Los mitos de la inmigración

| 22 octubre, 2014

MitosinmigraciónEL PAÍS.- 1. Los inmigrantes quitan trabajo a los habitantes locales

En Francia, los inmigrantes constituyen el 9% de la población activa y contribuyen en un 8,9% al empleo, según un estudio del Centro de Análisis Estratégico en 2012. Sufren más paro que los no inmigrantes: 16,1% frente a 9,1% según el Insee (Instituto Nacional de Estadística), también en cifras de 2012. En su mayoría ocupan puestos poco o nada cualificados, en construcción, hostelería, agricultura estacional. De acuerdo con un estudio hecho por el Gobierno francés a finales de 2012, los inmigrantes constituyen un tercio de los empleados del hogar y una cuarta parte del sector de grandes obras y construcción. Además están sobrerrepresentados en el empleo precario, tanto en los contratos a tiempo parcial como en los temporales. Por otra parte, Francia, a pesar de tener un desempleo elevado, experimenta carencias en ciertos sectores “en tensión”, es decir, con falta de profesionales, como los relacionados con la medicina. Por último, la mayoría de los estudios calculan que el envejecimiento de la población obliga a contar con la inmigración para asegurar un nivel constante de cotizaciones salariales.

2. Vacían los presupuestos de asistencia social

En Francia no se distingue entre ciudadanos inmigrantes o no inmigrantes a la hora de establecer las políticas de ayudas sociales. Por tanto, es difícil saber quién da o recibe qué. No obstante, se sabe, por ejemplo, que los inmigrantes están en paro con más frecuencia que los no inmigrantes: el 17,3% de las mujeres y el 16,3% de los hombres inmigrantes están desempleados, frente al 10% y el 9,7% de la población total. Sin embargo, un estudio detallado del economista Xavier Chojniki en 2005 llegó a la conclusión de que, aunque los inmigrantes recibían más ayudas para vivienda, ayudas familiares y subsidios de paro que los no inmigrantes, también cotizaban más que los otros, por lo que el saldo final era ligeramente positivo.

El diferencial se establece en función de las pensiones. Las poblaciones inmigrantes tienen una estructura de edad diferente: menos ancianos pero también menos jóvenes, es decir, más concentración en la franja de población activa (55% entre 25 y 55 años, frente al 40% de la población en su conjunto). Por consiguiente, cotizan más, al tiempo que reciben menos ayudas destinadas a niños y ancianos.

Le Monde.

Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

3. No quieren integrarse

Ya a finales de los años noventa, muchas ciudades italianas empezaron a poblarse de letreros que decían “Restaurante chino-pizzería”. Eran las viejas trattorías, negocios languidecientes que los jóvenes inmigrantes del Imperio Celestial compraban para transformarlos en centros de descongelación de alimentos exóticos, pero que conservaban el horno, por lo que siguieron vendiendo pizzas cuatro estaciones. Igual que en el Benelux sirven durum kebab con patatas fritas. “La integración comienza en la mesa”, aseguran en Bruselas.

La inmensa mayoría de los inmigrantes que viven en Gran Bretaña no necesitan aprender inglés: ya lo hablan

Permanecer juntos es cuestión de voluntad, de respeto a los derechos y deberes. La OCSE ha descubierto que, en países como Hungría y el Reino Unido, la participación electoral de los inmigrantes que llevan ya tiempo en el país es superior a la de los nacionales. La integración depende de la economía, pero también de la disposición a aceptar al “extranjero”. La Comisión Europea calcula que un candidato a un puesto que tiene nombre extranjero debe presentar el doble de solicitudes que un candidato local. Lo mismo ocurre con la escuela. “Para los hijos de inmigrantes, la escuela es doblemente difícil, incluso en comparación con compañeros procedentes de los sectores más desfavorecidos”, escribe Bruselas. “La discriminación es frecuente incluso entre los estudiantes”. “Los inmigrantes tienden a escoger unos estudios inferiores que otros alumnos de las mismas características”, es la dramática síntesis. De donde se deduce que a quien hay que formar es a los enseñantes que tratan de distinta forma a los jóvenes con la piel de un color diferente.

