La batalla campal de París avergüenza a Francia

| 14 mayo, 2013

La derecha pide la dimisión del ministro del Interior, Manuel Valls, mientras los socialistas afirman que los ultras del PSG protestaban contra la política del club

Disturbios París PSGMIGUEL MORAL. www.elpais.com La plaza de Trocadero era este martes la imagen de la desolación tras la batalla: cristaleras rotas, paradas de autobús quemadas, un coche incendiado, los turistas sacando fotos del escenario bélico, y los empleados de los cafés y las tiendas intentando limpiar los restos de los brutales incidentes que han avergonzado a Francia. Las escenas de guerrilla urbana empañaron el lunes por la noche la masiva celebración del título de Liga del PSG y han obligado a suspender los actos previstos –un paseo por el Sena y la visita al ayuntamiento-. Y mientras la oposición conservadora pide la dimisión del jefe de la policía de París y del ministro del Interior, Manuel Valls, a los que acusa de “amateurismo”, Laurent Fabius, el titular de Exteriores, ha admitido que los incidentes “ofrecen una imagen lamentable de Francia en el extranjero”.

Los altercados, saldados con una treintena de heridos y 40 detenciones, se iniciaron poco después de que los jugadores del PSG subieran al escenario que había montado el club en la céntrica plaza de la capital. En cuestión de segundos, dos centenares de ‘hooligans’ lanzaron un ataque brutal y acabaron con la alegría de las 15.000 personas –muchos de ellos niños-, que vitoreaban a Ibrahimovic, Pastore, Lavezzi y compañía.

Durante casi dos horas, los grupos violentos lanzaron todo tipo de objetos y proyectiles contra los antidisturbios, destrozaron cafés y tiendas, arrancaron señales urbanas e incendiaron cuanto pudieron. La reacción de la clase política ha consistido hoy en tratar de buscar responsables y en interpretar la barbarie como si escondiera algún mensaje cifrado.

Algunos dirigentes socialistas sostienen que los ultras quisieron manifestar su repulsa contra la política del club, propiedad de la familia real de Catar, que ha vetado la entrada al estadio a los aficionados más violentos, y acusaron más o menos veladamente al ultraderechista y xenófobo Frente Nacional de estar tras los violentos. La UMP, el principal partido de oposición, piensa que se trata simplemente de “camorristas que intentaban sembrar el caos”, mientras el ministro Valls se defiende de las críticas afirmando que es una “sutil mezcla” de ambas cosas.

El alcalde del distrito XVI de París, el conservador Claude Goasguen, ha exigido al ministro barcelonés que abandone su puesto. “No era complicado prever desde mediodía que las bandas habían venido a armar bronca”, señaló, “estamos ante un mero problema de orden público”, ha dicho Goasguen, que subraya que la “incapacidad” del ministro y del jefe de policía, Bernard Boucault –señalado hace semanas por la severa actuación de las fuerzas del orden contra los manifestantes contra el matrimonio homosexual-, es “evidente” porque solo desplegaron a 800 antidisturbios. Boucault ha alegado en su defensa que “una fiesta donde hay mucha policía no es una fiesta”.

Interpelado en la Asamblea Nacional, el ministro Manuel Valls ha acusado a la derecha de “elegir la calle contra el Parlamento” durante las manifestaciones contra el matrimonio gay, y de “callar ahora frente a los ultras y camorristas que desafían las leyes y la autoridad”. Y ha resumido: “El orden ha cambiado de campo, ustedes están por el desorden, y nosotros por el orden republicano”.

Dentro del Partido Socialista, el diputado François Rebsamen, aspirante a ocupar la cartera de Valls si se produjera una hipotética crisis de Gobierno, ha afirmado que hubiera sido mejor convocar la fiesta en el Parque de los Príncipes para no dejar entrar a los ultras. Por su parte, Marine Le Pen, líder del FN, ha reprochado a los socialistas su “laxismo” ante “la gangrena de los bárbaros que no tienen nada que ver con los aficionados de un club deportivo”.

Las interpretaciones seguirán apareciendo durante días. La gravedad de los incidentes en un día que debía ser una fiesta refleja el creciente descontento que sienten muchos franceses ante el alto desempleo y la persistente recesión económica. Una encuesta reciente estima que tres de cada cuatro franceses creen posible un estallido social.

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