Las dos muertes de Yolanda González

, | 4 diciembre, 2018

Tras su asesinato en 1980 con 19 años, unos vándalos pintan una esvástica y desmontan la placa que recuerda a la joven

JUAN JOSÉ MATEO. EL PAÍS- El pasado fin de semana, una vecina encuentra en la basura la placa que recuerda a Yolanda González —asesinada en 1980 por un comando de ultraderecha— y decide ponerla a buen recaudo guardándola en su piso. Esto es lo que ocurre para llegar hasta ese instante. El 18 de noviembre, la junta del distrito de Latina presenta la insignia en honor de la líder estudiantil, secuestrada y ejecutada a tiros por militantes de Fuerza Nueva cuando tenía 19 años. Una semana más tarde, el distintivo aparece mancillado por una esvástica, igual que si alguien quisiera sumar al asesinato de la joven la muerte de su recuerdo. Quince días después de la inauguración, este pasado fin de semana, llega el siguiente ataque: alguien arranca la placa, dejando solo el mástil que la sostiene hasta que los vecinos ponen en su lugar un cartel plastificado.

“Da rabia. Produce dolor. Es el mejor reflejo de cómo es y sigue siendo el totalitarismo de derechas y violento, que se lleva por delante a todo el que no opina como ellos”, lamenta Mar Noguerol, que compartía piso con González y su novio hasta aquel viernes 1 de febrero de 1980, cuando el ultraderechista Emilio Hellín la secuestró y asesinó en un descampado con la colaboración de otras personas. “Era una mujer que tenía las cosas muy claras, muy independiente, firme, idealista, como éramos todas las personas de esa generación que nos echamos masivamente a las calles y a la militancia para acabar con la dictadura y para que la transición no fuera algo a medias”, razona. “Con 16 años empezó a interesarse por la política. Vino a Madrid por amor, para emprender una vida con su pareja”, sigue. “Vinieron a vivir a mi casa, al piso de Empalme, de donde se la llevaron”, añade. Y lamenta: “Me ha costado años volver allí”.

Allí es un piso de 60 metros cuadrados en el número 101 de la calle Tembleque, en el madrileño barrio de Aluche. El lugar al que se traslada González desde el País Vasco para perseguir el sueño de una vida con Alejandro Arizcun, su novio. La base de operaciones desde la que participa en manifestaciones en contra del Gobierno, vive con pasión su militancia y se desloma mientras divide su tiempo entre el trabajo de limpiadora y los estudios de electrónica. El sitio en el que todo empieza a acabar aquel 1 de febrero de 1980.

Alguien llama a la puerta. En el piso no están Noguerol ni Arizcun. González, vasca hija de burgaleses emigrados, abre la puerta. Al otro lado están los integrantes del Grupo 41, una banda criminal relacionada con la ultraderechista Fuerza Nueva. Lo que sigue está registrado en las hemerotecas y en los archivos judiciales. La reducen. Registran el piso en busca de pruebas que la vinculen con ETA, pese a que González no tiene nada que ver con la banda terrorista. La meten en un coche. Forcejean. La interrogan durante el trayecto. Llegan a un descampado próximo a la carretera que une Alcorcón y San Martín de Valdeiglesias. Y allí, en mitad de la nada, le descerrajan tres tiros. “Militantes de Fuerza Nueva asesinaron a Yolanda González”, titula en portada EL PAÍS poco después.

Han pasado casi 40 años de aquel terrible crimen que estremece al país y que parece como salido de un thriller, porque incluye hasta la huida del asesino a Paraguay. Sin embargo, la placa que recuerda a la víctima del asesinato no ha durado ni un mes enhiesta sin que la ataquen.

Nueva placa

“Es inexplicable”, dice Carlos Fonseca, autor de No te olvides de míYolanda González, el crimen más brutal de la Transición(Planeta), la obra que reconstruye la vida de la joven a través de los testimonios de sus allegados, fotografías y documentos. “Yolanda ni era dirigente de ningún partido, ni era una persona especialmente significada”, sigue este periodista de larga trayectoria. “La mataron con saña”, lamenta. Y subraya: “No me cabe en la cabeza qué odio o qué inquina puede haber hacia una chica asesinada de manera tan brutal hace 38 años y cuyo delito, entre comillas, fue ser una joven de izquierdas y de su época”.

“Una vecina del barrio encontró la placa en un contenedor de basura, se enfadó, la recuperó y nos avisó”, reconstruye Carlos Sánchez Mato (IU), que preside la Junta municipal de Latina. “Esa placa ya no vale para nada, ya que está dañada, pero al mismo tiempo vale para mucho, porque demuestra que en Madrid hay gente que vale la pena”, sigue sobre los vecinos. “Cuando hicimos la inauguración, hubo amenazas. Son cobardes que lo único que hacen son actuaciones miserables como arrancar una placa en memoria de una estudiante asesinada por fascistas”, añade. “Eso es abyecto”, subraya. “Y por supuesto, la vamos a reponer. Una y mil veces. Las que sea necesario”.

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