Un fútbol cómplice de la violencia ultra

| 19 enero, 2018

IÑAKI DÍAZ-GUERRA. EL MUNDO.- El Fútbol, convirtiéndolo con las mayúsculas en un ser amorfo que agrupa a clubes, periodistas, dirigentes y aficionados, suele decir que él no genera violencia. «No soy yo, es la sociedad», se defiende. «Soy víctima, no culpable», añade. Y ponerse la venda en los ojos para entrar en esa rueda de excusas y medias verdades es sencillo. Sencillo y cómodo. Sobre todo si quieres defender a cualquier precio tu sustento o tu pasión.

Porque, ¿tiene la culpa el Atlético de que un delincuente al que expulsó hace años apuñale a otro hincha fuera del estadio? ¿Puede evitar que 200 descerebrados queden para pegarse antes de un partido y la estupidez acabe en asesinato? ¿Es responsable el Valencia de que unos yomus salgan a cazar independentistas? ¿Acaso organizaron Sevilla y Betis la pelea entre Biris y Supporters que acabó con 24 detenidos? Es tentador contestar «no» a esas cuatro preguntas (y mil similares), abrir una cerveza y tirarse en el sofá a ver un partido con la conciencia tranquila. También es hacerse trampas al solitario.

Los periodistas deportivos, educados mayoritariamente en la falsa creencia de que practicamos una especialidad feliz, de héroes y hazañas, compramos con facilidad ese discurso para evitar los temas desagradables. ¿Quién quiere hablar de violencia cuando puede hablar de Messi? «Sí, es una vergüenza, pero… ¡mira el vídeo del gol que paralizará al mundo!».

Los aficionados tampoco son inocentes. Cuando el Atlético hizo el paripé de vetar al Frente, el comentario de rigor era «sin ellos no hay ambiente, ¿de verdad quieres que el Calderón sea como el Bernabéu o el Camp Nou?». Y aunque sabías que la respuesta correcta era «claro que quiero», titubeabas. Igual que se justifican como chiquilladas los gritos racistas, los Cristiano, maricón y los Piqué, cabrón, que no son otra cosa que la expresión de baja intensidad de los puñetazos y las puñaladas.

En diciembre de 2014, tras el asesinato de Jimmy en el Manzanares, Javier Tebaszanjó el asunto como quien se saca una espinilla: «Este es el fin de los ultras». Han pasado tres años y, olvidadas ya las medidas cosméticas de aquellas semanas, uno se pregunta si la estrategia para acabar con ellos era, simplemente, llamarles de otra manera. Hoy Antiviolencia considera que sólo existen nueve grupos ultra en España pese a que cualquiera con dos ojos e internet sabe que son muchos más. De nuevo, apartar la mirada como solución.

Y aunque el problema es complejo, lo cierto es que los pocos clubes que han abandonado las excusas y han tenido el valor de mirar al monstruo a la cara, han acabado con él. Barça y Madrid son el ejemplo. Tal vez El Fútbol no sea culpable de la violencia ultra, pero sí es cómplice. Y lleva siéndolo demasiado tiempo.

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