Alemania sufre la mayor ola de racismo desde su reunificación

, | 26 agosto, 2015

En lo que va de año se han contabilizado 202 ataques, el doble que en todo 2014. En las calles vuelve a escucharse ‘Heil Hitler’ o ‘extranjeros fuera’. Merkel visita el centro de refugiados en Heidenau entre abucheos

PegidarefugiadosROSALÍA SÁNCHEZ. EL MUNDO.- Cada mañana aprendemos el nombre de pueblos alemanes en los que ha sido incendiado la noche anterior un albergue de refugiados. El gobierno recuenta 202 ataques hasta julio. En las calles vuelve a escucharse «Heil Hitler» y los mensajes de tolerancia de los grandes partidos son respondidos con amenazas. Incluso el poder de Merkel parece haber tocado techo al toparse con este resurgir de la extrema derecha. Ayer visitó Marxloh, un hostil barrio de Duisburg en el que pretendía predicar convivencia y fue abucheada por primera vez en su historia.

Autobuses cargados de refugiados que llegan a instalarse en pequeñas poblaciones del este de Alemania, familias numerosas de afganos, eritreos o gitanos deambulando en los barrios de clase media de las capitales de provincia, titulares en los periódicos acerca de los 10.000 millones de euros que costará a las arcas públicas hacerse cargo de los recién llegados… Este es el contexto en el que ha despertado, rugiendo, el monstruo del racismo en Alemania, que ha devuelto a las calles gritos como «Heil Hitler» o «extranjeros fuera», largamente desterrados del discurso público en este país.

De enero a julio, el Ministerio del Interior alemán ha contabilizado un total de 202 ataques a estos albergues, cifra que dobla la de todo el año 2014. En estas últimas semanas la cadencia se ha intensificado y la media de agosto, por ahora, se sitúa en los dos ataques diarios. A menudo se trata de piedras o explosivos caseros arrojados contra los albergues y en varios casos han sido completamente incendiadas las instalaciones. «lo que estamos viendo es el resultado de varias décadas de fracaso en políticas de integración», explica el padre Christian Wolff, sacerdote que lleva 20 años trabajando con refugiados desde la parroquia de Santo Tomás en Leipzig y al que no parece asombrar esta ola de violencia.

«Me recuerda el repunte de la extrema derecha de los primeros 90, cuando la guerra de Yugoslavia hizo llegar muchos refugiados huyendo de la violencia de los Balcanes», dice echando la vista atrás, «pero sin duda estamos ante la peor ola de racismo desde la reunificación». Sobre las causas de este sarpullido sociológico, Wolff señala que «hay un serio problema de educación sobre lo que realmente significa la democracia y el Estado de Derecho, lo que significa la responsabilidad ciudadana. Y también hay una responsabilidad política. Las visitas a los albergues de refugiados por parte de los políticos deberían haber empezado hace muchos meses, cuando en las manifestaciones de Pegida se comenzó a escuchar gritos de «extranjeros fuera» y los partidos decidieron hacer como si no pasase nada creyendo que por no dar visibilidad a ese fenómeno acabaría extinguiéndose en el tiempo», lamenta.

La semilla de Pegida ha prendido con suficiente fuerza en la sociedad alemana como para que las manifestaciones abiertas de «odio» a los extranjeros se haya hecho un hueco en el espacio público. Cada mañana el país se levanta pendiente del parte policial en el que se da cuenta de los ataques a diferentes centros de refugiados y que a diario es salpicado con incidentes como el que conocíamos ayer, el repugnante ataque a una familia en el tranvía de Berlín, en el que dos hombres ya identificados orinaron sobre dos niños de cinco y quince años. Dado que los afectados no presentaron cargos, no ha sido posible más sanción que la prohibición por parte de la empresa Deutsche Bahn de volver a utilizar este medio de transporte.

Y quizá nunca aparezca Katrin Kalil, una niña siria de 13 años que viajaba con su tío en tren y desapareció sin dejar rastro cuando se ausentó para ir al baño a la altura de Passau, camino de Chemnitz, poco después de que varios jóvenes increpasen con insultos al grupo de refugiados. Su tío no tiene documentación en regla y, por miedo a ser detenido, ha tardado cinco días en acudir a la policía. Katrin habla kurdo y árabe, lleva al cuello una cruz cristiana y en el momento de su desaparición vestía una camiseta verde y una mochila negra con letras en inglés: «yo amo la vida»..

Comportamiento ejemplar de los políticos

En contraste con el terrorífico día a día en los albergues provisionales de refugiados, donde reina el miedo y la incertidumbre, las autoridades despliegan generosas medidas tanto en lo económico como en lo legal. Incluso la Oficina Federal de Migración y Refugiados ha suspendido el Protocolo de Dublín, que data de 1990 y que obligaba a los refugiados a solicitar asilo en el primer país europeo en el que pusieron el pie. Todos los partidos políticos, por lo demás, se esfuerzan por cultivar la «cultura de bienvenida». La canciller alemana, Angela Merkel, inició hoy su visita al centro de refugiados objeto de violencia por parte de grupos neonazis en Heidenau (este del país) entre abucheos de más de un centenar de vecinos.

Merkel, que el lunes tildó de «repugnantes» estos ataques y calificó de «vergonzoso» la participación de familias con niños en las protestas, se desplazó hasta este albergue para ver de primera mano cómo es la situación, ante la sobrecarga de estos centros por la llegada masiva de inmigrantes y el repunte de los incidentes xenófobos.

«¡Preocúpate primero de tu propia gente!», le espetó una persona mayor a Merkel cuando accedía, entre fuertes medidas de seguridad, al centro de refugiados, informa Efe.

Pero ni siquiera las más altas instancias políticas se libran de la reacción. Después de que Gabriel realizase esa visita a Heidenau y amenazase a los atacantes con «todo el peso de la ley», más de 300 e-mails y al menos 150 llamadas telefónicas con insultos y amenazas han colapsado la sede de su partido, hasta que ayer por la tarde fue evacuada la Willy Brandt Haus por una última amenaza de bomba que la policía aconsejó tomar en serio.

Merkel no corrió mejor suerte y recibió los primeros abucheos de su carrera política en Marxloh, un barrio de Duisburg especialmente hostil con los refugiados al que acudió a predicar convivencia. Allí donde la Administración está desbordada y allí donde políticamente no hay respuesta para esta crisis, crece el racismo, reconocía ayer la secretaria general del SPD, Yasmin Fahimi, pero «no vamos a dar ni un solo paso atrás en la defensa de los refugiados y de su dignidad».

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