Cruces gamadas, loas a Hitler y ataques: viviendo en el pueblo nazi de Alemania

| 9 marzo, 2016

En pleno auge de la ultraderecha en el país viajamos a Jamel, un pueblo nacionalsocialista en la Alemania actual, una prueba de la «estrategia de asentamientos» de los nazis

jamelANTONIO MARTÍNEZ. EL CONFIDENCIAL.- Amenazas, cruces gamadas, disparos en la noche, fiestas multitudinarias en el aniversario del nacimiento de Hitler, canticos nazis, ataques incendiarios contra los enemigos políticos… No estamos en 1938 en la Alemania del III Reich, sino en marzo de 2016 en el norte de la República Federal, en una aldea de apenas cuarenta habitantes situada en un rincón rural de la antigua Alemania oriental, a medio camino entre la afluente y cosmopolita Hamburgo y Stralsund, el distrito electoral de la canciller Angela Merkel. A 250 kilómetros de Berlín, la capital de Europa. Bienvenidos a Jamel, el pueblo nazi.

En el último desvío, una tímida señal avisa de que el camino que allí nace es un callejón sin salida. Entonces el asfalto, húmedo por la lluvia intermitente, se estrecha para serpentear por dos kilómetros entre dos franjas de árboles desnudos. «Jamel», advierte el solitario cartel de la entrada, queriendo decir sin éxito tantas cosas. El pueblo surge tímido poco después, chato y ocre, tras la curva. Una docena de casas, separadas de forma caótica por pequeños jardines, setos descuidados y algún árbol. Tras unas verjas, un pequeño tobogán de plástico con los colores comidos por la intemperie y un aburrido pastor alemán de pelaje tupido y desordenado. No se ve a nadie. Silencio.

«El 80% en este pueblo son nazis. Somos unas 40 personas, incluidos los niños. Hay 11 casas habitadas y en solo cuatro viven personas que no son abiertamente nazis», explica al recibir a El Confidencial Birgit Lohmeyer, la única vecina que, junto a su marido Horst no tiene miedo a denunciar abiertamente la impunidad de los neonazis en Jamel. Su hogar, un rústico caserón rojizo, se encuentra algo retirado de la única calle de la localidad, justo después del ensanchamiento empedrado que marca el comienzo de la Forststrasse. En el otro extremo, a apenas un centenar de metros, se enclava el epicentro del único asentamiento abiertamente nacionalsocialista de la Alemania actual.

«Al principio estábamos encantados con la casa», rememora Birgit, escritora y periodista de unos cincuenta años, al hablar de cuando en 2004 se decidieron a hacer realidad su «sueño» de abandonar la trepidante Hamburgo e irse a vivir al campo en busca de un estilo de vida distinto. «Sabíamos que él iba a ser nuestro vecino, pero finalmente decidimos que podíamos vivir con eso. Su casa está al final del pueblo, no tenemos por qué tener contacto con él», dice que pensaron entonces.

Neonazi, delincuente y político

Él. Él es Sven Krueger, un notorio neonazi de 41 años que desde hace un par de décadas viene desarrollando un plan para convertir su pequeña aldea natal en un asentamiento monocolor de la ultraderecha, a imagen y semejanza de su ideal de pureza ideológica y racial del III Reich. Militante y temporalmente cargo electo del NPD, el partido al que el Tribunal Constitucional estudia ahora ilegalizar por ser heredero del NSDAP de Hitler, ha sido condenado por encontrarse en posesión de material robado -unas herramientas mecánicas- y por tenencia ilícita de armas, después de que se le descubriese en casa una ametralladora con 200 cartuchos. La puerta de su negocio de demolición -a unos diez kilómetros de Jamel- está coronada por una almádena destruyendo una estrella de David.

