Una banda de ultras secuestraba, descuartizaba y cocía a sus víctimas

| 1 mayo, 2016

El cabecilla de la trama acaba de ser absuelto de dejar en coma a un preso

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A la izquierda, Óscar del Pino, el jefe de la peligrosa banda de secuestradores; abajo, el empresario asesinado

CRUZ MORCILLO. ABC.- Óscar del Pino jugaba a la Play Station en una celda de la cárcel de Aranjuez con otros presos después de la cena. O eso dijo él. A esa misma hora, a Antonio Vicente Mateos, que había salido ese día del módulo de aislamiento lo rodearon en el rellano de unas escaleras de la prisión donde no hay cámaras y le dieron una paliza mortal que le dejó en coma de por vida. Era 12 de junio de 2008. «Cada vez que entran violadores a ese módulo se les da unas hostias», admitieron sin ruborizarse cuatro internos en marzo ante la Audiencia de Madrid que acaba de absolver a Del Pino y a los otros acusados por falta de pruebas. Antonio Vicente Mateos murió en 2014 sin haber recuperado jamás la consciencia (le reventaron la cabeza y le arrancaron una oreja). No era ningún violador. Estaba en situación preventiva por saltarse una orden de alejamiento de su mujer y su hija y cumplía varias condenas por delitos contra el patrimonio. No era un santo pero lo apalearon sin piedad por un rumor taleguero.

Los ocho años que han transcurrido -desde que Del Pino aseguró que jugaba a la videoconsola mientras mataban en vida a otro preso hasta ahora- han engordado su historial delictivo y lo han llenado de sangre. Cuando declaró el pasado marzo, lo trajeron en un furgón de traslados desde la cárcel. La Guardia Civil lo había detenido poco antes junto a otras nueve personas por el secuestro y asesinato del empresario José Luis Vázquez Escarpa, de 50 años. Los agentes de la UCO tuvieron que acelerar los arrestos tras descubrir que habían planeado secuestrar y descuartizar a otro empresario de Madrid al que ya seguían y controlaban.

El terror

 Hablaron de actuar como « con el otro», de cortarlo en trozos y cocer los huesos de la víctima antes de echarlos a los perros. «Es un salvaje. Él y los suyos», aseguran los investigadores que les han seguido durante meses viendo con asombro cómo no daban ni un paso en falso.

José Luis Vázquez era un hombre de éxito aunque hacía lo imposible para que no se notara. Comerciaba con metales, tenía su oficina en Madrid y trabajaba con chatarrerías de toda España. Del Pino y sus secuaces lo citaron en una nave del polígono San Gil de Illescas (Toledo) el 7 de mayo de 2014 para ofrecerle un negocio de material eléctrico. Llegaron en una furgoneta y en un Audi. Él, solo, en su Xantia gris.»¿Tú eres José Luis?», oyó un testigo que le preguntaban en mitad de la calle. Le golpearon con saña, a cara descubierta y lo metieron en la Fiat a empujones. El empresario telefoneó a su padre y le dijo que necesitaba los 80.000 euros que había reservado en su banco de confianza unos días antes para otro negocio que iba a cerrar. «Tienes que llevarlo a Getafe».

La víctima, probablemente con una pistola en la cabeza, habló por última vez con su padre y le indicó un lugar del polígono Los Ángeles donde debía dejar el dinero sin opción de marcarle que lo habían capturado. Él pasaría a recoger la bolsa. La Guardia Civil sospecha que unas horas después lo asesinaron. En su lugar se presentó un tipo con una gorra al que no se pudo identificar inicialmente. El cadáver no ha aparecido. Seguramente ya no hay cuerpo.

«Hicieron un pacto de silencio. Ni siquiera entre ellos se permitían hablar de lo de Illescas». Ellos son el núcleo duro formado por Del Pino, el cabecilla, relacionado con los Ultra Sur y con antecedentes que van desde los robos al homicidio, pasando por amenazas y extorsiones; su mano derecha y rendido admirador Alberto del Val, que tiene antecedentes desde finales de los ochenta, y otros dos individuos (M.B.C. y O.L.Q.), también de perfil rocoso. Los cuatro están en prisión. Los otros seis detenidos quedaron en libertad. Colaboraron en la logística del secuestro pero no en el crimen.

