Racismo en Alemania: reflexiones de un turista español

| 4 agosto, 2014

No es fácil ser un turista español en Berlín o Ámsterdam. La soberbia con que muchos locales tratan al mediterráneo es hiriente, cuando no directamente agresiva. ¿Es posible hacer una unión en nada con estas bases sociológicas de desprecio al sur?

bERlínMARIO MORATALLA. VOZ PÓPULI.- “Ya está aquí el típico grupo de españoles”. Estas palabras escupidas con desprecio por un ‘armario empotrado’ de seguridad a la entrada de un garito de Berlín duelen, y mucho. Afortunadamente yo no podía saber lo que decían: ni hablo ni entiendo el alemán. No así mi hermana, que tras pasar 3 años en el país se defiende más que bien en la lengua de Karl Marx o Michael Ende. “Ya está aquí el típico grupo de españoles” pronunciado con tanto desprecio es todo un hachazo en el orgullo de cualquiera.

Ser un turista español en Berlín no es fácil. La que dicen es la ciudad más tolerante de Alemania está llena de gente encantadora, pero también abundan los bordes, los intolerantes, los maleducados, los racistas. Con los españoles (agravado por la crisis, por el fútbol, quién sabe) se nota especialmente. “Si vas a Renate –uno de los clubes más conocidos de Berlín- con tus amigos no hables nada en la cola. Que no sepan que eres español. Cuando llegues al final el puerta emitirá su veredicto: o pasas o te quedas fuera”. Esto lo cuenta una berlinesa bastante simpática, que reconoce que la ciudad en la que vive no es tan abierta como muchos quieren vender. Al menos, no lo va a ser con nosotros.

Todas las sociedades tienen su punto racista, unas más y otras menos. No hace falta ni mencionar la superioridad moral con la que muchos españoles hemos tratado y seguimos haciéndolo a los inmigrantes ‘moros’ o ‘sudacas’. Pero el desprecio, el trato al moreno que he sentido en Alemania (también en Holanda, para nada en Bélgica) es algo nuevo, que no me había pasado jamás y no esperaba ya que soy ciudadano de la Unión Europea, como ellos. El recepcionista del hotel de Ámsterdam se dirige a ti de una forma tan soberbia, tan imprudente que piensas que en España su puesto de trabajo no le duraría ni un día. Aquí no se permite tratar a los clientes así, o al menos a mí nadie me ha hablado con ese tono en un hotel español.

El primer contacto con los lugareños no pudo ser peor, por lo que yo quise convencer a mis amigos y a mí mismo: “Hemos tenido mala suerte, ese rubiales holandés es un idiota”. Por desgracia, a lo largo de 9 días más, serán muchos los casos como el suyo. Personas que te tratan como si tuvieras que pedirles perdón por pasar tus vacaciones y gastar tus euros en su país.

Intentas chapurrear su idioma, pagas sus transportes, sonríes por igual a hombres y mujeres, te informas sobre su cultura e historia, alabas su selección de fútbol campeona del mundo… nada de eso es suficiente. Al final no puedes nunca olvidar que no formas parte de ellos. Muchos te buscarán las cosquillas para tratar de quedar por encima de ti. Otros simplemente te ignorarán. “Tienen muchos turistas y es normal”, dice mi hermana, que conoce mucho mejor que yo aquella sociedad. ¿Pero en serio es normal? Berlín no recibe más turistas extranjeros que Mallorca, que Barcelona, que Alicante. Llevo más de 10 años viviendo en Madrid y nunca he escuchado “ya está aquí el típico grupo de alemanes” en la puerta de un local. No digo que ese desprecio no se haya dado nunca. Digo que yo no lo he presenciado. Ninguna sociedad está libre de caer en la intolerancia y de apartar al que es diferente, tampoco España.

Menos lecciones, por favor

Mi perspectiva es clara: no voy a agachar nunca la cabeza ante quien pretende darte a entender que es mejor que tú y pretende que lo asumas. Por supuesto que mi país ha caído muy bajo, tanto que a veces me avergüenzo de él. Su imagen es pésima por culpa de unos políticos corruptos que han sido legitimados, elección tras elección, por ciudadanos desinformados, por no decir analfabetos en política. El luterano norte de Europa no entiende que no se pidan responsabilidades y es algo muy comprensible.

Pero todas las naciones tienen cosas de las que arrepentirse: los afrikáner, colonos neerlandeses instalados en Sudáfrica, segregaron y masacraron a los negros hasta hace apenas 22 años. Mostraron al mundo gran intolerancia al apartar de la vida pública a la mayoría negra hasta que llegó al poder un tal Nelson Mandela. Los alemanes, ¿qué decir de ellos? Fueron mucho más allá y exterminaron a casi un 20% de ciudadanos de su vecina Polonia, un país que arrasaron sin mediar provocación por su parte. Las técnicas de Joseph Goebbels, Heinrich Himmler o el doctor Josef Mengele se estudian en las escuelas del mal. Según rezan sus propias inscripciones en el museo ‘Topografía del Terror’ de Berlín, el régimen asesino de la Gestapo sólo fue eficaz porque gozó con el apoyo y la colaboración de una gran parte de la población germana. ¿Hay algo peor que eso?

No es el ánimo de este texto recordar guerras pasadas que nadie desea que se vuelvan a producir. Pero sí llamar la atención por lo que es la Unión Europea ahora mismo, y lo que nunca será si no cambian muchas cosas en el futuro. Por el momento, la tendencia es la contraria a la que cabría buscar: naciones históricas donde triunfan cada vez más discursos xenófobos, excluyentes, abiertamente racistas. Se impone la dialéctica de “nosotros contra ellos” y esto es un gran fracaso, puesto que el cometido fundacional de la UE fue evitar más confrontaciones entre pueblos, algo mucho más urgente e importante que dotarnos de una moneda o un sistema bancario común, que es la última misión en la que supuestamente se encuentran embarcados los burócratas comunitarios.

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