Los cálculos más conservadores dicen que, en 2061, la cuarta parte de la población tendrá sus raíces fuera del país en el que vive. La integración será necesaria. “No es verdad que no quieran integrarse, es que muchas veces es demasiado difícil, por culpa de los muros y la resistencia”, asegura un portavoz. “En Italia”, aseguran en el Migration Policy Centre de Bolonia, “los latinoamericanos, filipinos y europeos del Este en general se integran bien. Los chinos tienen un enfoque sectorial, practican la integración en el trabajo, y menos desde el punto de vista cultural. Los africanos tienen un problema laboral por falta de aptitudes y por los prejuicios de la gente”. La solución exige una serie de preguntas: “¿Qué cultura hay que aprender? ¿Qué valores?” ¿Entonces? “Con el paso de las generaciones, las diferencias culturales tienden a disminuir”, aseguran en el MPC. “Sobre todo ahora que los fundamentos son más globales que tradicionales”. Esperemos que sea así.

Marco Zatterin, La Stampa.

Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

4. Inmigración ilegal

Después de la Primavera Árabe, en 2011, desembarcaron en Europa 140.000 hombres y mujeres que huían de diversas catástrofes. En 2013, Frontex, el organismo de la UE encargado del control de las fronteras, contó 107.000. Este año el número será superior, algunos dicen incluso que el doble. Son inmigrantes clandestinos porque no poseen documentos válidos, pero sólo una mínima parte de ellos viene por razones económicas. Son personas que huyen de los horrores de la guerra y las crisis políticas, de Siria, Oriente Próximo, Egipto, el Cuerno de África, Libia, Malí, Nigeria, etcétera. Son refugiados o personas que piden asilo. Unos clandestinos peculiares. Pero, en cualquier caso, una parte pequeña del total. Muy por debajo del 10% de los movimientos migratorios que llegan cada año a nuestro continente.

Según los últimos datos de Eurostat, en 2010, 3,1 millones de personas inmigraron a un Estado miembro de la UE, mientras que al menos dos millones dejaron su propio Estado. En años posteriores, esa cifra aumentó, lo cual indicaba una tendencia significativa. En 2012, el número de inmigrantes intracomunitarios alcanzó el 2,6% de la población, el doble que en 2003. “¿No era esto lo que deseábamos cuando creamos el mercado único?”, preguntó el comisario de Bienestar, László Andor.

Los datos indican que el flujo migratorio de personas que no trabajan ha crecido apenas un 1% en 10 años. De ellos, el 71% son jubilados, estudiantes y personas en busca de trabajo, y el 79% vive en un un núcleo familiar con algún ingreso económico. Bruselas sostiene que el llamado “turismo social” no está “extendido ni es sistemático”. Los datos muestran que “la gran mayoría de los inmigrantes tiene más posibilidades de encontrar trabajo que los nacionales del país de acogida”. Ahora bien, en el caso de los europeos hay unas normas precisas, que la Administración no tiene más que aplicar, y nadie tiene derecho a permanecer en el país más de tres meses sin motivo. En el caso de los refugiados y solicitantes de asilo, la cosa es distinta. “Entonces se convierte en una cuestión de respeto a los derechos fundamentales”. De modo que la pregunta vuelve a ser la de antes: “¿No construimos Europa para esto?”

Marco Zatterin, La Stampa.

Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

5. Donde hay emigrantes, hay delincuencia

Este es un prejuicio que todavía anida en la sociedad. Son palabras que suenan a redes opacas tejidas en las grandes ciudades europeas por delincuentes venidos de fuera de las fronteras y contra las cuales la sociedad, en definitiva, se encuentra impotente. A este respecto, la tesis de que los inmigrantes tienden a delinquir más que el resto apenas se sostiene. Un informe del criminólogo alemán Christian Walburg muestra que, en lo que a criminalidad se refiere, en Alemania los inmigrantes adultos no destacan significativamente por encima de los no inmigrantes. En el caso de los jóvenes, las cosas son un poco diferentes. Entre los presuntos delincuentes juveniles hay más no alemanes que alemanes. Pero las estadísticas tienen algunos puntos débiles. Uno, es que es más frecuente poner una denuncia contra un joven de procedencia extranjera que contra los demás. Por otra parte, las estadísticas consideran alemanes a todos los jóvenes con pasaporte alemán, aunque tengan antecedentes migratorios. Las encuestas a sospechosos y a víctimas permiten un análisis más afinado. Si se atiende a los estudios basados en esta clase de entrevistas, la diferencia en cuanto a comportamientos delictivos entre jóvenes con o sin origen inmigrante prácticamente desaparece. Según Walburg, la inclinación a la violencia y la criminalidad tiene más que ver con la exclusión social que con el origen geográfico de los delincuentes.

Süddeutsche Zeitung.

Traducción: News Clips.

