La violencia machista se adapta a las redes, el teletrabajo y las relaciones personales en pleno auge de internet por la pandemia

| 5 mayo, 2021

infoLibre.- Los efectos de la pandemia han dado un vuelco en la vida de toda la población, a todos los niveles. También ha cambiado por completo la actividad productiva y las relaciones sociales, todo volcado en una esfera: la digital. Las cifras hablan: la pandemia ha disparado el consumo de internet, los españoles no despegan sus ojos de las pantallas durante una media de seis horas y once minutos al día y ya son 37 millones los que cuentan con un perfil en redes sociales, el 80% de la población, según un informe de la plataforma Hootsuite. Internet ha entrado en las vidas de los españoles, pero no lo hace como un lienzo en blanco: en el espacio online se reproducen las mismas sombras, los mismos obstáculos y los mismos lastres que en la vida real. Entre ellos, la violencia contra las mujeres.

«Violencia colectiva» en redes sociales

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El pasado 11 de abril, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, anunciaba que dejaba Twitter por la creciente hostilidad en la red social, donde cultivar el debate e intercambiar opiniones se hacía cada vez más difícil, a juicio de la regidora. «A la política le sobra ruido, testosterona y proclamas de tuit fácil«, decía. El anonimato que conceden las redes sociales es uno de los principales alicientes para dar rienda suelta al acoso. Lo explica Noelia Igareda, investigadora en el grupo feminista Antígona de la Universitat Autònoma de Barcelona (UAB). Existe una forma de violencia, comenta en conversación con este periódico, dirigida a las «mujeres con un perfil de proyección pública». Ellas son «víctimas de una forma de violencia más colectiva por el hecho de ser mujeres y porque están transgrediendo los roles de género esperados».

Poco después de Ada Colau, abandonó la red social la periodista Cristina Fallarás, quien años antes logró viralizar la campaña feminista #Cuéntalo, sobre relatos de violencia sexual. Lo recuerda la socióloga y profesora en la Universidad Carlos III de Madrid Begoña Marugán. «El problema es que en el fondo hay una gran complicidad social y al final la solución es que la víctima se vaya».

Haber volcado gran parte de la actividad humana en las redes sociales facilita que la tecnología esté «ampliando y maximizando» los movimientos de las personas, con «repercusiones que en muchas ocasiones se escapan de nuestros límites humanos». Habla Ianire Estébanez, psicóloga y ciberactivista. Recalca que «la intolerancia, la crítica constante y el lenguaje de odio que se difunde de manera masiva en estos medios» no son producto de la tecnología, sino reflejo de hábitos sociales que a veces pueden transformarse en «violencia masiva». Estas dinámicas, en el contexto de una sociedad machista, «tiene efectos directos: se insulta y acosa a las mujeres por sus cuerpos, se las etiqueta negativamente en torno a mitos sobre su sexualidad, se utilizan medios masivos para humillarlas públicamente«. No es algo nuevo, recalca, pero las redes se han convertido en las grandes aliadas de la violencia.

Teletrabajo y acoso sexual

A finales del pasado mes de marzo, el Comité Económico y Social Europeo, órgano consultivo de la Unión Europea, emitía un dictamen sobre teletrabajo e igualdad de género. El asunto de la violencia machista estaba bien presente. El teletrabajo «entraña el riesgo de aumentar la carga de las mujeres, llevándolas a realizar una parte incluso mayor del trabajo doméstico no remunerado, al tiempo que las expone a otros riesgos como la violencia doméstica y en línea o la pérdida de oportunidades profesionales», decía el texto. En ese sentido, completaba afirmando que la pandemia «también ha traído consigo un alarmante aumento de la violencia contra las mujeres, tanto física como en línea, estando las víctimas de esta última significativamente más aisladas de posibles recursos y oportunidades de ayuda» y además «el trabajo a distancia ha hecho que el acoso sexual relacionado con el trabajo sea más frecuente en línea«.

