Los experimentos nazis en seres humanos, explicados por un médico de Hitler: «Les inyectaron tifus»

| 25 septiembre, 2024

ABC.- Poco ha trascendido de la infancia y de la juventud de Walter Emil Schreiber. Sabemos que nació en 1893 en Berlín, que se graduó como doctor y que combatió en el gran conflicto europeo de 1914. Menos desconocida, aunque más turbia, fue su etapa en la Segunda Guerra Mundial. En 1986, la revista ‘Covert Action Information Bulletin’, fundada por un antiguo agente de la CIA, recabó algo de información sobre sus tropelías en un número específico que se zambullía en la Operación Paperclip. «Como Mayor General del Cuerpo Médico del Ejército Alemán, el doctor fue responsable directo de algunos de los experimentos más macabros que los nazis llevaron a cabo con los prisioneros de los campos de concentración», explicaba el reportaje.

Dos caras

Sobre el papel, y según los testimonios aportados tras la Segunda Guerra Mundial por expertos como el doctor Leo Alexander, Schreiber fue el encargado de supervisar los experimentos en humanos que se realizaban en todos los campos de concentración. Una teoría que suscriben los autores de ‘Covert Action Information Bulletin’. Entre los ‘médicos’ –y nótense las muchas comillas– a los que inspeccionaba se hallaba Karl Gebhardt, famoso por las sádicas pruebas que realizaba en Auschwitz y Ravensbrück al amparo de su condición de la Cruz Roja alemana. Y aquí va tan solo un ejemplo: rompía las piernas de prisioneras locales y las infectaba con diferentes enfermedades para demostrar la escasa eficacia de los medicamentos germanos en el tratamiento de la gangrena gaseosa.

Schreiber, según la misma revista, también revisó, dirigió y fomentó experimentos tan crueles como «inyectar a personas y ratones, de forma indistinta, diferentes virus mortales como el del tifus, y trasferirlos luego entre ambas especies en busca de una vacuna». Pero la lista no acaba ahí, fue mucho más larga y amarga: administrar ictericia epidérmica infecciosa a prisioneros, sumergirles en agua helada para desvelar los límites del cuerpo, exponerles a fuertes dosis de material incendiario elaborado a base de fósforo, encerrarles en cámaras de baja presión hasta que sus pulmones colapsaban… Por intentar, habría intentado trasplantar miembros como brazos y piernas de reos de los campos de concentración a soldados nazis heridos en el frente ruso.

Él, sin embargo, defendió siempre que su trabajo había consistido en evitar la propagación de enfermedades infecciosas y en desarrollar vacunas para las fuerzas armadas alemanas. Y así lo explicó años después: «En 1940 fui nombrado profesor de Higiene y Bacteriología en la Universidad de Berlín y, en 1942, profesor de la Academia Médica Militar». Para él, no había más que eso. Sin embargo, Schreiber sí admitió que había sido testigo de las barbaridades perpetradas por los servicios médicos del Reich. Entre otras cosas, confirmó que el OKW –Oberkommando der Wehrmacht– había iniciado los preparativos para la guerra bactereológica contra los Aliados:

«En julio de 1943, el OKW convocó una conferencia secreta en la que participé como representante de la Inspección Médica del Ejército. Se nos dijo a modo de introducción que, como resultado de la situación de la guerra, las autoridades del Alto Mando tenían que adoptar un punto de vista diferente sobre la cuestión del uso de bacterias como arma del que había mantenido hasta entonces la Inspección Médica del Ejército. En consecuencia, el ‘Führer’, Adolf Hitler, había encargado al Mariscal del Reich, Hermann Göring, que dirigiera la realización de todos los preparativos para el inicio de la guerra bacteriológica y le había otorgado los poderes necesarios».

Experimentos en humanos

Schreiber se mostró a sí mismo como una suerte de héroe en las sombras que había recabado información sobre los experimentos realizados por los nazis en seres humanos para, después, intentar detenerlos. En los Juicios de Núremberg, a los que acudió como testigo, llegó a señalar a algunos de sus antiguos colegas: «Acudí a una conferencia secreta en la que se demostró que el Doctor Ding había inoculado a prisioneros con vacunas contra el tifus en el campo de concentración de Buchenwald y que, algún tiempo después, les había infectado con tifus mediante piojos para establecer sus conclusiones».