«Se nos podría acusar de ingenuidad, porque no nos dimos cuenta de que ese hombre estaba ya entonces en el NPD y estaba desarrollando su estrategiade asentamientos. No intuimos, que algo así podía pasar», reconoce ahora Birgit, con su melena caoba clara y sus gafas de pasta en tonos azules, al relatar cómo ha sido el abrupto despertar de su sueño.

La estrategia de Krueger es sencilla como el funcionamiento de la maquinaria pesada que emplea en su negocio. Conseguir que los antiguos habitantes de Jamel se vayan marchando e ir adquiriendo sus viviendas para alquilárselas a sus camaradas de la ultraderecha. Para ello no ha dudado en emplear el chantaje, la amenaza y el miedo, explica Birgit, así como una política de hechos consumados que hace enmudecer a la mayoría de vecinos. Y a los políticos locales. Una familia se marchó al no poder soportar más los insultos. Una pareja mayor abandonó el pueblo para trasladarse a una ciudad. Un vecino alcohólico fue presionado a vender. Los nuevos inquilinos, invariablemente,son neonazis. Ahora Krueger está rehabilitando para viviendas un viejo granero, denuncia Birgit: «Nos hemos enterado por el alcalde de que planea construir cuatro apartamentos. Qué tipo de gente se va a mudar ahí es claro. Y no tiene permiso de construcción pero construye igual. Nadie le dice nada».

«El pueblo tiene muy mala reputación. Mucha gente de la región no se atreve a entrar porque los nazis ejercen aquí su reino del miedo desde hace años, décadas», resume Birgit.

Birgit Lohmeyer, junto a su marido Horst, en el pueblo de Jamel (Antonio Martínez).
Birgit Lohmeyer, junto a su marido Horst, en el pueblo de Jamel (Antonio Martínez).

Los insultos de los niños

El ambiente se ha vuelto irrespirable. Los vecinos neonazis no dudan en insultar y amenazar a los Lohmeyer. También los más pequeños. «Los nazis tienen muchos hijos. Todos los niños que te encuentras por el pueblo son niños nazis, y están fuertemente adoctrinados desde que son muy pequeños. Ellos también nos insultan», cuenta Birgit. Además, los vecinos que no son abiertamente ultraderechistas prefieren callar, ya sea por miedo o por sus simpatías ideológicas (Horst los tacha de «colaboracionistas»). Estos últimos han dejado de hablar con los Lohmeyer e incluso les tachan de «perturbadores» por denunciar públicamente lo que sucede en el pueblo. «Es frecuente que se culpe al mensajero», dice Birgit, que mantiene, a pesar de los pesares, que en ciertas cuestiones «no se puede ser neutral».

Además, Krueger y sus afines han organizado fiestas neonazis en las que se han congregado cientos de personas, desfilando y entonando canciones como «Hitler es mi führer (líder)» y en las que se han escuchado disparos. «Es extremadamente preocupante cuando sabes que en el otro lado del pueblo hay entre 300 y 400 nazis dispuestos a emplear la violencia y que nos identifican como enemigos políticos», dice la escritora y activista.

‘Todos los niños que te encuentras por el pueblo son niños nazis, y están fuertemente adoctrinados desde que son muy pequeños. Ellos también nos insultan’Y la cosa no se ha quedado ahí. El pasado verano un desconocido prendió fuego al enorme granero de los Lohmeyer. Poco faltó para que también la vivienda fuese pasto de las llamas. «Fue muy duro», recuerda Horst. El edificio quedó totalmente arrasado y tuvo que ser derruido por profesionales por el peligro que suponía. La policía no ha detenido a nadie por lo sucedido, pero detectaron componentes químicos entre las ruinas y unos conocidos de la pareja que se encontraban en esos momentos en el jardín vieron correr entre las sombras a un hombre poco antes de que comenzase el fuego. «Por supuesto que fue una señal» de la ultraderecha, asegura sin dudar Horst.

