Los tres ataques de odio a la hija del concejal

, | 8 febrero, 2018

En sólo siete días, Mari, hija de un edil de Cs en una barriada de Gerona, ha sufrido tres ataques de ‘kale borroka indepe’. No es un caso único. Hay un juez acosado, activistas, concejales de partidos no nacionalistas… «Es lo que pasa en Cataluña si te atreves a hablar», dice ella

LEYRE IGLESIAS. EL MUNDO.- El martes 23 de enero ocurrió por primera vez. Mari, administrativa en paro, se levantó, despertó a su hija de ocho años y a las nueve menos cuarto de la mañana salieron juntas camino al colegio. Mari lo vio al sacar las llaves del coche. En la puerta del copiloto de su Toyota gris, aparcado frente a su casa, alguien había rayado tres letras: «CAT».

El miércoles ocurrió por segunda vez. Mari se levantó, despertó a su niña y bajó de nuevo a la calle para llevarla a clase. Y allí estaban: dos grandes lazos amarillos (símbolo de los presos secesionistas) pintados en el lado derecho, tres en el izquierdo y otro en el capó de su coche. Y la inscripción «CAT», más grande esta vez, en la puerta del conductor.

Luego le concedieron cuatro días de descanso. Duró poco. El último lunes de enero, el coche amaneció con las dos ruedas pinchadas con sendas rajas de unos 12 centímetros.

Mari, que ya ha presentado dos denuncias ante los Mossos, cree que la tienen fichada: delante de su piso en el barrio gerundense de Taialà (a 4 km de la casa de Carles Puigdemont) han atacado tres veces en siete días el vehículo que apenas llevaba una semana utilizando, prestado por su madre. «Es lo que pasa en Cataluña si te atreves a hablar», dice. ¿Por qué ella? «Porque soy la hija de un concejal de Ciudadanos. Y porque me he significado defendiendo el derecho a expresarse».

Mari es María Vázquez Bermúdez, administrativa en paro e hija de Manuel, edil de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Gerona. Un hombre nacido en Huelva que en 1978 llegó con su mujer sevillana a la ciudad de Puigdemont para buscarse la vida y que se la ha ganado como chófer de autobús. «Es el único que habla a veces en español en el pleno y por eso le han machacado», dice Mari con orgullo. Ella también nació en Huelva pero con cuatro meses ya estaba en Gerona. Nunca se metió en política hasta que algo la despertó. Sus pecados: hace cuatro meses se afilió a Ciudadanos, ha fundado una asociación cívica (Caminem Junts), el 26 de noviembre organizó la marcha que reunió ¡en Gerona! a miles de personas con banderas españolas y senyeras (ella leyó el manifiesto sobre el escenario) y en la campaña de diciembre condujo la furgoneta de Cs por la ciudad.

«Esto me preocupa por mis hijas», asegura sobre los ataques. «Pero lo tengo clarísimo: no van a poder callarme».

Sin vida social en Santpedor

Los casos de violencia de baja intensidad contra quienes, sean políticos o no, se definen como no nacionalistas son un goteo alarmante en Cataluña. Nadie los contabiliza y pocos lo denuncian públicamente; se exponen a algo peor. Josep Ramon Bosch (54 años) es uno de ellos. Su infierno personal es asfixiante. Josep Ramon fue presidente de Sociedad Civil Catalana pero se vio obligado a dimitir por una querella que lo acusaba de injuriar a figuras independentistas desde un perfil anónimo de Facebook. La querella fue archivada pero la campaña contra él fue brutal, y ahora ha sabido por la prensa que los Mossos le espiaban. En su pueblo, Santpedor (donde nacieron desde sus bisabuelos hasta él y donde el alcalde, de ERC, es pariente suyo), Josep Ramon ya no hace «casi ninguna vida social».

«Me he distanciado de todo: de amigos, el fútbol, las asociaciones… Me he salido del grupo de amigos de ir en bicicleta y del grupo con el que iba a desayunar los domingos», cuenta. Cincuenta personas le hicieron un escrache delante de su casa, le han pintado y gritado «fascista», le han lanzado huevos. A su hija le han dado un puñetazo en una fiesta popular. Salir a la calle es esto. Y vecinos que han dejado de hablarle, ya no le miran o escupen a su paso. «No me han pegado, pero… Es la violencia de baja intensidad, y no puedo más. Estamos pensando en marcharnos».