Fue una de las muchas pruebas que dijo haber presenciado. En su extensa declaración, presentada ante el Tribunal el 26 de agosto de 1946 en formato interrogatorio (preguntas y respuestas), Schreiber incidió en que, durante el ejercicio de sus funciones, se enteró de un segundo hecho: «El jefe del hospital de Hohenlychen, el SS-Gruppenführer, profesor Gebhardt, un cirujano de gran talento, realizó operaciones de cráneo a prisioneros de guerra rusos». En sus palabras, su colega «mató a los prisioneros a intervalos determinados para observar los cambios patológicos, el progreso de los cambios óseos a partir de la trepanación y los resultados de las operaciones, etc.».

La tercera ocasión en la que afirmó haber oído hablar de los experimentos en humanos fue en Núremberg, durante una «reunión científica organizada por el Alto Mando de la ‘Luftwaffe‘». El evento, explicó, se había sucedido en 1943, aunque no recordaba la fecha de forma exacta. Y, en él, dos de sus colegas, el doctor Kramer y el profesor Holzlehner, desvelaron a los presentes los resultados de los experimentos que habían llevado a cabo con internos en el campo de concentración de Dachau.

«El objetivo de los experimentos era obtener datos para la producción de un nuevo traje protector para aviadores que se utilizaría en el Canal de la Mancha. Muchos aviadores alemanes habían sido derribados en el Canal y, en poco tiempo, habían encontrado la muerte en el agua fría antes de que el avión de rescate pudiera llegar hasta ellos. Se proponían fabricar un traje que tuviera algún tipo de efecto aislante y protegiera el cuerpo contra el frío. Para ello, las personas en las que se realizaron los experimentos tuvieron que ser colocadas en agua a diferentes temperaturas bajas: helada, a cero grados, a más de cinco grados…. No sé exactamente cuáles eran todas las temperaturas. Se tomaron medidas que mostraban la disminución de la temperatura corporal mediante un gráfico».

Schreiber dijo recordar «un traje especial que desarrollaba una espuma entre la piel y el forro» y que, al parecer, «tenía un efecto aislante inmediato». Los expertos afirmaron que «con este traje se podía posponer la muerte por congelación durante un tiempo considerable», aunque incidieron en que, para elaborarlo, había sido necesario realizar una infinidad de experimentos «que costaron la vida a muchos sujetos». Esta retahíla de pruebas, sostuvo, habían sido propuestas por el sargento Kramer y aceptadas por el mismo Göring, pero jamás por él. «El Reichsführer SS Himmler tuvo la amabilidad de poner a disposición los sujetos para los experimentos», incidió. De hecho, subrayó que siempre se había mostrado contrario a ellas.

Retiro

No le fue mal a este controvertido personaje. Tras declarar como testigo en Núremberg y pasar por un campo de prisioneros soviético, fue fichado por los Estados Unidos como parte de la Operación Paperclip: el traslado a empresas e instituciones norteamericanas de una infinidad de científicos alemanes que habían trabajado mano a mano con el Tercer Reich. Schreiber firmó un contrato de seis meses con la Escuela de Medicina de Aviación de la Fuerza Aérea, ubicada en Texas. Quiso la ironía que, allí, se convirtiese en consultor de la división de ‘medicina preventiva global’. Su papel fue defendido por el general Robert Eaton:

«El doctor Schreiber fue contratado por la Fuerza Aérea debido a su amplia experiencia en los campos de la epidemiología y de la medicina preventiva militar, junto con su peculiar conocimiento de los problemas de salud pública y saneamiento en ciertas áreas geográficas. Ha colaborado en la preparación de un tratado sobre la epidemiología en los viajes aéreos y ha podido proporcionar a la Fuerza Aérea información valiosa».

Para desgracia del germano, la noticia de su llegada saltó a los medios de comunicación en marzo de 195, cuando el columnista Drew Pearson descubrió que había sido trasladado a Estados Unidos junto a su familia. Fue ahí cuando estalló la controversia. «Debido a la vergüenza que les provocó la exposición pública de su colaboración con Schreiber, los oficiales encargados de la Operación Paperclip le encontraron un trabajo similar en Argentina y se lo llevaron allí el 22 de mayo de 1952», explicaba la revista norteamericana.

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