La población bosnia que convive con los refugiados del siglo XXI

| 28 febrero, 2020

Aún con las heridas de una guerra no tan lejana, los ciudadanos de las localidades frontera con la Unión Europea intentan paliar, con solidaridad, la situación sin salida en la que viven miles de migrantes en sus campos y calles

BÁRBARA BÉCARES. EL PAÍS.- Zehida Bihorać, maestra de la escuela de Velika Kladuša, sale con su coche repleto de comida y mantas para repartir entre aquellos que están sin hogar en su ciudad. Se trata de personas en tránsito que, tras haber escapado de alguna guerra o conflicto, tienen la intención de llegar a algún país de la Unión Europea donde se les otorgue el derecho de pedir asilo y su petición sea tramitada. Kladuša está a un kilómetro de Croacia, en el Cantón de Una Sana, y es el que aloja a más refugiados en Bosnia Herzegovina dada su situación geográfica.

Zehida Mama, como la llaman aquellos a los que ayuda, vio en abril de 2018 a una joven, embarazada bajo un árbol, empapada, cubriéndose a duras penas de la intensa lluvia junto a su familia. “En ese momento tomé la decisión de ayudar”, explica. Poco después, en su localidad, el ayuntamiento ofreció un prado para que los que estaban viviendo en el parque pudieran asentarse. Allí se improvisó un campamento. Y la profesora acudía a diario a contribuir en lo que podía. Ella y decenas de ciudadanos locales, con sus propios medios.

Hace más de dos años, miles de personas de países como Siria, Afganistán, Irak, Pakistán, Irán o Marruecos, cansadas de esperar una solución a su situación en Serbia y Grecia, empezaron a ver Bosnia como la mejor alternativa. La Unión Europea no ofrece vías legales para pedir protección o asilo a quienes están fuera de su territorio. Y los asentados en Grecia desde hace años no están siendo realojados como Bruselas prometió hacer. Por tanto, la opción que barajan muchos de ellos para tratar de conseguir una estabilidad y un futuro europeo es lo que llaman The Game, es decir, caminar a escondidas por bosques de Croacia y de Eslovenia, sorteando a una policía dispuesta a todo, hasta llegar a Europa Occidental, y poder iniciar así el trámite de asilo. Conseguir tal meta es tremendamente difícil, requiere tiempo, por lo que Bosnia Herzegovina, sobre todo el Cantón de Una Sana, ya no es un sitio de tránsito, sino un embudo donde aumentan los asentados.

A falta de ayuda de fuera, manos locales

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) no abrió un campo cerca de Velika Kladuša hasta noviembre de 2018. Y solo en ocasiones específicas ofrece ayuda fuera de estas instalaciones. Durante meses fueron los ciudadanos bosnios, con sus propios recursos, con la aportación de donantes internacionales y de la diáspora bosnia y las organizaciones independientes llegadas de otros países, quienes cargaron a su espalda con el peso de la ayuda humanitaria. Un veterano de guerra daba comidas gratis en un restaurante que acabó cerrando al público para dedicarlo en exclusiva a los migrantes y refugiados que cada día eran más. Primero con su dinero, luego con ayudas de otras ONG.

Adis Imamović, quien desde 2015 ha recorrido la ruta de los Balcanes socorriendo a personas refugiadas, regresó a su país. Y, con plásticos, palos de madera, herramientas y la colaboración de los propios refugiados del campamento, construyó refugios para dar cobijo a aquellos que estaban atascados en este pueblo del norte de Bosnia. Muchos vecinos prepararon habitaciones en sus casas para acoger a los recién llegados. Otras iban a repartir comida al campamento. “De todos los lugares en los que he estado, Kladuša ha sido el más solidario que he visto”, dice Adis que, de hecho, ha decidido quedarse a vivir en esta localidad, ahora realizando curas médicas.

No solo sucede en Kladuša. Ciudadanos de todo el país han hecho lo que han podido para dar la bienvenida a los recién llegados. Tuzla es otro gran ejemplo. La población de este pueblo situado cerca de la frontera con Serbia se ha organizado de modo que, día tras día, cuando acaban sus trabajos, salen a la calle coordinados. El objetivo: cubrir las necesidades de estas personas, muchas de ellas niños pequeños, que paran una o dos noches a descansar de su ruta en el frío suelo, camino al norte. Ofrecen comida caliente, ropa de abrigo y desde sus redes sociales denuncian incansables la situación. Recientemente, de la mano de la organización bosnia Pomozi.ba han conseguido un gran logro: poner un motel a disposición de los migrantes. Tuzla es una parada casi obligatoria para los miles de ellos que, a pie y jugándose la vida cruzando el río, vienen desde Serbia para intentar suerte en la frontera que Bosnia y Herzegovina tiene con Croacia.

Expulsados de los autobuses

Otro lugar de paso en esta ruta ya crónica, es el borde de la carretera a la entrada de Kljuć. Ahí, la policía desaloja, en cada trayecto, a los refugiados que han subido a un autobús en la capital, Sarajevo, para desplazarse hacia el norte del país. Está prohibido que se muevan libremente en transporte en el cantón de Una Sana, “algo ilegal”, según explica la activista y maestra Sanella Kljuc. Pero, cuando entran en esta región, se les desaloja del este medio de transporte. Muchos bajan desconcertados sin saber por qué han tenido que interrumpir un viaje que han pagado, pero obedecen a la policía.

