Violencia contra los sin hogar: «Anoche me tiraron naranjas. Otros días, piedras»

, | 1 febrero, 2015

felix-que-asiste-a-un-centro-de-rais-fundacion-en-alcobendasANA GOÑI. EL CONFIDENCIAL.- A Manuel le tiraron naranjas. «Fue anoche, en la Plaza Nueva, en Sevilla, mi alma», explica, con el mismo acento del sur (nació en Morón de la Frontera) con el que narra que él antes era un camarero «especial» porque podía decir a los clientes (con ese mismo acento) «What’s your name?» y otras frases en inglés, cuenta que a sus 57 años lleva 20 viviendo en la calle, aunque de forma intermitente, dice que tiene problemas con el alcohol o señala quién le tiró «anoche» (por el jueves) esas naranjas: «Eran niños de 16 o 17 años, y me da mucho coraje, las niñas les ríen la guasa y ellos se hacen más grandes. Y yo estoy en mi saco y no puedo…».
En estos 20 años, a Manuel no sólo le han tirado naranjas. También piedras. Dice: «A mí me han pegado mucho». E insiste en reiterar que era comunista, y uno no se da cuenta de por qué hasta que entiende que lo repite porque está contando otra cosa que le pasó, aquel día en la plaza de España de Madrid, cuando llegaron unos de esos «con botas» y cabeza rapada, le quitaron la cartera con la documentación y le hicieron cantar el Cara al sol: «Si no, me pegaban una paliza. Tuve que hacerlo».

Manuel es una persona sin hogar, una de esas 22.938 que, según el INE, malviven sin un techo al que llamar casa. Probablemente hay más, bastantes más, porque esos datos, que certificaban la presencia en aumento de españoles en la calle, sólo suman a los que hicieron uso de servicios asistenciales. Son muchos, además, los que como él se han sentido discriminados (50,6%), según la misma encuesta, y los que han sido víctimas de delitos (51%). En su caso, y en el de otros muchos, según constatan las organizaciones que los atienden, el delito cometido contra ellos tiene un nombre específico: es uno de los delitos de odio que, por primera vez, el Ministerio de Interior ha comenzado a recopilar. En concreto, se trata de aporofobia, el odio al pobre.

Interior recoge sólo cuatro casos en España en 2013: «Es el primer informe público sobre el tema, y se trata de un avance increíble, pero sólo registra los hechos que llegan a conocimiento de las autoridades y en los que el policía los tipifica como delito de odio», explica Maribel Ramos, coordinadora del recientemente creado Observatorio Hatento (de hate, ‘odio’ en inglés), que, lanzado por organizaciones de amplia experiencia en el tema (como Rais Fundación y el Centro Assís), pretende sacar a la luz y dar información fiable sobre este problema. En junio tendrán los primeros resultados, tarde quizá para que la reforma del Código Penal actualmente en trámite contemple la aporofobia de forma específica, como sí hace en el caso de los delitos motivados, por ejemplo, por el racismo o las creencias religiosas.

Mientras, hay unos pocos datos: la citada encuesta del INE y un informe del propio Centro Assís, que recopiló informaciones aparecidas en los medios entre 2006 y 2012, constatando así, de esa forma incompleta, 473 muertes en ese periodo, es decir, la muerte de una persona sin hogar cada cinco días en España. Un 27% falleció víctima de agresiones.

Hostilidad y miedo

La idea del informe Assís nació de un caso terrible, la muerte en un cajero, abrasada viva, de Rosario Endrinal. Sucedió en 2005. Tiempo antes, en 1992, tuvo lugar el que suele considerarse el primer asesinato racista en España, el de Lucrecia Pérez. «Si hubiese sido dominicana, pero no pobre y no hubiese vivido en un local abandonado, ¿la hubieran asesinado?», se pregunta Ramos, para explicar que hay factores que, sumándose, aumentan la probabilidad de ser víctima de un delito de odio (por ejemplo, ser inmigrante y padecer una enfermedad mental), aunque siempre «está detrás la hostilidad a la pobreza, y sobre todo, una situación de desigualdad en la que uno se considera superior y percibe la vulnerabilidad del otro. En el caso de las personas sin hogar, además, es que efectivamente sus derechos son fácilmente vulnerables, porque el imaginario colectivo los ve como delincuentes y no como potenciales víctimas».

Lo sabe bien Félix (54 años), madrileño que vive en la calle desde hace dos años, cuando perdió su trabajo de albañil: «La gente te mira con recelo, claro, no te puedes asear… Yo al principio dormí en un parque, escondido, porque en un banco no puedes: piensan que eres un drogadicto. Vas a comprar y te cuelan en la cola para que te vayas pronto. Vas al servicio en un bar y, aun pagándote un café, no te dejan entrar. Durante un tiempo dormí también en un coche, y la gente que aparcaba al lado sacaba el coche al verme y se iba. Ni que tuviera la lepra».

El de los prejuicios, el de la discriminación, es el caldo de cultivo del odio al pobre. Muchos de los sin hogar que está entrevistando Hatento hablan de indiferencia y de «mala mirada». También del recelo que saben que provocan -«Eres como un fantasma. Nadie te ve, pero todo el mundo te tiene miedo», describía hace tiempo uno de ellos- y del miedo que ellos mismos sienten: ahí está el caso de aquel que pasaba la noche en vela, caminando, e iba a descansar al amanecer al metro, cuando abría y había gente, para que no le pasara nada.

Lo sabe bien Félix (54 años), madrileño que vive en la calle desde hace dos años, cuando perdió su trabajo de albañil: «La gente te mira con recelo, claro, no te puedes asear… Yo al principio dormí en un parque, escondido, porque en un banco no puedes: piensan que eres un drogadicto. Vas a comprar y te cuelan en la cola para que te vayas pronto. Vas al servicio en un bar y, aun pagándote un café, no te dejan entrar. Durante un tiempo dormí también en un coche, y la gente que aparcaba al lado sacaba el coche al verme y se iba. Ni que tuviera la lepra».
El de los prejuicios, el de la discriminación, es el caldo de cultivo del odio al pobre. Muchos de los sin hogar que está entrevistando Hatento hablan de indiferencia y de «mala mirada». También del recelo que saben que provocan -«Eres como un fantasma. Nadie te ve, pero todo el mundo te tiene miedo», describía hace tiempo uno de ellos- y del miedo que ellos mismos sienten: ahí está el caso de aquel que pasaba la noche en vela, caminando, e iba a descansar al amanecer al metro, cuando abría y había gente, para que no le pasara nada.

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