Especialistas advierten que el racismo “se ha normalizado” en Chile

| 23 agosto, 2014

Las expresiones de desprecio hacia migrantes son una de las principales formas de discriminación. La conducta estaría reforzada por la actual ley migratoria, que entiende al extranjero como una amenaza y no como un aporte a la integración.

MANIantiracistachileJAVIER MUÑOZ. DIARIO UCHILE.- Una mirada de desconfianza, un gesto de desprecio o insultos parecieran ser las principales expresiones de la discriminación que reciben los migrantes que vienen a vivir a Chile. Los últimos años se han caracterizado por un aumento de personas de rasgos afroamericanos, mal llamados “negros”, estigmatizando su condición y generando prejuicios.

A pesar de que la población migrante del país apenas bordea el dos por ciento, ser extranjero, ser el otro, puede transformarse en un desafío cuando el imaginario colectivo los relaciona como una amenaza a sus oportunidades. María Emilia Tijoux, doctora en Sociología y académica de la Universidad de Chile, advierte que el racismo es una conductaque se ha normalizado: “No solo afirmamos que hay racismo en Chile, sino que hoy se ha vuelto algo común. Por ejemplo, cuando un ciudadano colombiano es insultado en la calle, a nadie le importa. Además pareciera que existe una suerte de acuerdo en el insulto, una suerte de acuerdo tácito para colocar a este otro en un lugar maldito, un lugar de la completa exclusión”, dice.

Aunque en términos generales los migrantes en Chile afirman que se encuentran mejor que en sus países de procedencia, también dicen que han sido objeto de discriminación. En el VII Seminario de Comunicación y Pobreza del año 2012 se reveló que un 37 por ciento de los migrantes encuestados ha recibido insultos sin motivo puntual y el 10,4 por ciento dijo haber sido tratado como delincuente (mira la encuesta acá).

El vicepresidente ejecutivo del Instituto Católico Chileno de Migración, Idenilso Bortolotto, explica que en general existe un trato amable con el extranjero, pero que el país tiene una falta de “cultura de acogida”, una carencia en la costumbre de recibir a los demás, expresada en una manera distinta de relacionarse con “el otro”.

“Es una mirada de desprecio, digamos, no acogedora hasta el trato. Yo creo que aquí es donde se concentra una gran parte, en la forma de relacionarse con las personas migrantes. El trato, la forma de responder a preguntas, de convivir en un espacio, desde tu barrio, desde tu departamento, tu casa, tu vecino, a lo que la persona como migrante va a buscar ayuda”, subraya Bortolotto.

Según el último informe de la División de Población del Departamento de Asuntos Económicos y Sociales de la ONU, Chile se convirtió en el país de Sudamérica donde más creció el número de migrantes internacionales, pasando de 107.501 personas en 1990 a 398.251 en 2013, donde destaca la tendencia de migración de sur a sur, o sea dentro de la región.

Rodrigo Sandoval, jefe del departamento de Extranjería y Migración del ministerio del Interior, señala que para hacer frente a estos cambios es urgente atender la reforma legislativa y hacer modificaciones que atiendan las distintas motivaciones que tienen las personas para venir al país, quitando el sentido economicista que tiene el actual reglamento: “La gente hoy migra porque quiere una mejor calidad de vida, porque busca un mejor ambiente, porque le gusta la gente en otro lado, migra por amor, migra por razones médicas, en fin. La legislación que tenemos no da cuenta de ese tipo de cosas, por lo tanto, a esas personas les dicen prácticamente que no pueden entrar y eso invita a la irregularidad migratoria; invita a que las personas entren como turistas y al final se queden sin normalizar sus papeles. La camisa del Estado no está dando lugar a las necesidades migratorias de las personas que se quieren venir a vivir a Chile”, afirma.

Los cambios, indicó Sandoval, deben hacerse pronto, ya que una ley migratoria como la actual termina permeando a la sociedad y determinando la matriz cultural de cómo se interpreta la migración, muchas veces como una amenaza en vez de un beneficio de integración.

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