El diario dibujado de Ana Frank

, , | 14 septiembre, 2017

Ari Folman y David Polonsky, autores de la premiada película de animación ‘Vals con Bashir’, trasladan al formato gráfico uno de los grandes textos sobre el periodo nazi

MARC BASSETS. EL PAÍS.- La protagonista, dibujada, parece más verdadera que la de las viejas fotos en blanco y negro. Por momentos parece de carne y hueso, parece que la conozcamos desde siempre, una vecina o una familiar. El cineasta y guionista Ari Folmany el ilustrador David Polonsky han conseguido, en su adaptación gráfica de El diario de Ana Frank, traducir en el formato de la novela gráfica un texto que es un clásico de la literatura contemporánea y un documento histórico sobre la persecución de los judíos en Europa.

No hay sangre en el diario original de Ana Frank, publicado en 1947, ni en el diario gráfico, que el 19 de octubre publicará en castellano por Debolsillo. No aparecen trenes cargados de deportados ni cámaras de gas. Es casi minimalista. Ana Frank cuenta el Holocausto sin contarlo. La parte más ominosa —la detención y los siete meses de peregrinación por campos de concentración exterminio y muerte de la adolescente— no aparece en el texto original —Ana Frank dejó de escribir el diario antes de ser descubierta— y en el diario gráfico es un breve epílogo escrito por los autores.

La Ana Frank de Folman y Polonsky es real, es cotidiana. En sus dibujos se hace presente.

«Es una historia de cada día: qué significa estar escondido durante dos años», dijo hace unos días Folman a EL PAÍS en París. Junto a él se sentaba Polonsky. «Y esperamos de verdad que los lectores puedan conectarlo con nuestro tiempos. Aunque soy un poco escéptico».

«Esto ocurrió hace 75 años. Y sigue ocurriendo», prosigue Folman. «En las zonas de guerra. En Oriente Próximo. En Sudán del Sur. En Burundi. [El diario de Ana Frank] parece historia antigua. Pero sigue ocurriendo».

Uno de los efectos de la lectura del nuevo Diario de Ana Frank es desmitificar el icono, acercarlo a lectores jóvenes que pueden sentirse intimidados por una obra que es canónica y de lectura obligatoria en muchas escuelas, o a lectores que desconocen la historia de Frank y la Historia del Holocausto.

Los propios autores explican que leyeron el libro de adolescentes, y que no captó su interés. «Lo leímos en la escuela. Cuando tienes 14 años no entiendes su potencial», recuerda Folman. «Lo volví a leer cuando la Fundación Anne Frank me contactó [para ofrecerle encargarse de la novela gráfica], y me chocó la calidad del libro. Solo de adulto entendí que era una obra maestra».

«Es una gran escritora. Esto es lo que me chocó cuando la leí de adulto», asiente Polonsky.

Trasladar las 330 páginas de las que consta en diario en formato libro a las 148 ilustradas y con poca letra de la novela gráfica obligó a los autores a «pensar de manera cinemática«, dice Folman.

Folman y Polonsky se prohibieron traducir al lenguaje del cómic la primera persona del texto original. Es decir, no intentaron imaginar cómo Ana Frank hubiera ilustrado su diario. Trasladar palabra por palabra todo el diario hubiese dado una novela gráfica de 3.500 páginas y unos diez años de trabajo. Tuvieron que seleccionar, sintetizar, narrar con dibujos, y a veces imaginar. Por ejemplo, la treintena de páginas dedicadas a la relación entre Ana y su hermana, Margot, se resumen en una sola en la que una serie de retratos yuxtapuestos de ambas, sin texto, muestran las diferencias abismales de carácter entre ambas.

Otra peculiaridad del diario gráfico de Folman y Polonsky es que conserva en algunas páginas fragmentos enteros del diario. «Eran [fragmentos] extraordinarios, no había manera de tocarlos. Debían mantenerse intactos como pura literatura. Y creo que, cuando haces lo que hicimos, debes recordarle al lector: ‘Eh, este es el original, debes leerlo'», explica Folman.

Una viñeta de la novela gráfica 'El diario de Ana Frank', de Ari Folman y David Polonsky.Polonsky creció en la Unión Soviética, donde no había oído hablar de Ana Frank. Folman, hijo de supervivientes del Holocausto, creció en Israel. Sus padres llegaron a las puertas de Auschwitz el mismo día que la familia Frank.

«Cuando hablamos del Holocausto, hablamos de símbolos», explica. «El holocausto era monocromo, blanco y negro, la fotografía del niño en el gueto de Varsovia, la hambruna, las ejecuciones, la tuberculosis. Y, para las personas que estuvieron allí, trataba de todo esto, pero también de hacerse adulto, de mi primera novia y de mi primer beso: de la vida».

Y así era Ana Frank, como escribe el novelista francés Eric-Emmanuel Schmitt en una edición reciente del diario, alguien que «cultiva la alegría más que la tristeza, aquella alegría que Spinoza [otro judío de Ámsterdam] definía como ‘el paso hacia una perfección más grande’. «No puedo evitar pensar que Ana Frank, escandalosamente aplastada por la Historia, tuvo éxito en lo que dependía de ella: su vida».

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