España, una isla de tolerancia

, | 2 julio, 2015

El recuerdo de la dictadura, el carácter y un sistema electoral poco propicio explican la ausencia de grandes partidos antiinmigración

concejalamusulmanaANA CARBAJOSA. EL PAÍS.- Llegaron en grandes números y al calor del maná del ladrillo en los tiempos de bonanza económica. La población inmigrante creció en España en más de cinco millones la pasada década y transformó el rostro del país en muy poco tiempo. El desembarco despertó cierta preocupación a un posible estallido xenófobo como los que ocurrían en otros países europeos o a que nacieran partidos políticos dispuestos a rentabilizar el miedo al diferente. Pero no sucedió. Después, a partir de 2008 llegó la crisis financiera y el hundimiento de la economía española. Sin trabajo, cientos de miles de inmigrantes decidieron volver a sus naciones. Muchos otros se han quedado en un país con tasas de desempleo sangrantes y una feroz competencia por magras ayudas y las escasas ofertas de trabajo. En otros Estados este sería el caldo de cultivo perfecto para que los movimientos xenófobos y los partidos antiinmigración asomaran la cabeza. En España no.

España es una rareza en un contexto europeo en el que los discursos xenófobos ganan elecciones y fuerzan a los partidos tradicionales a asumir su retórica antiinmigración. Francia, Reino Unido, Alemania, Holanda, Austria, Bélgica; cada gran país de la UE tiene su gran partido antiinmigración. Politólogos y sociólogos ofrecen algunas de las razones que ayudan a comprender porqué España es diferente:

Para empezar, explican, buena parte de los inmigrantes que llegaron a España en los años del boom de la construcción lo hicieron para trabajar, en pleno ciclo económico expansivo y en un momento en el que hacían falta brazos y piernas en los andamios. Se les recibió bien, porque ayudaban a inflar una burbuja, que luego terminó por estallar. Buena parte de ellos además, eran, a diferencia de los inmigrantes que llegaron a otros países europeos, latinoamericanos o rumanos, con códigos culturales y religiosos comunes los españoles.

Otro razón fundamental se refiere a la obvia empatía española con el fenómeno migratorio. Probablemente, ponerse en la piel del inmigrante es para un español un proceso tal vez más natural que para un alemán o un finlandés. España ha sido en su historia reciente un país de emigración masiva y en la postcrisis vuelve a serlo. La posguerra llenó trenes de trabajadores que emigraron a Alemania o a Suiza con la maleta de cartón debajo del brazo. Aquellos emigrantes están ahora jubilados, pero muchos de sus hijos se ven obligados a buscar trabajo fuera de su país como lo hicieron sus padres o sus tíos.

Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia apunta también al turismo, uno de los pilares de la economía española como explicación. “A un país que recibe 65 millones de turistas al año no le queda más remedio que ser abierto. En parte por eso, esta es una sociedad abierta y diversa”.

Pero Ibarra hace sobre todo hincapié en las políticas de integración, que piensa que en España, pese a sus errores y carencias, han sido más acertadas que en otros países. “No hemos caído en el asimilacionismo francés ni en el modelo comunitarista británico, donde cada comunidad vive en un mundo aparte. En España hemos tendido a la multiculturalidad. La gente vive mezclada, ha habido muchos matrimonios mixtos y eso ha sido bueno”. La buena salud de la convivencia quedó demostrada por ejemplo tras los atentados yihadistas en Madrid el 11 de marzo de 2004 en los que murieron casi 200 personas. Los autores fueron mayoritariamente marroquíes residentes en España. Al contrario de lo que se pronosticó entonces, no se produjeron grandes ataques racistas tras los atentados.

José Ignacio Torreblanca, al frente del The European Council on Foreign Relations (ECFR) en Madrid coincide en que el caso español es excepcional porque aquí, al contrario que en países como Francia o Suecia no ha habido grandes problemas de integración. “En España no hay ni el descontento con la inmigración (el caldo de cultivo), ni los incentivos electorales que hay en otros países».

Torreblanca detalla porqué el sistema electoral es poco propicio para el surgimiento de este tipo de partidos. “En España hay actitudes antiinmigración, pero los partidos no compiten para representar a esas fuerzas. Un partido antiinmigración lo tendría muy difícil electoralmente. Esto puede deberse a la configuración de la derecha española, agrupada en un partido, y al sistema electoral, que penaliza mucho a los nuevos. En los países con sistemas electorales proporcionales es más fácil que surjan estos partidos”. Torreblanca cita el caso de Vox, el partido que nació hace un par de años con intención de hacer sombra a la derecha del Partido Popular, pero que no logró obtener ni un escaño en las pasadas elecciones europeas. La aparición de dos partidos emergentes en el panorama político español complica aún más las cosas al populismo antiinmigración. Podemos, a la izquierda y Ciudadanos, en el centro-derecha han acaparado a buena parte de los votantes desencantados con los partidos tradicionales y que en otros países se decantan por fuerzas extremistas.

Lo sabe bien Rafael Ripoll, concejal en Alacalá de Henares de España 2000, un partido antiinmigración, que aspira a convertirse en el Frente Nacional francés en España, pero que está a años luz. “La actualidad está dominada por Podemos y Ciudadanos. La cuestión de “los españoles primero [prioridad a al hora de recibir cualquier ayuda frente a los inmigrantes] ha quedado totalmente relegada”, reconoce Ripoll, quien ofrece su particular interpretación del porqué partidos como el suyo no acaban de prender en España. “El español medio no es consciente de que [los inmigrantes] nos están arrebatando nuestros derechos constitucionales. Tal vez sea por nuestro carácter o tal vez sea neustra historia reciente”.

Ripoll alude a una razón que probablemente preside todas las demás y la vacuna que supone la memoria de la reciente dictadura franquista, al menos entre los menos jóvenes, contra el ascenso de grupos de ultraderecha. Pero ninguna vacuna es eterna, advierten los que observan de cerca la sociedad española. En los estertores de la crisis, cuando la lucha por los escasos subsidios y puestos de trabajo se agudiza, cuando parece que lo peor ha quedado atrás, es probablemente cuando el milagro español se vuelve más frágil.

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