Inmigrantes al rescate

| 2 abril, 2020

La crisis del coronavirus ha revelado que no existe futuro para los sistemas de salud de los países ricos sin la contribución de los profesionales extranjeros

GONZALO FANJUL. EL PAÍS.- La crisis del coronavirus ha destapado de manera salvaje lo que ya era una realidad hace tiempo, y es que no existe futuro para los sistemas de salud de los países ricos sin la contribución de los profesionales inmigrantes. Por eso resulta obscena la carrera desatada en las últimas semanas entre algunos gobiernos por identificar o atraer talento extranjero que apuntale las respuestas sanitarias de emergencia: los obstáculos administrativos, legales y políticos que hasta ayer eran insalvables se han volatilizado por arte de magia.

En el corto plazo, esta crisis debería ayudarnos a reconsiderar políticas migratorias que responden mucho mejor al populismo nacionalista que a los intereses de todas las partes involucradas. En países tan diversos como Estados Unidos, Noruega, Nueva Zelanda o el Reino Unido, aproximadamente uno de cada tres médicos proviene del exterior. Las cifras en el ámbito de la enfermería y otras profesiones sanitarias son similares, de acuerdo con la OCDE. Alemania ha incluido este sector entre las capacidades esenciales para las que el país necesitará 1,4 millones de inmigrantes en los próximos años.

El Gobierno de España había anunciado antes de esta catástrofe su intención de racionalizar la política migratoria para cubrir las necesidades futuras de nuestro mercado de trabajo. Ha hecho falta una tragedia, pero ahora sabemos dónde tenemos un buen agujero y quién puede ayudarnos a cubrirlo. El hecho de que la Administración haya sido capaz de cambiar tan rápido el paso solo demuestra el escaso interés desplegado hasta ahora.

En el largo plazo, este debate ofrece una oportunidad estratégica. A diferencia de Portugal –que ha fundamentado en la decencia colectiva la regularización exprés de inmigrantes sin papeles–, gobiernos como el estadounidense y el británico exhiben el utilitarismo impúdico de quien vociferó “digo” y ahora susurra “Diego”. Sería esta una ocasión soberbia para que los países de origen y las instituciones internacionales respondiesen exigiendo reglas justas para lo que constituye de facto un contrato social global. Al fin y al cabo, ellos también precisan hoy a esos profesionales. La crisis del coronavirus como punto de partida para un sistema migratorio ordenado, predecible, basado en reglas multilaterales y mecanismos de compensación. Libre de la tiranía de una de las partes. En esencia, replicar la lógica que hemos desarrollado en otros ámbitos de la gobernanza global, como el comercio internacional.

Más allá de la emergencia humanitaria, este terremoto pandémico va a tambalear los fundamentos de nuestro sistema político y económico, y esa podría ser una noticia magnífica o desastrosa. En debates como este, España tiene la oportunidad de decidir de qué lado quiere que caiga la pelota.

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