporal y sus expresiones faciales eran de burla. Nunca hablarían así a su propia gente”. Aun así, no le dieron importancia. “Teníamos que cruzar esa frontera”.

El racismo contra los sudaneses es un problema en Egipto desde hace décadas. En marzo del año pasado, centenares de manifestantes sudaneses salieron a las calles de El Cairo para protestar por el acoso y el trato xenófobo que reciben por parte de los egipcios. Los manifestantes fueron detenidos violentamente y golpeados por la policía, tras lo cual se les obligó a realizar trabajos forzados sin condena. Según fuentes de la organización de derechos humanos Human Rights Watch, la policía decía supuestamente a los sudaneses: “Sois vagos y tenéis que trabajar; estáis causando muchos problemas y ruido aquí en Egipto”.

Los sudaneses temen que el racismo aumente si más compatriotas siguen huyendo a los países vecinos. Además de los 350.000 sudaneses que han huido ya de su país, 1,4 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares desde que comenzaron los enfrentamientos a mediados de abril, según la ONU. Dado que la ayuda es lenta y no ha empezado a llegar a Sudán hasta ahora, muchos no tienen un refugio decente, lo que podría significar que el éxodo sudanés a Egipto se prolongará durante algún tiempo. El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, Filippo Grandi, prevé que más de 800.000 ciudadanos huyan más allá de sus fronteras.

“Si los combates prosiguen y la gente no puede regresar a sus hogares, habrá grandes problemas”, afirma el jubilado Nageeb Khalifa, dando una calada a su cigarrillo. Cuando trabajaba como director de operaciones para la ONU, vio cómo los grandes grupos de refugiados ejercen presión sobre la economía y la cohesión social. “Incluso el dinero de los sudaneses más ricos se acabará en algún momento”, afirma. “Así que, en algún momento, tendrán que buscar trabajo de verdad”. Egipto se enfrenta ya a importantes problemas de desempleo y esta situación hará que haya aún más presión social sobre los sudaneses.

El líder comunitario Bakry Ahmed también está preocupado. “A los sudaneses nos dicen frecuentemente que estamos haciendo que los precios, ya altos de por sí, suban todavía más, porque venimos aquí con nuestro dinero”, asegura. Ahmed explica que al principio quería ayudar a sus compatriotas por caridad, pero ahora el miedo también es un motivo importante para seguir haciéndolo. Porque si un gran grupo de refugiados más pobres llega a Egipto, toda la comunidad sudanesa podría sufrir las consecuencias, prevé este hombre.

“Si hay refugiados que necesitan ayuda continua, podría haber muchos problemas en Egipto, donde ya hay muchas dificultades. Temo lo que nos deparará el futuro si siguen llegando grandes grupos de sudaneses”, concluye.

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