La mitad de las personas sin hogar en Catalunya ha sufrido episodios de violencia en la calle.

| 6 mayo, 2022


PÚBLICO/MAR SUY.- El robo o la quema de pertenencias, agresiones físicas y verbales, y en los casos más extremos, la muerte, son las situaciones que viven las personas que duermen en la calle en Barcelona y que se palpan también en el resto del territorio catalán. La cifra hace referencia a las personas atendidas por la Fundació Arrels. Alrededor de 18.000 catalanes no tienen techo, según ECAS.

Juan tiene 61 años y desde hace cuatro vive en un piso compartido que le ha proporcionado la Fundació Arrels, una de las entidades que atiende y orienta a las personas sin hogar que viven en las calles de Barcelona. Hace 25 años, la vida le llevó a abandonar todo lo que hasta entonces había conformado su ser y círculo y, con solo una mochila, se instaló en las calles de Barcelona, llegando a pasar hasta 15 años en la Rambla de Poblenou. En ese tiempo, experimentó «violencia de todos colores», mayoritariamente como víctima, de noche y por parte de desconocidos, aunque no se exenta de haberla originado en alguna ocasión.

«Vivir en la calle es como llevar una venda a los ojos», explica. «Pierdes la noción de la vida tal y como la conocías, piensas en ti y solo en ti, y te evades del mundo con tus vicios». Juan dejó su casa para poder ser «el guía de su vida», pero asegura que no desea la calle a nadie. «La calle duele y te hace perder esto», dice tocándose la cabeza. Durante diez años, el equipo de calle de Arrels lo visitó los martes y los jueves para ofrecerle ayuda y un cobijo, pero él siempre la rehusó: «solo tú puedes decidir que quieres un cambio de rumbo», y este vuelco se produjo cuatro años atrás.

La Fundació Arrels atendió a 2.129 personas que vivían en la calle a lo largo de 2021, de las cuales un 46% manifestaban haber sufrido algún episodio de violencia, tanto física como verbal, mientras permanecían a la intemperie. Es decir, prácticamente la mitad. El robo o la quema de pertenencias, agresiones físicas y verbales y, en los casos más extremos, la muerte, son las situaciones que viven las personas sin techo en la capital catalana, una realidad que se extiende más allá de Barcelona y que se palpa también en el resto de Catalunya.

Este porcentaje no es del todo representativo, comenta Bea Fernández, responsable del equipo jurídico de Arrels, ya que en muchas ocasiones las víctimas optan por no interponer una denuncia. «Desconocen quién es el agresor, a menudo la violencia es ejercida en colectivo y de noche, por lo que la persona agredida se encuentra sola y aislada y le es más difícil defenderse», expone. Además, en muchos casos la denuncia no acaba siendo fructífera por el simple hecho de que no se puede identificar al agresor de los hechos. El atacante no suele ser del entorno de la víctima y se trata de «violencia gratuita», recalca Fernández. Juan también lo subraya: «viene gratis».


Juan tiene 61 años y desde hace cuatro vive en un piso compartido que le ha proporcionado la Fundació Arrels, una de las entidades que atiende y orienta a las personas sin hogar que viven en las calles de Barcelona. Hace 25 años, la vida le llevó a abandonar todo lo que hasta entonces había conformado su ser y círculo y, con solo una mochila, se instaló en las calles de Barcelona, llegando a pasar hasta 15 años en la Rambla de Poblenou. En ese tiempo, experimentó «violencia de todos colores», mayoritariamente como víctima, de noche y por parte de desconocidos, aunque no se exenta de haberla originado en alguna ocasión.