6. Diluyen nuestros valores

Se puede diluir el vino o el zumo. Quizá también una reivindicación política. Es decir, cosas que, para seguir siendo lo que son, dependen de su pureza. Con agua, el vino ya no es vino; una reivindicación diluida es diferente de la original. Pero los valores no son algo estático, puro. Nunca son uniformes para todos los individuos de una sociedad, y, lo que es aún más importante, cambian. En Alemania, todavía en los años setenta, las mujeres necesitaban el permiso de sus maridos si querían acceder a un empleo. Hoy día rechazaríamos que semejante norma tenga nada que ver con nosotros y censuraríamos a los inmigrantes por su supuesta discriminación de la mujer, apelando a los valores que pretendidamente rigen en nuestro país. Para una simpatizante de Los Verdes no son importantes los mismos valores que para una votante de la democracia cristiana. Entonces, ¿cómo va a poder una inmigrante diluir nada? A lo mejor ella misma pertenece a la Unión Demócrata Cristiana, como Cemile Giousouf, la primera diputada del partido de origen turco. La C de las siglas de la formación, dice, representa los valores que ella como musulmana comparte con los cristianos. Los valores son siempre la suma de las convicciones individuales pactadas en el marco de la convivencia. Si se amplía el círculo de individuos por la llegada de inmigrantes, también se amplía el espectro de los valores. Y al final no tenemos vino aguado, sino un cóctel que, dependiendo del momento y del barman, tiene un sabor ligeramente diferente.

Süddeutsche Zeitung.

Traducción: News Clips.

7. No quieren aprender nuestro idioma

La inmensa mayoría de los inmigrantes que viven en Gran Bretaña no necesitan aprender inglés. Ya lo hablan. Como muestra el censo más reciente, de 2011, sólo 138.000 de los 7,5 millones de habitantes de Inglaterra y Gales no nacidos en el Reino Unido desconocen la lengua. Es cierto que aquí viven cuatro millones de personas cuya lengua principal no es el inglés ni el galés, sino el polaco, el punjabi o el urudu, en ese orden. Pero la mayoría, 1,7 millones, hablan inglés muy bien, 1,6 millones lo hablan bien y 726.000 se las arreglan en conversación, pero tienen dificultades con el inglés escrito.

Esta situación va a continuar, con toda probabilidad, dado que el Gobierno británico ha decidido que los inmigrantes deben aprobar un examen de inglés para obtener un visado de estudio o trabajo, y para solicitar un pasaporte británico, una vez establecidos. Además, ha quedado claro que los parados que no estén dispuestos a aprender inglés sufrirán recortes en sus prestaciones.

Se sabe desde hace mucho tiempo que las 138.000 personas que no hablan nada de inglés son sobre todo mujeres asiáticas de edad avanzada, una generación que nunca aprendió la lengua y, por tanto, nunca ha trabajado fuera de casa o su comunidad más próxima. En otras épocas, el Gobierno subvencionaba cursos de inglés para extranjeros (ESOL, English as a Second language) con el fin de mejorar las oportunidades de integración de los recién llegados y los miembros de comunidades muy cerradas. Sin embargo, en los últimos años se han reducido los fondos, y los alumnos de ESOL deben pagar hasta 1.000 libras por curso. A pesar de ello, las clases están siempre llenas, señal del firme deseo de la mayoría de los inmigrantes de integrarse lo antes posible.

The Guardian.

Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

8. El relajo de las leyes haría que el país se inundara de inmigrantes

Cuando Victor Spiresau, de un pueblo de Transilvania, aterrizó en el aeropuerto de Luton el 1 de enero de este año para trabajar en un establecimiento de lavado de automóviles en Londres, le recibieron dos parlamentarios que habían ido a comprobar con sus propios ojos la supuesta avalancha que se predecía: “No vengo a robar a su país. Vengo a trabajar y después volver a mi pueblo. Aquí ustedes pagan bien, en Rumanía es todo muy barato”, explicó a un diputado laborista, Keith Vaz.

Se habían oído predicciones alarmistas de que la decisión europea de eliminar las últimas restricciones del mercado de trabajo para los ciduadanos rumanos y búlgaros iba a desatar una avalancha de cientos de miles de inmigrantes. Pero Victor fue una excepción, porque en los tres primeros meses de 2014 sólo entraron en el Reino Unido alrededor de 7.000 rumanos y búlgaros más que en el primer trimestre de 2013.