Abandonan el vehículo, cruzan la carretera y ahí los espera Sanella, siempre sonriente, pues sabe el maltrato que reciben allá donde van, y con un paquete de comida listo, que consigue gracias a la ayuda de activistas independientes internacionales, asegura. Y, si alguien llega herido, algo que sucede a menudo dada la precariedad de vivir en la carretera y dormir en cualquier lugar, los acerca hasta el hospital del pueblo. Reclama a los organismos internacionales que hagan algo contra esta parada obligada del camino tan tormentosa, pues desde aquí deben hacer los casi 100 kilómetros restantes hasta el norte a pie. Desde el primer momento en que los migrantes, en gran parte familias, comenzaron a aparecer frente a su casa, Sanella salió a ayudar. Corría noviembre de 2018. Y ahí sigue, dice, sin parar un día. Hasta ha conseguido dinero para crear un refugio cubierto «para que las noches del terriblemente frío invierno bosnio no mate a más en esta parada».

Presión a la población solidaria 

Pero en el cantón de Una Sana, desde la apertura de los campos oficiales, se presiona a los particulares que ayudan para que no lo hagan. Aunque en dichos campos no haya espacio suficiente para todos. Esto ha cambiado las cosas y originado un desconcierto aún mayor, ya que aumentan los que están en la calle, en vez de en una habitación vacía de la casa de alguien. De hecho, denuncian organizaciones locales, incluso se presiona para que los refugiados no puedan alquilar un apartamento. 

“Al principio era fácil ver a los bosnios acercarse a los migrantes a llevarles comida, ofrecerles cobijo o, a veces, simplemente compartir historias sobre la guerra, sobre ser el hecho de refugiado o que este también sea país de emigrantes”, explica Nidzara Ahmetasević, periodista e investigadora de Sarajevo. “Luego, los políticos comenzaron a difundir propaganda y odio, a menudo acompañados de información falsa, alentados por otros movimientos similares en la Unión Europea. La atmósfera cambió, pero muchos ciudadanos siguen involucrados de diferentes maneras y mostrando su solidaridad”.

Un veterano de guerra daba comidas gratis en un restaurante que acabó cerrando al público para dedicarlo en exclusiva a los migrantes y refugiados que cada día eran más 

Pero el discurso de odio difundido por políticos y medios ha calado. Amir Purić, periodista, cuando se dio cuenta de que lo que leía no reflejaba la realidad que él veía, creó un proyecto llamado Izbjeglice u Velikoj Kladuši (Refugiados en Velika Kladusa). En él informa de situaciones reales, cuenta historias concretas de personas que doten de la humanidad debida a los nuevos habitantes de su ciudad, a ojos de los locales. “Un día, una voz gubernamental comentó que los refugiados podían ser terroristas, que venían a crear problemas por orden del Gobierno de Sarajevo”, explica. Así que Amir decidió actuar con lo mejor se le da, “luchando por la verdad y contra la propaganda”.

Secuelas de la propia guerra

Este nuevo contexto no es fácil para la población bosnia. El país, pobre económicamente (puesto 77 en el IDH), no participa en guerras internacionales ni toma decisiones en Bruselas sobre las acciones que la Unión Europea aplica en sus fronteras. Pero vive en carne propia las consecuencias de ambos hechos. Hace menos de 30 años, sus ciudadanos estaban sumidos en una cruel guerra o escapaban ellos mismos como refugiados del horror que vivía su hogar. Y ahora tienen que ver a diario a personas maltratadas por un sistema de fronteras duro y deshumanizado. Y eso, psicológicamente, agota. El carácter bosnio es hospitalario, pero abundan las heridas por sanar. La Fondation Hirondelle, una ONG suiza, publicaba en 2016 que 450.000 personas sufrían de trastorno de estrés postraumático en este país de cuatro millones de habitantes y 1,4 millones habían mostrado al menos un síntoma de este síndrome.

Los voluntarios y voluntarias internacionales, que también han sido y son parte importante de la ayuda humanitaria en la región, suelen (y pueden) pasar allí unas semanas, unos meses y luego se marchan. Pero a los bosnios no les queda más remedio que continuar. “Durante los primeros meses de llegada de migrantes al pueblo acogimos a un chico en casa pero a mi mujer le surgieron muchos fantasmas del pasado, así que, cuando se marchó y consiguió alcanzar Francia, no volvimos a cobijar a nadie. Ella se hundió en una enorme tristeza”, explica Zlatko, un mecánico de una aldea cercana a Velika Kladuša.

Desde enero de 2018, unos 45.000 migrantes han entrado en Bosnia, según datos de OIM publicados por Infomigrants. Más de 7.000 permanecen en el cantón de Una Sana. Lugares pequeños, tremendamente tranquilos y monótonos como es Velika Kladuša han cambiado. Y sus habitantes, curados o no de sus traumas del pasado, tienen que ver a niños y niñas de países como Siria o Irak durmiendo en el suelo de la estación de autobús o a adultos heridos en cara o brazos, causados por la policía croata, en su último intento por llegar a la Unión Europea. Gente local, acostumbrada a conocer a sus vecinos, ahora convive con un vaivén de desconocidos, lo que produce desconfianza, “a veces debido a peligros percibidos y otras por miedos inducidos externamente”, explica Miodrag Dakić, otro voluntario local activo desde el principio.

La inestabilidad del país, agravada por las decisiones de la UE que ignoran la situación de esta nación vecina, no ayuda. Miodrag recuerda que Bosnia Herzegovina es un país disfuncional, «con una crisis política permanente producida por líderes políticos de los tres grupos étnicos principales” en constante búsqueda de confrontación. Los refugiados, añade, «son otra excusa para el conflicto político y el trasvase de responsabilidades entre unos y otros”.

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