Las nuevas formas de trabajo han contribuido a canalizar el acoso. Según la Macroencuesta sobre violencia de género, un 19% de las mujeres que han sufrido violencia sexual señalan a sus jefes y otros compañeros de trabajo como sus agresores. Y entre las mujeres que dicen haber sido víctimas de stalking o acoso continuado, el 11,4% menciona a sus supervisores o compañeros. Marugán admite que en materia de acoso sexual en el trabajo la información escasea. «Seguimos hablando de violencia de género, pero el problema del acoso sigue sin estar excesivamente explorado«, sostiene. Lo que sí es evidente es que aquello que ocurre en internet y las redes sociales es reflejo de lo que sucede en la vida cotidiana y por tanto «si hay acoso en los ámbitos laborales en las situaciones de no pandemia, lo va a seguir habiendo» en las circunstancias actuales, con la única diferencia de que cambian «las formas de expresión».

Para la socióloga y sindicalista, se ha perdido un tiempo muy valioso pensando en la conciliación. Es cierto que la carga asumida por las mujeres durante los meses de pandemia ha sido importante, pero a cambio se han descuidado asuntos como el acoso en el trabajo. Los planes contra el acoso, obligatorios para todas las empresas, han sido de hecho los grandes olvidados en la regulación del trabajo en remoto. La Ley del Teletrabajo insta a las empresas a «tener en cuenta las particularidades del trabajo a distancia» en la configuración y aplicación de «medidas contra el acoso sexual, acoso por razón de sexo, acoso por causa discriminatoria y acoso laboral». La forma de hacerlo, sin embargo, es todavía terreno inexplorado.

Control y relaciones afectivas

Durante la pandemia, los expertos enseguida recurrieron a un concepto que ha ido cobrando más protagonismo: la violencia de control. Una expresión que se refuerza con el uso de las nuevas tecnologías. La pandemia ha conducido a una «permanencia frente al móvil que, sin duda, facilita que quien necesita controlar a la otra persona tenga más posibilidad de hacerlo«, explica Estébanez. Este control –»revisar mensajes, saber en todo momento lo que estás haciendo, echar en cara a quién sigues en redes»– ya era un comportamiento habitual y muy normalizado en las relaciones, razona la psicóloga, especialmente entre los más jóvenes, quienes no tienen los límites tan identificados. «Esto no significa que las relaciones de las parejas jóvenes sean más violentas que las adultas», matiza la experta, sino que posiblemente se trate de un colectivo «más vulnerable a normalizar ciertas conductas porque están en un periodo de aprendizaje».

Igareda recalca que, en el caso de la pareja, se tiende a pensar que las redes son una herramienta más, pero lo cierto es que «no es un mero instrumento, sino una violencia en sí misma que muchas veces se ejerce de forma simultánea» a la violencia física, psicológica o sexual. «Hemos atendido a mujeres a las que le habían instalado un hardware que las espiaba en su propio ordenador, el agresor sabía en todo momento qué es lo que hacía ella», expone la experta. No es ciencia ficción. Este martes, un hombre fue detenido en Sevilla por acosar y espiar a su mujer con un geolocalizador en el coche, un dispositivo espía en el móvil y una cámara oculta.

Son los casos más sutiles, sin embargo, los que suscitan dudas en cuanto a la detección. «Ni las propias víctimas son muy conscientes, no lo entienden como violencia si no hay evidencias muy flagrantes». Y quienes dan el paso de denunciar, tienden a toparse con la incomprensión de las autoridades y los operadores jurídicos. Coincide Marugán. Es un delito que presenta no sólo importantes dificultades para detectarlo, sino que además se puede producir con mayor facilidad –pantalla mediante, la sensación de delinquir se diluye– y las mujeres difícilmente se reconocen como víctimas porque entienden la violencia de género, esencialmente, como maltrato físico o agresiones sexuales.

Para Estébanez, la identificación de las violencias, edulcoradas por el efecto de las nuevas tecnologías, sólo será posible a través de la concienciación colectiva. «Las violencias no dejan de existir y si nos tenemos que defender es porque siguen existiendo», por lo que es fundamental «comenzar a cuestionar a quienes agreden, quienes se colocan en una posición de poder, de agresividad y dominio». Y mientras el cambio llega, ¿es internet un lugar seguro para las mujeres? Todas las voces, sin necesidad de meditarlo, responden negativamente. Estébanez justifica su rotundidad: «Soy muy contundente porque internet es un espacio no neutro» y aunque las mujeres tengan que acudir a él, se siguen exponiendo «a violencia y acoso». Barugán resuelve la pregunta subrayando que internet es un lugar hostil por un motivo: «No hay ningún lugar seguro para las mujeres«.

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