PUBLICIDAD

«Vivir en la calle es como llevar una venda a los ojos», explica. «Pierdes la noción de la vida tal y como la conocías, piensas en ti y solo en ti, y te evades del mundo con tus vicios». Juan dejó su casa para poder ser «el guía de su vida», pero asegura que no desea la calle a nadie. «La calle duele y te hace perder esto», dice tocándose la cabeza. Durante diez años, el equipo de calle de Arrels lo visitó los martes y los jueves para ofrecerle ayuda y un cobijo, pero él siempre la rehusó: «solo tú puedes decidir que quieres un cambio de rumbo», y este vuelco se produjo cuatro años atrás.https://d-2880733583632679423.ampproject.net/2204221712000/frame.html

«La calle duele y te hace perder esto»Erradicar el sinhogarismo en cinco años: el ambicioso objetivo de una ley «pionera» en Catalunya

La Fundació Arrels atendió a 2.129 personas que vivían en la calle a lo largo de 2021, de las cuales un 46% manifestaban haber sufrido algún episodio de violencia, tanto física como verbal, mientras permanecían a la intemperie. Es decir, prácticamente la mitad. El robo o la quema de pertenencias, agresiones físicas y verbales y, en los casos más extremos, la muerte, son las situaciones que viven las personas sin techo en la capital catalana, una realidad que se extiende más allá de Barcelona y que se palpa también en el resto de Catalunya.

PUBLICIDAD

Este porcentaje no es del todo representativo, comenta Bea Fernández, responsable del equipo jurídico de Arrels, ya que en muchas ocasiones las víctimas optan por no interponer una denuncia. «Desconocen quién es el agresor, a menudo la violencia es ejercida en colectivo y de noche, por lo que la persona agredida se encuentra sola y aislada y le es más difícil defenderse», expone. Además, en muchos casos la denuncia no acaba siendo fructífera por el simple hecho de que no se puede identificar al agresor de los hechos. El atacante no suele ser del entorno de la víctima y se trata de «violencia gratuita», recalca Fernández. Juan también lo subraya: «viene gratis».

El circuito de apoyo

Dar credibilidad al discurso de la víctima es «primordial» para acompañarla en este proceso, explican desde Arrels: es necesario escucharla y dotarla de espacios de seguridad. A la persona afectada, se le proporciona un lugar y un interlocutor -sea un educador, un voluntario o una persona de la sede- para que pueda narrar la sucesión de hechos y dar a conocer la historia en la Fundació. En caso de que la agresión sea reciente y se perciban secuelas físicas, el primer paso es aproximarse al hospital para obtener un informe médico y seguir los consiguientes pasos para recuperar la condición física inicial.

La denuncia es una decisión de cada uno y no siempre acaba interponiéndose. «La infradenuncia es muy habitual», lamenta Fernández, ya que muchos deciden no dejar por escrito la queja. Consideran que lo que han sufrido «no es ni una agresión», debido a que conviven a diario con ellas y parece que se han vuelto intrínsecas al hecho de vivir en la calle. Además, «muchas denuncias quedan archivadas» porque no siempre se localizan a los culpables de la agresión. «La gente se aprovecha de tu vulnerabilidad, y te ataca porque se considera superior a ti», sostiene Juan. De hecho, él nunca ha denunciado ninguna agresión, ya que no se sentía en condiciones para encarar los trámites que supone todo el proceso: «No estás bien mentalmente, la cabeza está en otro sitio».

En cuanto a la escala jurídica, si la persona no la ratifica, la denuncia no tiene recorrido, pone de manifiesto Fernández. Sin embargo, subraya que con o sin queja, se hace un acompañamiento social y psicológico a la víctima. La comisionada de Acción Social del Ayuntamiento de Barcelona, Sònia Fuentes, explica que desde la institución se realiza también un acompañamiento porque se consideran «responsables de la defensa de los derechos de estas personas». Por otro lado, Fernández pone de manifiesto que si la agresión se debe a género, se pone en marcha el circuito de violencia machista, aunque «es complicado» que se llegue al final de la cuestión.