En lo que a criminalidad se refiere, en Alemania los inmigrantes adultos no destacan sobre los no inmigrantes

El hecho de que no hubiera una entrada masiva de estos dos países comunitarios este año no quiere decir que eliminar todos los controles fronterizos en Gran Bretaña no pueda provocar una gran afluencia de otras partes del mundo. Pero sí demuestra que los controles estrictos no son más que uno de los factores que influyen en la circulación masiva de personas entre unos países y otros. En el caso de Rumanía y Bulgaria, los que más probabilidades tenían de inmigrar emprendieron el viaje seguramente hace siete años, cuando la UE les abrió sus puertas por primera vez, aunque fuera de forma limitada. Más que a Gran Bretaña, fueron sobre todo a Italia y España, donde la lengua, el cllima y las comundiades ya establecidas tenían mucho más que ofrecerles.

En el Reino Unido, los controles estrictos han sido eficaces a la hora de restringir la inmigración procedente de fuera de la UE, en particular de trabajadores no cualificados. Pero sigue habiendo unos niveles de inmigración neta sin precedentes históricos, de hasta 243.000 personas al año, procedentes en su mayoría de otros países de la Unión, donde el principio de la libre circulación quita validez al debate sobre los controles fronterizos. La fortaleza del euro y la libra, las distintas situaciones de los mercados de trabajo en toda Europa, las diferencias en el crecimiento de los PIB, las afinidades lingüísticas y los viajes baratos en autobús y en tren son factores más importantes para los flujos migratorios dentro de Europa que una política concreta de inmigración.

The Guardian.

Traducción: María Luisa Rodríguez Tapia.

9. Colapsan servicios básicos como hospitales y escuelas

Es uno de los argumentos en el que suelen parapetarse quienes recelan de los inmigrantes. Si acceden a Europa como ciudadanos de pleno derecho, ¿no abusarán del bien europeo más preciado, el Estado de bienestar? “No hay ningún estudio que demuestre ese vínculo entre inmigración y abuso de los servicios sociales. Pero es que al hablar de educación y sanidad tampoco puede hablarse de un abuso; las instancias superiores lo reconocen como un derecho”, argumenta Sergio Carrera, investigador del Centre for European Policy Studies, uno de los laboratorios de ideas más influyentes en Europa.

Algunos expertos han ensayado el complejo ejercicio de calcular la diferencia entre lo que aportan los inmigrantes a las arcas públicas y lo que consumen. Uno de esos intentos figura en un reciente estudio del Migration Policy Centre, con datos de la OCDE. Según esas cifras, los extranjeros son contribuyentes netos (ingresan al Estado más de lo que gastan) en casi todo el continente, salvo en siete países (entre ellos España). Aun así, varios informes presentados en España colocan a los inmigrantes como contribuyentes netos en sanidad. El motivo es que enferman menos, suelen ser más jóvenes y con mayor necesidad de trabajo que los autóctonos.

El debate difiere si se habla de extranjeros irregulares, que en muchos casos ni siquiera pueden acceder a las consultas médicas ordinarias y sólo acuden a urgencias cuando sus dolencias son graves. Esa circunstancia convierte en residual el gasto conjunto que generan sobre los presupuestos sanitarios de los países miembros, aunque pueda haber aglomeraciones concretas en algunos territorios de Europa.

El País.

10. No regresan a sus países de origen cuando la situación mejora

Todos los países siguen de cerca la evolución de sus poblaciones y, en especial, el ritmo de llegada de inmigrantes. Rara vez se divulga el número de extranjeros que deciden emprender el camino de vuelta a casa. La Unión Europea no dispone de cifras detalladas, pero el movimiento de población recogido por Eurostat, la agencia estadística comunitaria, ofrece una buena aproximación. Casi 1,3 millones de personas salieron de los Estados miembros en 2012, según las últimas cifras disponibles. De ellos, 541.000 —prácticamente la mitad— eran ciudadanos de un país tercero.

El retorno de lo que comúnmente se considera inmigrante —aunque legalmente tengan ya pasaporte comunitario— puede ser mayor. Porque muchos de estos ciudadanos logran la nacionalidad del país europeo en el que han residido, con lo que las estadísticas no los etiquetan ya como extranjeros. Otro escollo es la falta de precisión sobre el lugar al que emigran: un ciudadano extranjero puede abandonar Portugal, porque las perspectivas laborales han empeorado, e instalarse en Alemania, con lo que no deja la UE pero sí se orienta hacia donde existe más trabajo.

“El problema del concepto de retorno es que no es un estado definitivo. Algunos pueden salir y volver más tarde”, argumenta Sergio Carrera. Una movilidad es muy común en un colectivo para el que cambiar de país resulta menos traumático que para el ciudadano medio, a pesar de todos los mitos que estigmatizan a la inmigración.

El País.

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