Estados Unidos devuelve una isla a los indios

| 28 octubre, 2019

California hace justicia a una pequeña tribu que casi desaparece a raíz de una masacre en 1860

DOMINGO MARCHENA. LA VANGUARDIA.- El universo recuperó el pasado día 21 el equilibrio que perdió hace casi 160 años. El 26 de febrero de 1860, un grupo de mineros y colonos masacró a cien aborígenes de la tribu de los wiyot. El suceso se produjo en la pequeña isla de Duluwat, en la bahía de Humboldt, California.

La mayoría de las víctimas eran ancianos, mujeres y niños. Sus asesinos aprovecharon que los hombres del poblado habían salido a por suministros para bañar la tierra en sangre. El lugar, que estos nativos consideraban sagrado y donde realizaban sus ceremonias rituales, se convirtió a partir de entonces en una explotación ganadera, un astillero y un terreno baldío, fantasma.

Así fue hasta la semana pasada, cuando la ciudad californiana de Eureka, a cuyo término municipal pertenecen estas antiguas marismas, se las devolvió a sus propietarios originales. El Movimiento Indio Americano (AIM, en sus siglas en inglés) y otras entidades amerindias aplaudieron la medida. Y no sólo como un acto de justicia.

La isla, dice la Asociación de Asuntos de los Indios Americanos, “también es el centro espiritual y físico del universo para la pequeña tribu de los wiyot”. Una ceremonia celebrada a propósito de la devolución de la isla en el auditorio de Eureka permitió disfrutar de los cánticos tradicionales de una líder tribal, Cheryl Seidner. “Estamos regresando a casa”, dijo.

¿Habían oído hablar alguna vez de los wiyot? ¡Claro que no! La culpa es del cine. Los nativos americanos forman parte de una de las poblaciones culturalmente más diversas y a la vez más estereotipadas del mundo. Hollywood hizo creer a generaciones de niños que todos los indios cazaban búfalos con arcos y flechas, que todos vivían en las praderas y que todos eran nómadas.

En realidad, las películas sólo se ocuparon de un puñado de comunidades, generalmente las más belicosas y las últimas que sucumbieron en la conquista del Oeste. Cheyenes, lakotas, apaches… Entre los grandes olvidados de la historia están precisamente los descendientes de esta pacífica tribu de California, que trató de convivir con los invasores que inundaron sus tierras con la fiebre del oro. Pensaban que ellos se librarían de su codicia porque no tenían grandes riquezas y vivían de la pesca y del marisqueo de las ostras. Se equivocaron.

Nunca fueron un grupo numeroso y los expulsaron, una tras otra, de sus aldeas permanentes a lo largo de las vías fluviales de la bahía de Humboldt. La tribu podría tener entre 1.500 y 2.000 integrantes a comienzos del siglo XIX, antes de la invasión de sus dominios, según las estimaciones más optimistas.

En América no hubo un encuentro de culturas. Hubo un encontronazo. Los antropólogos creen que sólo en California podía haber más de 300.000 nativos antes de la llegada de los blancos. En 1900 ya eran sólo unos 25.000. Los wiyot ejemplifican a la perfección ese declive. Después de la masacre de 1860, su extinción parecía imparable. Estuvieron a punto de desaparecer en 1910, cuando quedaban menos de cien.

La última persona que hablaba con fluidez la lengua de estos nativos murió en 1960. Cuando un idioma se muere, se muere una visión del mundo. De las más de 400 lenguas autóctonas de Norteamérica, menos de 46 han sobrevivido hasta hoy. El idioma wiyot está emparentado con el algonquino, que ha legado al inglés vocablos como toboggan (tobogán) o caucus (comité).

Esta es la mayor rama lingüística de los primeros americanos. Aunque casi todos sus hablantes vivían al este de las montañas Rocosas, dos lenguas aisladas de esta misma familia se desarrollaron en California: el yurok y el wiyot. En Estados Unidos hay más de 500 comunidades y naciones indígenas.

Algunas reservas son inmensas, como la de los navajos, de más de 64.000 km2. Entre las más pequeñas está la de los wiyot, en la localidad californiana de Loleta. De hecho, más que una reserva son dos rancherías, la vieja y la nueva, separadas por algo más de un kilómetro y medio. La tribu tiene en la actualidad unos 600 miembros, muy orgullosos de su pasado y que tratan de enmendar el proceso de pérdida de identidad de sus mayores.

Desde 1998, los wiyot organizaban campañas de recaudación de fondos para comprar cualquier terreno a la venta en su isla. “Si una vez se la pudimos arrebatar al mar, ¿no se la podremos arrebatar ahora a los blancos?”, se preguntaban. Duluwat es en parte un islote artificial, elevado sobre las aguas y, en efecto, arrebatado al mar.

Los nativos vivieron allí tanto tiempo que lo hicieron crecer y variaron su topografía con miles y miles de conchas, testimonio de su ancestral actividad mariscadora. El pasado lunes, la ciudad de Eureka cedió a la tribu 81 hectáreas, como acordó meses antes. La casi totalidad de la isla ya ha vuelto a sus manos. Muchos californianos ni se enteraron, pero para 600 almas fue un acontecimiento. Ese día se reequilibró el universo.

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