Juan tiene 61 años y desde hace cuatro vive en un piso compartido que le ha proporcionado la Fundació Arrels, una de las entidades que atiende y orienta a las personas sin hogar que viven en las calles de Barcelona. Hace 25 años, la vida le llevó a abandonar todo lo que hasta entonces había conformado su ser y círculo y, con solo una mochila, se instaló en las calles de Barcelona, llegando a pasar hasta 15 años en la Rambla de Poblenou. En ese tiempo, experimentó «violencia de todos colores», mayoritariamente como víctima, de noche y por parte de desconocidos, aunque no se exenta de haberla originado en alguna ocasión.

PUBLICIDAD

«Vivir en la calle es como llevar una venda a los ojos», explica. «Pierdes la noción de la vida tal y como la conocías, piensas en ti y solo en ti, y te evades del mundo con tus vicios». Juan dejó su casa para poder ser «el guía de su vida», pero asegura que no desea la calle a nadie. «La calle duele y te hace perder esto», dice tocándose la cabeza. Durante diez años, el equipo de calle de Arrels lo visitó los martes y los jueves para ofrecerle ayuda y un cobijo, pero él siempre la rehusó: «solo tú puedes decidir que quieres un cambio de rumbo», y este vuelco se produjo cuatro años atrás.https://d-2880733583632679423.ampproject.net/2204221712000/frame.html

«La calle duele y te hace perder esto»Erradicar el sinhogarismo en cinco años: el ambicioso objetivo de una ley «pionera» en Catalunya

La Fundació Arrels atendió a 2.129 personas que vivían en la calle a lo largo de 2021, de las cuales un 46% manifestaban haber sufrido algún episodio de violencia, tanto física como verbal, mientras permanecían a la intemperie. Es decir, prácticamente la mitad. El robo o la quema de pertenencias, agresiones físicas y verbales y, en los casos más extremos, la muerte, son las situaciones que viven las personas sin techo en la capital catalana, una realidad que se extiende más allá de Barcelona y que se palpa también en el resto de Catalunya.

PUBLICIDAD

Este porcentaje no es del todo representativo, comenta Bea Fernández, responsable del equipo jurídico de Arrels, ya que en muchas ocasiones las víctimas optan por no interponer una denuncia. «Desconocen quién es el agresor, a menudo la violencia es ejercida en colectivo y de noche, por lo que la persona agredida se encuentra sola y aislada y le es más difícil defenderse», expone. Además, en muchos casos la denuncia no acaba siendo fructífera por el simple hecho de que no se puede identificar al agresor de los hechos. El atacante no suele ser del entorno de la víctima y se trata de «violencia gratuita», recalca Fernández. Juan también lo subraya: «viene gratis».

El circuito de apoyo

Dar credibilidad al discurso de la víctima es «primordial» para acompañarla en este proceso, explican desde Arrels: es necesario escucharla y dotarla de espacios de seguridad. A la persona afectada, se le proporciona un lugar y un interlocutor -sea un educador, un voluntario o una persona de la sede- para que pueda narrar la sucesión de hechos y dar a conocer la historia en la Fundació. En caso de que la agresión sea reciente y se perciban secuelas físicas, el primer paso es aproximarse al hospital para obtener un informe médico y seguir los consiguientes pasos para recuperar la condición física inicial.

La denuncia es una decisión de cada uno y no siempre acaba interponiéndose. «La infradenuncia es muy habitual», lamenta Fernández, ya que muchos deciden no dejar por escrito la queja. Consideran que lo que han sufrido «no es ni una agresión», debido a que conviven a diario con ellas y parece que se han vuelto intrínsecas al hecho de vivir en la calle. Además, «muchas denuncias quedan archivadas» porque no siempre se localizan a los culpables de la agresión. «La gente se aprovecha de tu vulnerabilidad, y te ataca porque se considera superior a ti», sostiene Juan. De hecho, él nunca ha denunciado ninguna agresión, ya que no se sentía en condiciones para encarar los trámites que supone todo el proceso: «No estás bien mentalmente, la cabeza está en otro sitio».

