«Me gritaron negro asqueroso y de mierda»

, , | 5 marzo, 2019

El último episodio racista en el fútbol de la Región se vivió en el partido Los Garres-Lorca FC, cuando un grupo de hinchas insultó al portero Bouba toda la segunda parte

CESAR GARCÍA GRANERO. LA VERDAD.- Los Garres, campo de Las Tejeras, domingo, 17.00 horas. El equipo local se enfrenta al Lorca FC. Noveno contra cuarto. Unas 300 personas asisten al choque, cuya primera parte termina sin goles. Empieza la segunda, los equipos cambian de campo y empieza el martirio para Bouba, portero de Los Garres, que estaba viviendo un encuentro sin sobresaltos. De repente, el primer grito: «¡Tú, negro, vete a tu casa!». No hace caso, sigue pendiente de no encajar goles, pero al rato escucha un grito parecido y se fija. Es un grupo de seguidores del Lorca, cuatro o cinco personas, de 20 a 30 años: «¡Negro, vete a tu país!», le dicen. Lo oye muy bien, porque en Las Tejeras la grada está pegada a la portería, casi indiscernible con ella de tan cerca. El tableteo de gritos arrecia y Bouba se ríe, pero no es una sonrisa, sino un acto reflejo para disfrazar el cabreo, cuyos colmillos empiezan a estrujarle las entrañas. El partido sigue, los goles no llegan y el clamoreo de insultos no cesa. El grupo es cada vez más vocinglero, más altisonante, más injurioso. «¡Negro de mierda!», se oye y Bouba siente el rebullir de la sangre. Acaba el partido, tras 45 minutos de gritos racistas, y Bouba, que acaba de oír «¡negro asqueroso!», se vuelve: «¡Eh, tú, hermano, qué pasa!», le grita al aficionado. Llega algún jugador más, la cosa se lía y acaba en un pandemonio final que termina con empujones, forcejeos y la expulsión del portero. Bouba deja el campo con una roja a la espalda y un sofocón que al día siguiente ya ha digerido, pero aún le escuece: «Tengo que tener la sangre menos caliente, pero es que no puedo evitar que me moleste», dice.

Bouba ha sido internacional con Guinea y ascendió a Segunda con el UCAM. Con 18 años dio el salto a España, donde a veces le llaman Buba, dando de lado a la o, y donde ha jugado en Segunda B y en Tercera desde que una maldita lesión de rodilla le tuviera ocho meses varado. Ahora intenta recomponer su carrera. Vive con su mujer, española, y su hija de siete meses, y asegura que España no es un país racista, pero «gente como la del domingo hay en todas partes. En realidad, yo solo he vivido este tipo de episodios en el mundo del fútbol, fuera jamás».

Llorar de impotencia

Recuerda Bouba aquella vez con el Torrevieja, hace años, que vivió un episodio similar y se fue del campo llorando. «Lloré por rabia e impotencia, te están insultando por el color de tu piel y no puedes hacer nada, por eso lloras, pero este domingo llegó un momento en que ya no podía más y reaccioné».

Asegura el portero que los aficionados lo conocen, saben que tiene la sangre caliente y por eso lo aguijonean, «y sé que tengo que refrenarme, pero es algo que me molesta mucho. No entiendo por qué nadie tiene que ir a un campo a insultar y a faltar al respeto. A veces intentas aguantar, pero no es fácil. Otras veces en otros campos he intentado pasar de los insultos, pero en Los Garres es difícil, porque están casi encima de la portería».

El árbitro del partido indicó en el acta que lo expulsó al final por lanzar una patada a un contrario, aunque Bouba explica que «no agredí a nadie. Nos enzarzamos, pero no levanté la mano ni hice nada».

Bouba intenta olvidar ahora este trago amargo en un mundo, el del fútbol, que le ha dado rosas y espinas. El día de su debut internacional con Guinea en 2013 ante Senegal fue el más esplendoroso de su carrera, «pero me lesioné y me ha costado arrancar. Ahora trabajo para volver a jugar algún día con mi país».

Aquella rotura del tendón rotuliano, una lesión similar a la sufrida por ejemplo por Ronaldo Nazario, le llegó siendo portero del UCAM. Fue operado en mayo de 2015 y desde entonces trabaja para recuperar su nivel. «No es fácil, pero me ayuda mi mujer y en Los Garres llevo un equipo y entreno a los porteros de las bases».

Bouba no tiene padres, pero sí cinco hermanos en su país, que suele visitar una vez al año. «Este no porque mi mujer estaba embarazada y no quise dejarla sola». Cuando llegó a España lo hizo ligero de equipaje, casi sin nada, «y la persona que me ayudó me llevó al Decathlon a comprarme unos guantes, porque no tenía. Fue difícil, pero salí adelante. La pena fue la lesión, que me paró en seco, pero ahora trabajo duro para ser el que era».

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