Las mil caras de la ultraderecha europea

, | 13 febrero, 2015

MarineLePencantonalesLA MAREA.- Condicionan a los que gobiernan. Llenan salas y pisan calles. Tuitean y seducen. Elección tras elección, van cosechando éxitos electorales. Y han llegado a asesinar. Hoy, la ultraderecha es la mayor amenaza para la democracia y la diversidad social en Europa. En este sentido, el fascismo supone un riesgo mucho mayor que el islamismo más reaccionario y fundamentalista, según David Karvala, portavoz de la plataforma Unitat contra el Feixisme i el Racisme (UCFR). Marine Le Pen, presidenta del Frente Nacional (FN) francés de extrema derecha, sigue siendo más peligrosa para la cohesión social que una célula durmiente yihadista, por mucho impacto que produzcan atentados tan brutales como el sufrido por la redacción de la revista Charlie Hebdo o el secuestro de un supermercado kosher en París. “Que una persona joven y musulmana de los barrios populares se sienta atraída por el islamismo radical demuestra que algo va mal en Europa. Pero creer que esta persona amenaza a la democracia tanto como el fascismo es dejarse llevar por los prejuicios, no por el análisis”, sostiene Karvala.

Es por eso que hay que hablar de la ultraderecha. Porque ignorarla es una estrategia que no sirve. Avanza igual. La nebulosa de etiquetas y adjetivos que la sazonan es amplia: populistas, eurófobos, ultranacionalistas, antiinmigración, islamófobos, fascistas, neonazis… Detrás de discursos maquillados se esconden apologistas del autoritarismo y racistas que apelan al centrismo en unas sociedades empantanadas por la crisis. Esta amalgama de partidos y alianzas es la epidemia resultante del abandono por parte de la socialdemocracia y los comunistas de la clase obrera y sus barrios, de los efectos del neoliberalismo y las continuidades fascistas, argumenta Johannes Kiess, profesor de Sociología de la Universidad de Leipzig (Alemania).

Normalmente, la expresión pública de la xenofobia se mantiene latente, a la espera de las elecciones o de ser instrumentalizada, como está ocurriendo ahora. La derecha radical agita a unos ciudadanos contra otros. Así se ha visto en Alemania con los integrantes del movimiento Pegida (Patriotas contra la Islamización de Occidente, en sus siglas en alemán), que han revolucionado el mundo ultra europeo al sacar a la calle a miles de personas en ciudades como Dresde. Pero tras su oposición inicial al salafismo y al Estado Islámico, subyacen islamofobia, racismo y oportunismo político. Unos atributos que quedaron personificados en su líder, Lutz Bachmann, obligado a dimitir a raíz después de que se filtrara una foto suya en la que aparecía caracterizado como Adolf Hitler. Un no-go traumático en su país. El auge de Pegida ha puesto en alerta a buena parte de la sociedad alemana y en las últimas semanas las manifestaciones contra la islamofobia son cada vez más numerosas.

Contexto de pérdida

La intolerancia y la etnización de los temas sociales en un contexto de pérdida de soberanía estatal dan frutos, sostiene el profesor Johannes Kiess. En Francia, el FN se ha marcado como objetivo llegar al poder en 2017 con una campaña de “modernización” que acabe con la “demonización” del partido personificada en Marine Le Pen. Joven, mujer y, al fin y al cabo, Le Pen. Marine, la hija del caudillo del FN, Jean-Marie, un viejo nostálgico de Vichy que se coló en la segunda vuelta de las presidenciales de 2002, aunque acabó perdiendo ante Jacques Chirac.

Un estudio de la Universidad de Bielefeld (Alemania) –basado en 1.000 encuestas telefónicas realizadas en 2011 en Francia, Hungría, Italia, Países Bajos, Polonia, Portugal, Reino Unido y Alemania– concluyó que casi la mitad de los entrevistados considera que en su país hay demasiados extranjeros. También la mitad ve el islam como una “religión de la intolerancia”. Un tercio cree en una jerarquía natural entre personas y etnias, con la blanca a la cabeza.

El renacimiento de la derecha radical adopta múltiples formas en Europa. Hay quienes abrazan los postulados del strasserismo y del anticapitalismo, como Amanecer Dorado, Jobbik o el Partido Nacionaldemócrata de Alemania (NPD). Unos partidos que, como muestra Meh-met G. Daimagüler –abogado de dos de las familias de las víctimas del grupo terrorista alemán neonazi Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU)–, se organizan, en algunos casos secretamente, en grupos de camaradería libre paramilitar. Otra derecha radical, más populista y neoliberal, opta por desarrollar una “identidad de civilización europea en contraposición y confrontación frontal con la UE, la inmigración y el islam”, afirma Kiess. Ambas han llegado, a través de los votos, al Parlamento Europeo (PE). Es el caso de Alessandra Mussolini, eurodiputada por el partido heredero del fundado por su abuelo, el dictador italiano Benito Mussolini, y encuadrada hoy en las listas de Fuerza Italia, la coalición de Silvio Berlusconi.