Del Pino y los suyos se hicieron fotos con fajos de billetes, igual que se las tomaban en su día con miembros de Los Miami, en discotecas o con la esvástica nazi. Ellos tampoco eran ostentosos, pero gastaban dinero a espuertas. Cinco meses después de matar al empresario, cuando aún la Guardia Civil no sabía quiénes eran los autores, Del Pino que comparte juergas, gimnasios y robos con algunos ultras, atracó la casa de una abogada madrileña a la que a punto estuvieron de asfixiar. Se apoderaron de 12.000 euros. El asalto lo perpetró con otro histórico de las fichas policiales: Francisco Javier Antuñano, «el Fichaje», un exmilitar, miembro del grupo de extrema derecha Hammerskin España que fue condenado en 2009 por pertenecer a ese grupo. En 2003 fue detenido por la Policía que lo confundió con el conocido como «asesino de la baraja», dos meses antes de que el verdadero -Alfredo Galán- se entregara.

A cara descubierta

En la casa de la abogada actuaron a cara descubierta, con chulería, preparación y a base de músculos y miedo. La Policía los arrestó y acabaron en prisión preventiva, pero por poco tiempo. Tan poco que en junio del año pasado, con la Guardia Civil ya tras su pista, el sanguinario Del Pino volvió a las andadas. Se había mudado con su novia a Señorío de Illescas en Toledo, pero Alberto -su mano derecha- y el resto de la banda seguían por Parla, de donde proceden varios de ellos. Un día se plantaron en un taller de coches. El ultra, con su envergadura de mole imbatible, se dirigió al dueño: «O me das 10.000 euros y un coche para mi novia o te quemo el taller y te parto las piernas».

La visita se repitió. Amenazó a todos los empleados (ninguno se atrevió a declarar). El dueño acudió a comisaría. Los agentes de Secuestros y Extorsiones de la Policía prepararon la entrega. El jefe mandó a recoger el dinero a Alberto, su número dos, y él se quedó en una calle cercana. Ambos fueron detenidos. Del Pino mandó al hospital a un policía, pero aun así quedó de nuevo en libertad con tiempo y medios para preparar el secuestro de la que iba a ser su siguiente víctima: el empresario madrileño al que la Guardia Civil ha salvado de una muerte segura.

Por ahora, el hombre que practica boxeo y aterroriza con su corpachón de forzudo y su ausencia de piedad, no ha cumplido ni una sola condena importante. «Llega a un gimnasio y dice que al día siguiente él es el profesor de boxeo y nadie le replica». La falta de pruebas y las absoluciones salpican su historial en la misma medida que su acumulación de detenciones. Cuando entra en prisión, sus amigos de Ultra Sur, pero sobre todo su número dos le ingresan dinero para que no le falte de nada. En octubre de 2011 cuando estaba en libertad imputado por el intento de homicidio del preso que quedó en coma intentó dar un «vuelco» (robar a unos narcos). En el rifirrafe disparó por la espalda y mató, según consta en sus antecedentes, a un marroquí.

«Nunca confesarán»

La madre de Antonio, el preso que quedó como un vegetal por la mala suerte de cruzarse con unas bestias, no tendrá resarcimiento. Cuidó durante seis años a su hijo, que ni sabía ya que estaba en el mundo. La mujer y los padres de José Luis Vázquez, el empresario que no paraba de trabajar, ni siquiera pueden llevar flores a su tumba. No levantan cabeza. La abogada aún tendrá que ver las caras a Del Pino y Antuñano, tan acostumbrados al banquillo, en un juicio que no se ha celebrado.

«A su siguiente objetivo le contamos la verdad. Le alertamos de lo que ocurría. No podíamos esperar más para detenerlos. Son capaces de cualquier cosa», explica el jefe de la compleja investigación del secuestro de Vázquez. Tienen un sabor agridulce y la certeza de que no confesarán qué hicieron con el empresario de Illescas.

 

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