No obstante este guitarrista autodidacta que recoge en una coleta su melena blanca, asegura que «nunca» han llegado «ese punto» de decidir abandonar el pueblo. El desafío de los neonazis les ha llevado al activismo político, algo que no les era del todo ajeno en su vida anterior, en Hamburgo, pero que ahora les supone varias horas de trabajo a la semana, entre conferencias, charlas en colegios y encuentros con medios de comunicación, entre otras actividades de concienciación y denuncia. «Este papel que tenemos aquí es nuevo para nosotros, eso de ser ejemplo de coraje civil», sonríe Birgit.

La «gran solución» de la educación

El énfasis de la actividad de la pareja recae en la educación porque, según esta escritora y periodista es «la gran solución para todo». Y lo que ven en muchos colegios de la región no les gusta nada. «Hay cosas que nos asustan», afirma Birgit al empezar el relato de una triste anécdota que les sucedió en un instituto cercano, al hablar con un grupo de alumnos de 15 años: «Y así, como de paso, digo: ‘Bueno, seguro que ya habéis dado todo sobre el Holocausto en clase’. Y entonces me miran, con los ojos como platos y me dicen: ‘No, ¿qué es el Holocausto?’«. «Hay personas aquí que te dicen totalmente en serio que el NPD no es de ultraderecha«, señala con preocupación en otro momento.

Este tipo de déficits del «sistema escolar» son, a juicio de Birgit, especialmente visibles en el Este de Alemania donde se ha dado una mala combinación deprofesores mayores que no estudiaron en su juventud la dictadura nazi(porque no se impartía convenientemente en la extinta República Democrática Alemana) y un poso cultural proveniente del comunismo y caracterizado por la obediencia a la autoridad jerárquica y la ausencia de pensamiento crítico. «La educación que se nos dio en el colegio en el oeste como ciudadanos críticos sobre el fascismo no se dio aquí en el este», incide.

«Mirad en los libros de historia», pide Horst principalmente a los jóvenes. «Del fascismo no va a surgir nada nuevo. Evoluciona en la misma dirección. Estamos en otro momento histórico, pero los sucesos se repiten todo el tiempo«, añade, para lamentar de seguido: «Muchos creen que exageramos».

Además, la pareja ha puesto en marcha un festival musical en favor de la democracia y la tolerancia que este verano cumplirá su décimo aniversario, algo que escuece sin duda a sus vecinos. Las actuaciones tienen lugar en el prado anexo a la vivienda de los Lohmeyer, en medio del pueblo nazi. Pese a las presiones o en parte gracias a ellas, el acontecimiento ha pasado de reunir a apenas 50 personas en 2007 a atraer a 1.200 el año pasado, cuando tocaron de manera desinteresada los Toten Hosen, un mito nacional del rock comprometido y con un nitido mensaje antifascista. «Fue alucinante», comenta Horst tras relatar que fue la propia banda la que llamó para ofrecerse a actuar al enterarse del incendio del granero, que había ocurrido apenas dos semanas antes.

El granero de los Lohmeyer durante el incendio (Cedida).
El granero de los Lohmeyer durante el incendio (Cedida).

El auge de AfD y Pegida

El problema para ambos es que no se trata solamente de una minoría que desgraciadamente está gangrenando su pequeña aldea. Birgit y Horst no dudan en dar la voz de alarma, porque conviven a diario con la amenaza, anteel auge que han experimentado en los últimos meses la ultraderecha en Alemania. «Utilizan el miedo», señala el guitarrista. «Trabajan con el miedo» y, «de alguna forma, lo fomentan» entre su electorado, añade. El movimiento racista Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida), que ha llegado a atraer a unas 25.000 personas a sus concentraciones de los lunes en Dresden, y el partido de nuevo cuño Alternativa para Alemania (AfD), que con sus mensajes xenófobos cata cada vez con menos ambages en los caladeros de la extrema derecha.

