Los críticos desaparecidos de la censura vírica china

| 6 mayo, 2020

En tiempos de coronavirus, la autocensura en China perdura de puertas para dentro. Fuera, lo hace el pensamiento unísono acorde a los cánones del Partido Comunista

LUCAS DE LA CAL. EL MUNDO.– El último vídeo que publicó Li Zehua en Wuhan fue como una de esas películas de acción de serie B: bajo el argumento principal de un contagioso y extraño virus que se expande cada día más, hay una persecución en coche por una ciudad gris y húmeda en medio de China que acaba con el protagonista de la huida escondido a oscuras en su apartamento, sentado en silencio delante del ordenador. Mientras, un grupo de policías y de tipos engalanados con trajes blancos protectores van llamando a todas las puertas de su edificio.

La primera vez que aporrean su puerta, Li abraza el mutismo. Pero tres horas después, vuelven a llamar. Esta vez, Li escucha una voz conocida. Abre la puerta, pero tras la voz de un viejo amigo también están aquellos hombres que lo persiguen. La cámara del móvil no deja de grabar hasta que le requisan todos sus equipos electrónicos. Después, lo llevan hasta la comisaría para interrogarlo por «alterar el orden público».

Todo eso ocurrió el 26 de febrero. Li Zehua es un bloguero chino que se disfrazó de periodista para hacer una cobertura de lo que ocurría en Wuhan, al margen de las directrices informativas establecidas desde Pekín. Todo lo que veía, lo grababa y lo subía a su canal de Youtube. Hasta que llegó la persecución, la visita a su apartamento, el interrogatorio en comisaría y su desaparición.

No se volvió a saber nada más de él hasta que reapareció hace un par de semanas en otro vídeo. ¿Qué pasó realmente? Pues que, según cuenta, lo obligaron a hacer cuarentena en un piso de Wuhan, vigilado 24 horas, hasta que lo soltaron a finales de marzo y regresó con su familia a su pueblo natal. En cambio, el tono que utiliza Li en su reaparición es muy distinto al de sus anteriores vídeos. Ya no menciona que los comités vecinales estaban encubriendo nuevas infecciones, ni habla del colapso que había en los crematorios. «Durante todo el proceso, los oficiales actuaron civilmente y me proporcionaron comida y tiempo para descansar. Me cuidaron», dice en su vídeo.

Hace un par de días, conocimos un informe de 15 páginas elaborado por cinco agencias de Inteligencia occidentales (Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido), que forman una alianza conocida como Five Eyes, en el que detallan cómo China ocultó información durante el comienzo del brote. Además, en un apartado, el informe menciona cómo las autoridades del gigante asiático han perseguido y detenido a activistas y periodistas que acudieron a Wuhan para cubrir de forma independiente la respuesta de China a la pandemia. Como ocurrió con el caso de Li Zehua. Al igual que la represión que han sufrido algunos ciudadanos por verter críticas al Gobierno de Xi Jinping.

Poco antes de que Li viajara al epicentro del coronavirus, un activista convertido en periodista ciudadano, Chen Qiushi, había desaparecido. Chen, que ya se hizo famoso por sus vídeos de denuncia durante las protestas de Hong Kong, llegó el 24 de enero en Wuhan. «Usaré mi cámara para documentar lo que realmente está sucediendo. Prometo que no ocultaré la verdad«, soltó en el primer vídeo que subió a Youtube.

Chen fue visitando los hospitales colapsados y entrevistando a los médicos al principio del brote. Su pista se perdió el 5 de febrero en el Hospital Fangcang. Dos días después, su madre publicó un vídeo en Twitter en el que explicaba que su hijo había desaparecido y pedía ayuda para encontrarlo. No se ha vuelto a saber nada más de él salvo lo que declaró en una entrevista un amigo suyo, Xu Xiaodong, que aseguró que Chen había sido puesto en cuarentena por la fuerza, pero que nadie sabía donde estaba.

