El umbral de permisividad con el fascismo

, | 9 febrero, 2016

CARLOS CARNICERO URABAYEN. THE HUFFINGTON POST.- Había decidido dejar enterrar aquella cena hasta que leí esta noticia. La joven Frauke Petry, líder de Alternativa por Alemania, partido que sube como la espuma a base de repartir estopa bien sea a griegos rompe-platos que quieren robar a los alemanes o bien a refugiados desarrapados que quieren sembrar el caos en la tierra del orden, acaba de sugerir que los alemanes deberían disparar con armas de fuego a quienes traten de entrar en su país ilegalmente. Lo dice una ciudadana del este de Alemania a la que seguramente han contado sus padres y tíos que precisamente hace unas décadas se disparaba a los alemanes que trataban de saltar el muro para alcanzar el oeste. El puente de los espías, la reciente película de Spielberg, ha retratado bien algunas de aquellas patéticas escenas de la Guerra Fría que ahora Petry y tantos otros a lo largo de Europa quieren repetir con los refugiados.

Vayamos a mi cena del pasado otoño. Había preparado un menú sencillo pero con mimo. Ensalada césar con salsa casera (el primer intento suele terminar en la basura), pollo orgánico con pedigrí y unas anchoas que había comprado en el aeropuerto de Bilbao en un viaje reciente («tienen nombre catalán, pero la familia lleva varias generaciones en Bermeo, son exquisitas», me había convencido la vendedora). Organizaba en casa, en Bruselas, ciudad sin pasaporte, un encuentro con un buen amigo de un país del este que estaba de visita. Unos minutos antes de la cita, mi amigo me preguntó si podía traer a un conocido compatriota con el que se había comprometido a tomar una cerveza. Por supuesto que sí, le dije.

La conversación fue amable hasta que surgió el tema de los refugiados. El invitado no invitado aseguró entre anchoa y anchoa que no tenían derecho alguno a pedirnos auxilio. «Es su problema», afirmó. Ante mi asombro por el hecho de que viniera de un país -ahora miembro de la UE- que conoce bien lo que es la guerra y el drama de quienes huyen de ella, aseguró que si disparáramos a unos cuantos en las fronteras lograríamos que nos dejaran en paz de una vez por todas. «No se atreverán a seguir viniendo», sentenció.

Mi indignación me estaba sobrepasando. Había regresado hacía dos semanas de visitar varios campamentos de refugiados en la frontera húngara con Serbia y lo que había visto me había revuelto la conciencia. Al escuchar palabras tan bárbaras pronunciadas en mi propia casa no pude dejar de acordarme de Mahmud, un niño sirio al que fotografié en Röszek, en las puertas de una Unión Europea que me avergonzaba, y en tantas familias cuyo único crimen había sido el de huir del horror y tratar de abrazar la vida con la mayor dignidad posible. En su honor, decidí entonces pedir a aquél individuo que se marchara. Out.

¿Debemos aceptar como una opinión legítima más los comentarios que van en contra de los derechos humanos y coquetean con el fascismo? Tengo la impresión de que el umbral de tolerancia con el populismo y los comentarios fascistas sube a cada rato por los cuatro rincones de Europa. No sé donde vamos a terminar.

El Parlamento danés ha decidido por una abrumadora mayoría que se puedan confiscar los bienes de valor que porten los refugiados para sufragar su estancia. Un grupo de enmascarados neo-nazis se congregaron hace unas semanas en Estocolmo para atacar a los menores inmigrantes que se cruzaran en su camino. En Alemania se han registrado cientos de ataques violentos contra centros de refugiados durante el año pasado. Hasta una granada, que afortunadamente no explotó, fue utilizada hace poco en uno de los ataques. El discurso del odio, con sus formas más o menos sutiles, alcanza a los partidos extremistas que viven de él y también a los que se consideran parte del establishment.

Si los partidos políticos en Europa comienzan una irresponsable escalada por mostrar más dureza frente a la evidentemente difícil de gestionar crisis de los refugiados, ¿quién va a controlar a los más radicales que quieran con su fuerza hacer morder el polvo a los foráneos? ¿Quién apagará entonces el incendio en esta tierra europea que ha sido históricamente tan inflamable?

Creo que lo menos que podemos hacer es estar vigilantes en nuestra vida cotidiana con quienes confundan las posiciones políticas legítimas con lo que supone llanamente el fascismo: establecer categorías entre seres humanos basadas en el género, la religión el color de piel o las preferencias sexuales. No son en absoluto una opinión legítima más.

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