En cuanto a la escala jurídica, si la persona no la ratifica, la denuncia no tiene recorrido, pone de manifiesto Fernández. Sin embargo, subraya que con o sin queja, se hace un acompañamiento social y psicológico a la víctima. La comisionada de Acción Social del Ayuntamiento de Barcelona, Sònia Fuentes, explica que desde la institución se realiza también un acompañamiento porque se consideran «responsables de la defensa de los derechos de estas personas». Por otro lado, Fernández pone de manifiesto que si la agresión se debe a género, se pone en marcha el circuito de violencia machista, aunque «es complicado» que se llegue al final de la cuestión.

Entidades como Arrels ofrecen alojamiento gratuito y de estancia ilimitada con la finalidad última de que nadie duerma en la calle. Se habilitan pisos individuales y compartidos, y también cuentan con una residencia, unos recursos que poco a poco van creciendo. Las plazas son finitas y no pueden cubrir todas las situaciones, pero cuentan con el «piso cero», un recurso nocturno de baja exigencia donde las personas afectadas pueden pernoctar cada día.

En Barcelona también existen equipamientos residenciales, como los albergues. No siempre es una opción para las personas que duermen en la calle, ya que son recursos temporales y entrar a veces significa dejar atrás las pertenencias personales. Según la Fundació Arrels, parece que, en los últimos tiempos, la tendencia del modelo de albergue evoluciona por ser lo más respetuoso posible hacia la dignidad de la persona.

18.000 personas sin techo en Catalunya

El último informe de Entidades Catalanas de Acción Social (ECAS), una federación de entidades que trabajan con personas en situación o riesgo de exclusión social para promover un cambio social, señala que hay aproximadamente 18.000 personas sin techo en toda Catalunya, que o viven a la intemperie o se encuentran en alojamientos de emergencia y albergues.

De estas, en marzo cerca de 1.050 estaban en Barcelona, según documenta el Ayuntamiento de la ciudad, una cifra que durante la pandemia se había mantenido por debajo de los mil y que ha traspasado el umbral de nuevo. A lo largo de los últimos dos años, se han abierto entre 500 y 600 nuevas plazas en alojamientos de la ciudad, por lo que el número no ha aumentado mucho, afirman fuentes municipales. Sin embargo, desde la institución ponen de manifiesto la necesidad de atacar las causas últimas que provocan el sinhogarismo, como son la vivienda, la irregularidad administrativa y las condiciones laborales, y la implicación del resto de administraciones.

Desde el Ayuntamiento y en coordinación con entidades de la ciudad, se abren recursos de emergencia para las personas sin techo en tiempos de mucho frío, como el invierno, o en períodos extremos y de climatología adversa.

Juan no solía utilizar todos estos recursos. «Una vez puse un pie en la calle, no sabía salir [de ella]», relata. Todo lo que fuera encerrarse en un sitio, le agobiaba: «yo necesitaba el aire, necesitaba el exterior y sentirme en mi sitio». De hecho, durante la nevada del 2010, durmió en el exterior de una pequeña iglesia del barrio, al abrigo de un porche, junto con compañeros y amigos que se encontraban en la misma situación.

Las voces que corren

«El frío, la lluvia y la nieve no matan, no duelen; las personas que pasan, sí», lamenta Juan. La violencia verbal y las voces que corren cuando estás en la calle, también son violencia, manifiesta. «La gente tiene muchos prejuicios, hablan sin conocer tu situación o cómo has llegado hasta aquí, y eso te toca». Sin embargo, desde la pandemia señala que, poco a poco, más gente ha tomado conciencia de lo que significa vivir en la calle y considera que, a pasos de hormiga, se van rompiendo estigmas y se apagan algunos juicios que, hasta ahora, estaban muy presentes en la sociedad.

HISTÓRICO

Enlaces internacionales