La frivolización y la banalización son elementos característicos de la nueva derecha radical, remarca Daimagüler, abogado alemán de ascendencia turca. Así como el rechazo a la democracia plural, el odio a las minorías y a los extranjeros, el racismo, el principio de liderazgo fuerte y personalista y el autoritarismo, añade Kiess. La propaganda y la manipulación son sus recursos para inducir y seducir a la población ante una amenaza que se magnifica y exagera: “La islamización de Occidente o el control judío de la banca”.

La crisis económica y financiera no es la única causa del auge de estas formaciones. Muchas tienen su origen en la cultura política y las experiencias históricas de cada país. El éxito también depende de su capacidad para conseguir votos, señala Kiess. En España, por ejemplo, Falange, el partido de Franco, es marginal, y el franquismo sociológico se halla en las estructuras del PP.

Junto con Le Pen, los máximos representantes de la corriente populista de derechas son los otros dos partidos ultras que ganaron las elecciones europeas en sus respectivos países: el UKIP británico y el Partido Popular Danés. El estilo discursivo de esta corriente unifica posiciones muy diferentes y fragmentadas en una simplificación del espacio político. Un discurso tóxico antipolítica y antiburocracia que, contradictoriamente, pide menos Estado y a la vez más policía y seguridad.

Por su parte, los partidos neofascistas y neonazis más tradicionales han adaptado su discurso a la modernidad y a la coyuntura política. Una nueva modalidad de xenofobia sustituye en la actualidad al concepto de raza de la ecuación nacionalsocialista por el de cultura y/o identidad. Si bien ya no usan las mismas palabras que Hitler o Mussolini y además son hábiles camuflando la apología del nazismo, sus líderes hacen campaña con métodos parecidos, aunque cambien de estética. Y consiguen resultados. En varios gobiernos regionales ya controlan el poder y administran fondos públicos.

Contagio en los partidos del establishment

¿Qué es, pues, lo que hace peligrosa a la derecha radical y populista? La verdadera amenaza es que su discurso, propagado a través del miedo, los temores, las mentiras, el resentimiento, el chovinismo y el odio, ha sido adoptado en repetidas ocasiones, muchas veces con fines electoralistas, por los partidos del establishment, desde la democracia cristiana hasta la socialdemocracia. Tanto Nicolas Sarkozy como Manuel Valls, a remolque del FN, han llevado a cabo deportaciones de gitanos desde Francia a Bulgaria y Rumanía.

En algunos casos, también responde a la convicción personal. Un ejemplo de ello es Thilo Sarrazin, exdirectivo del Bundesbank, ex senador de Finanzas de Berlín, miembro del Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) y autor del libro Alemania se anula a sí misma, donde escribe que “los inmigrantes musulmanes son menos inteligentes y se integran peor, pero tienen más hijos y esto lleva a Alemania hacia la destrucción”.

El otro gran pilar de la ultraderecha es su capacidad para aglutinar y movilizar a los sectores más radicales y su predisposición a perpetrar actos violentos. Un ejemplo es el asalto de la plataforma La España en Marcha al Centro Cultural Blanquerna, la delegación de la Generalitat de Cataluña en Madrid, en abril de 2014. En otros países, la violencia es extrema. Las acciones de grupúsculos, a veces armados, se han traducido en agresiones y asesinatos, como los de la trama neonazi NSU en Alemania o la de sus homólogos de Ucrania. En Hungría, en 2011, una milicia sembró el pánico al organizar una cacería de gitanos.

La radicalización de una capa pequeña de ciudadanos no sucede porque sí, sino que suele responder a distintas causas sociopolíticas. “Cuando el centro burgués empieza a propagar que los extranjeros echan a perder al país, entonces hay gente que piensa que hay que tomar medidas”, denuncia Daimagüler. Y los ultras pasan a la acción. Por ello, cuando se habla de la NSU, hay que hablar también de Sarrazin. “Claro que él no es responsable de la eclosión de la NSU, pero lo que dice tiene consecuencias”, puntualiza el abogado. “No hoy, ni mañana, pero tal vez en un futuro cercano”. Quizá con Pegida. La NSU y el noruego Anders Behring Breivik –autor de la matanza de 77 personas, en 2011, en Oslo y en el islote de Utøy– comparten objetivo: parar la supuesta extranjerización de sus países.

A partir del antiguo germen neonazi y ultranacionalista han surgido experiencias anti-antifascistas que, tras ofertas de ocio, música, deportes y defensa de la patria y la naturaleza, esconden tanto una ideología neofascista, xenófoba y reaccionaria como personas que trabajan en red para establecer una sociedad totalitaria. Nombres, muchos: Hogar Social Ramiro Ledesma de Madrid, el Casal Tramuntana en Barcelona, CasaPound en Roma.

La ultraderecha ha logrado que haya representantes neonazis en las instituciones. En paralelo, también avanza extraparlamentariamente y va trazando lazos internacionales. Lo hicieron en su día las convocatorias en honor a Rudolf Hess o Francisco Franco, a las que acudieron representantes de toda Europa. Lo son hoy los conciertos de RAC (Rock Against Communism) –de rock y hardcore racista–, que sirven para desvirtualizar a activistas, fortalecer los contactos y autofinanciarse; y las marchas fúnebres en Dresden y Magdeburgo en recordatorio a los bombardeos aliados o en Varsòvia, la más multitudinaria de Europa, de celebración hooliganista de la independencia del país.

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