La ‘cuarentona’ y el niño

Una madre trabajadora -«cuarentona», vestido y tacones- a la que llamaremos Carme sale un miércoles de enero de la estación de metro de Sarrià. Acaba de terminar su jornada laboral y tiene aún un poco de tiempo antes de hacer la cena para sus hijos. Cuando pasa por delante de la Casa Orlandai, centro municipal de cultura, ve que la verja de hierro está plagada de lazos amarillos, de cientos, y decide quitar algunos. Es un espacio público, de todos, y la ordenanza del Ayuntamiento prohíbe mancharlo u ocuparlo, se dice, y se pone manos a la obra. Los lazos, de plástico, están atados a conciencia, con varios nudos. Cuando Carme empieza a quitar uno y otro y otro, y a meterlos en su bolso, un adolescente de 13 años se para a unos dos metros de distancia, la mira y empieza a arrancarlos con ella. Se sonríen.

La mujer y el niño forman un comando de auténticos provocadores fascistas, o eso debe de pensar el treintañero que los aborda: «¿Cómo es posible que haya gente como vosotros en este país?», «Si nosotros hemos puesto los lazos no los podéis quitar. Es como tú, que no me gustas cuando te veo por la calle y me gustaría quitarte, pero no puedo».

Llegan otros dos hombres y los rodean. Después, 15 personas más, avisadas por móvil. Carme llama a los Mossos. El niño le dicta el teléfono: 112. Se burlan de ella: «¡Mira cómo le tiembla la mano!». Los Mossos intervienen. «Ellos creen que tienen derecho a poner los lazos y vosotros, a quitarlos», le resume uno de los agentes. El gentío se disgrega. Carme y el niño se despiden. Ella tira hacia casa creyendo que ya ha pasado todo. Una patrulla le da el alto: «No vaya por aquí. La están esperando en un bar. Suba al coche». Así, escoltada, llegó Carme a su casa. Con un susto tremendo y una victoria moral: la verja de la Casa Orlandai ya no es amarilla.

Huevos, basura, excrementos

Manuel Reyes, ex alcalde de Castelldefels, 41 años, lleva ya dos coches desgraciados. El primero, uno viejo, solía amanecer rayado. Lo dio de baja hace unos meses y empezó a utilizar otro, con capota. La mañana del miércoles 24 se encontró con que se la habían «reventado con un puñal o una navaja». No robaron nada pero le destrozaron el coche (2.700 euros le cuesta arreglarlo). Manuel fue a los Mossos y denunció; no tienen duda, dice, de que el suyo es un (otro) ataque de motivación política. La sede de su partido, el PP, ha sido objeto de decenas. Huevos, carteles y pintadas en la fachada, excrementos y basuras en la puerta. Han tenido que poner cámaras de seguridad, lo que ha aminorado un poco los ataquesLa historia se repite con cargos de Ciudadanos y el PSC. Y la familia a veces tampoco se salva. El 8 de enero la tienda de platos preparados que regenta en Granollers la madre de Albert Rivera volvió a aparecer señalada con un lazo amarillo pintado en su persiana morada.

A martillazos

Crónica Global es un diario digital catalán de línea editorial constitucionalista que el jueves 25 de enero fue víctima de lo más parecido a la kale borroka organizada contra la libertad de prensa. Esa madrugada tres encapuchados pintaron «Il·luminem la foscor, ofeguem el feixisme» (Iluminemos la oscuridad, ahoguemos el fascismo) en la fachada de la redacción, en Barcelona, y la emprendieron a martillazos contra los cristales. Arran, grupo juvenil vinculado a la CUP, asumió la autoría, argumentando que un acto violento como éste es «necesario» porque Cataluña sufre «agresiones fascistas» y que los periodistas son «cómplices». Reporteros Sin Fronteras ha presentado esta semana su informe anual y de Cataluña dice: «Los últimos tres meses de 2017 figuran entre los más negros de la historia democrática en lo que a libertad de prensa en Cataluña se refiere». Los linchamientos vía redes sociales y la presión de la Generalitat son las quejas habituales.

‘Fora’ al juez

Juan Antonio Ramírez Sunyer es el titular del juzgado de instrucción número 13 de Barcelona que investiga a altos cargos del Govern por organizar el referéndum de secesión del 1-O. Ramírez Sunyer ha llegado a marcharse de Port de la Selva, donde tenía alquilado un apartamento como segunda residencia, después de que el pueblo apareciera con estas pintadas: «Fora j. 13» [juez del número 13] y «Fora de Port». Fuera. Es el resumen perfecto.

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