ESTEBAN IBARRA.- La violencia acaecida en los aledaños del estadio del Manzanares, protagonizada por grupos ultras, nos vuelve a trasladar a los infiernos. La tragedia es irreparable porque se cobra la vida de Francisco Javier Romero Taboada y, además, deja heridos por armas blancas, visibiliza hechos dantescos y traslada un mensaje de horror que daña la convivencia social, asusta a los verdaderos aficionados al fútbol y transporta una imagen belicista impropia de nuestro deporte líder, imágenes que van a ser conocidas hasta en el último rincón del planeta.
Una precisión expresiva: no son los aficionados, son los ultras. Unos sujetos que por aplicación de la Ley contra la Violencia, el Racismo y la Intolerancia en el deporte, deberían estar fuera de los estadios. Sujetos que se benefician de la indiferencia y pasividad de aquellos directivos que permiten albergarles en espacios reservados de grada, incumpliendo el requerimiento legal de sacarles de su anonimato mediante el libro de Registro exigido para grupos no formalizados y sus actividades. Unos sujetos que tienen hartos a toda la ciudadanía porque ellos son los responsables de una violencia que provoca poner dispositivos especiales para disfrutar de este bello deporte.
Dicen que los hechos son ajenos al fútbol, pero no es verdad, habría que preguntarse por qué se declaró de bajo riesgo el encuentro, si este era el dispositivo adecuado, y si, desde la seguridad policial, nadie detectó la quedada violenta. Pero hay más, ¿por qué los ultras siguen en los fondos de los estadios? ¿Los directivos no observan los peligros de esos grupos? ¿Los coordinadores de seguridad de los estadios no constatan y reportan hechos de riesgo y violencia? ¿Las autoridades deportivas no son conscientes del grave problema? Se abre un tiempo donde no caben balones fuera, ahora toca asumir responsabilidades.
Aunque la violencia viene al fútbol, el fútbol tiene que expulsarla y no hay lugar para la indolencia de responsables institucionales, deportivos y políticos. Nuestro deporte líder está muy salpicado de crímenes de odio y violencia, con pérdidas irreparables como esta muerte de Francisco Javier y otras como la de Aitor Zabaleta, Manuel Ríos, Frederic Rouquier o Guillem Lázaro, de 13 años, por una bengala. Ni el fútbol ni este país se merecen este daño producido por los grupos ultras, calificado de “accidente” por quienes tienen obligación de erradicarlo. Y un añadido ético y legal, nadie con sensibilidad suspendió el partido.
A problemas “teóricamente complejos”, sí caben soluciones sencillas. Aplíquese la legislación que para eso está. Expulsen a los ultras de los estadios de fútbol. Identifíquese policialmente a los violentos. Identifiquen a quienes hacen apología de la violencia, como esos neonazis que se burlan del homicidio a través de internet. Actúe a fondo la Fiscalía de Delitos de Odio. Sanciónese judicial y administrativamente como corresponde, liberen definitivamente al fútbol y a la ciudadanía de la lacra de la violencia ultra porque hay legislación suficiente.
Nadie puede mirar para otro lado, y menos los directivos. Nadie puede obviar este problema, todos, Consejo Superior de Deportes, Liga, Federación, futbolistas, medios de comunicación, todos deben decir: ¡Basta Ya!, y además, la Comisión Estatal contra la Violencia y el Racismo debe convocar a su Observatorio, olvidado durante cuatro años, para que impulsemos medidas preventivas y de sensibilización como requiere la Ley.