Cuatro días después de la desaparición de Chen, también se perdió el rastro de un comerciante textil de Wuhan que llevaba desde el 25 de enero publicando vídeos en Youtube en los que narraba la situación del epicentro del coronavirus. Él, Fang Bin, fue acusado por las autoridades chinas de difundir «noticias falsas».

El primer motivo fue un vídeo que publicó el 1 de febrero en el que se ven varios cadáveres en sacos dentro de una furgoneta aparcada a las puertas de un hospital de Wuhan. Después, grabó escenas de pacientes tirados por el suelo de un hospital y una entrevista con un hombre que acababa de perder a su padre por el virus. La policía lo fue a buscar a su apartamento. Entre las razones para arrestarlo, también estaba la acusación de estar recibiendo «dinero de organizaciones extranjeras para grabar vídeos». Fang fue puesto en libertad. Pero, tras seguir publicando sus vídeos en las redes, desapareció finalmente el 9 de febrero.

Tampoco se sabe nada del profesor Xu Zhangrun desde que publicó a mediados de febrero un artículo crítico con el presidente chino, Xi Jinping, por su gestión de la crisis del coronavirus. Xu, profesor de Derecho de la Universidad Tsinghua de Pekín, había escrito un ensayo contra la censura del régimen y pidiendo libertad de expresión. «La epidemia de coronavirus ha revelado el núcleo podrido del Gobierno chino», escribió. Varios de sus amigos contaron a ‘The Guardian’ que el profesor fue puesto bajo arresto domiciliario.

Poco después, un conocido activista llamado Xu Zhiyong, también fue arrestado por lanzar críticas a Pekín. «La detención de Zhiyong refleja que la lucha contra el coronavirus no ha desviado un ápice al Gobierno chino de su campaña general en curso para reprimir todas las voces disidentes y su asalto implacable a la libertad de expresión», publicó Amnistía Internacional en su web el 17 de febrero.

Si seguimos el hilo de los comunicados al respecto publicados por organismos internacionales, uno de los más duros fue el que Reporteros Sin Fronteras (RSF) sacó a finales de marzo: «Si la prensa china fuera libre, el coronavirus no sería una pandemia», rezaba el titular. «Sin el control y la censura impuesta por las autoridades de China, los medios chinos habrían informado a la ciudadanía mucho antes de la gravedad de epidemia de coronavirus, salvando así miles de vidas», proseguía la nota.

En tiempos de coronavirus, la autocensura en China perdura de puertas para dentro. Fuera, lo hace el pensamiento unísono acorde a los cánones del Partido Comunista. Aunque sea pura fachada, está mal visto protestar. En voz alta pocos se atreven. Y, si lo hacen escondidos en el anonimato de las redes sociales, los sistemas de censura se activan y borran cualquier comentario que consideren demasiado crítico.

DESCONFIANZA INTERNACIONAL

Uno de los pocos que se atrevió a lanzar un mensaje duro fue el magnate inmobiliario Ren Zhiqiang (69 años), que además es miembro del Partido Comunista. Ren desapareció en marzo después de haber escrito un artículo en que describía al presidente Xi como un «payaso hambriento de poder». Al igual que destacaba el comunicado de RSF, para Ren los límites a la libertad de expresión y la censura a los medios en China habían exacerbado la epidemia. A principios de abril, cuando ya se había perdido el rastro del empresario, supimos que las autoridades lo estaban investigando como sospechoso de «violaciones graves de la disciplina y la ley».

Desde Pekín tienen clara cuál debe ser su narrativa post coronavirus, y no dejarán que dentro de sus fronteras pongan en duda la premisa de su ejemplar actuación para resolver esta crisis sanitaria. Desde el primer momento han presumido de transparencia. Y no dudan en utilizar todos sus tentáculos para silenciar cualquier voz discordante que pueda hacer dudar al pueblo. No sabemos cuándo reaparecerán activistas como Chen Qiushi o Fang Bin. O si cuando acabe su misteriosa «desaparición», habrán rebajado el discurso crítico en sus vídeos como ha hecho Li Zehua. Pero, mientras China ahora sólo pone el foco en reactivar su locomotora, el resto del mundo, que no se puede silenciar, mira al gigante asiático con desconfianza.

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