Este último es, a su juicio, el más peligroso, al estar más articulado y más extendido por el país, además de estar encontrando una desconcertante buena acogida en el electorado. En las elecciones municipales del pasado fin de semana en el estado federado de Hesse, el de Fráncfort, se convirtió en latercera fuerza más votada con el 13% de todos los sufragios, por detrás tan sólo de los cristianodemócratas de Merkel y los socialdemócratas, y desbancando a Los Verdes, La Izquierda y el Partido Liberal.

Las estimaciones para los comicios regionales que van a tener lugar este próximo fin de semana en los estados de Baden-Württemberg, Sajonia-Anhalt y Renania-Palatinado auguran también una sólida irrupción de AfD en la vida política alemana. Según el Politbarometer de la televisión pública ZDF, de no estar representada en ninguno de estos tres parlamentos porque se creó en 2013, la formación xenófoba pasaría a obtener un 11 % de las papeletas en la rica y sureña Baden-Württemberg, un 9 % en la occidental Renania-Palatinado y hasta un 17 % en Sajonia-Anhalt, perteneciente a la extinta Alemania comunista, lo que la convertiría en la segunda fuerza más votada allí.

AfD y Pegida, a juicio de los Lohmeyer, «están dirigidas por el NPD», el «brazo político» de la ultraderecha y «emplean sus mismas estrategias» políticas. «AfD confraternaliza con el NPD», apostilla. A modo de ejemplo, Birgit destaca que David Petereit, diputado por el NPD en el parlamento del estado de Mecklemburgo-Antepomerania, donde se encuentra Jamel, portó la pancarta principal en una manifestación de AfD. «Fue una señal clara», dice.

El surgimiento de ambas formaciones xenófobas en Alemania no se puede explicar sin hacer referencia a la crisis de los refugiados, que en 2015 llevó a 1,1 millones de personas, principalmente sirias, iraquíes y afganas, a solicitar asilo en el mayor país de Europa. La decisión, en gran medida personal, de Merkel de mantener las puertas abiertas ha polarizado al país, fracturándolo entre quienes defienden esta política humana y sus detractores, en igual medida que ha quebrado Europa. Las ingentes muestras de solidaridad de miles de alemanes se han entremezclado con centenares de actos delictivos contra centros de refugiados, decenas de ellos ataques incendiarios. En los pequeños albergues para refugiados más próximos a Jamel, por fortuna, predominan las primeras. «Aquí también hay ejemplos positivos», sonríe Birgit.

Miembros de Pegida se manifiestan contra Angela Merkel en Leipzig (Reuters).
Miembros de Pegida se manifiestan contra Angela Merkel en Leipzig (Reuters).

La ilegalización del NPD

Con respecto al NPD, los Lohmeyer ven imperativo que prospere el segundoproceso de ilegalización ante el Tribunal Constitucional, que se abrió este marzo. La expectación y la controversia persiguen a este nuevo intento de sacar de las instituciones a la ultraderecha, tras el sonoro fracaso del primero en 2003, porque la mayor parte de los testigos eran confidentes o infiltrados de las fuerzas de seguridad alemanas.

«El argumento decisivo es la financiación», explica Birgit, que lamenta que sólo en 2012 el NPD en Mecklemburgo-Antepomerania obtuviese 1,4 millones de euros de fondos públicos por su representación electoral. «La democracia no debería permitirse eso. Nadie que quiera mantener la democracia puede permitírselo. La democracia debe defenderse y no tener paciencia infinita con sus enemigos», dice con la contundencia de quien está en primera línea. Horst retoma el hilo ahí mismo: «Hay que defender la democracia. La democracia es un artefacto frágil que hay que cuidar a diario».

Su activismo, señalan, siempre ha sido reactivo. «Nos preguntábamos una y otra vez: ‘¿Cómo puede ser que Alemania, con su historia, permita esto de una forma tan notoria?’. No puede ser que la gente venga y diga sin más que el pueblo está perdido. Tenemos que hacer algo», explica Horst. Y en esas están.

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