Los Falashas se encuentran concentrados en los barrios más desfavorecidos y ocupan los empleos menos cualificados y menos retribuidos
MARC RÉMY. LUTTE OVREIRE. KAOS EN LA RED.- Durante un acto de donación de sangre organizada en el recinto del Parlamento israelí en Jerusalén organizado por la asociación caritativa Magen David Adom, la equivalente a la Cruz Roja en Israel, se rechazó la donación de sangre de una diputada negra de origen etíope. Como ha explicado un responsable de esta organización, “según las directivas del ministerio de sanidad, no es posible aceptar la sangre especial de origen judío etíope”, ya que se sospecha, “susceptible de propagar enfermedades, incluso del sida”.
Como si descubrieran ahora una práctica denunciada desde hace mucho tiempo, los dirigentes israelís, cuyo presidente Shimon Peres y el Primer ministro Benyamin Netannyahu, han puesto cara de conmocionarse. La diputada Pnina Tamano Shata ha recordado que ella misma se manifestó, hace doce años, en 2001, para denunciar esta discriminación, que está lejos de ser ni la única, ni la más grave, de la que son víctimas los judíos negros en Israel.
Llegados de las poblaciones judías que vivían en Etiopía, a los Falashas, como se les llama, solo se les reconoció el derecho a inmigrar a Israel a partir de 1975. En 1991, durante la operación Salomón, unos 14.400 judíos etíopes fueron secretamente llevados a Israel en menos de 48 horas. Hasta el pasado agosto, eran todavía unos cientos al mes los que venían de Etiopia y se les reconocía la ciudadanía israelí.
El motivo de estos traslados masivos no era de orden humanitario: los dirigentes sionistas querían demostrar que se preocupaban de la suerte de los judíos del mundo entero y que incluso eran los únicos en hacerlo.
Pero los Falashas, al llegar a Israel, se desilusionaron rápidamente. Debido al color de su piel, no eran considerados como ciudadanos al 100% y nunca han dejado de estar en el centro de las discriminaciones. Incluso hoy, hay escuelas que rechazan inscribir a niños de judíos etíopes. En algunas ciudades, los alcaldes rechazan la implantación de estos judíos negros, víctimas de la misma discriminación de sufren los árabes, siendo ellos también ciudadanos israelís. En 2012, el diario israelí Haaretz reveló que las autoridades de Tel Aviv solo habían aceptado a los Falashas a condición de que las mujeres tomasen anticonceptivos, para no tener descendencia.
Los Falashas se encuentran concentrados en los barrios más desfavorecidos y ocupan los empleos menos cualificados y menos retribuidos: el 51,7% de las familias Falashas y el 65% de sus hijos viven por debajo del umbral de la pobreza. Desde este punto de vista, Israel es un Estado como los otros: Aunque sean judíos, los que son pobres y negros son considerados como ciudadanos de segunda clase