El colectivo LGTBI, la última víctima de Erdogan: «No tenemos miedo, pero deberíamos tenerlo»

| 1 enero, 2018

En Turquía, la prohibición de las movilizaciones y la represión desatada tras el intento del golpe de Estado se extiende al movimiento LGTBI «para proteger la salud pública y la moral»

Los estudiantes estallan ante la negativa de celebrar un festival de cine homosexual y se movilizan con diferentes protestas en las universidades

«No tenemos derecho a la protesta y tampoco existen reglas contra la violencia hacia los homosexuales», denuncia uno de los líderes del movimiento LGTBI

ALBERT NAYA. ELDIARIO.ES.- «No tenemos miedo, pero deberíamos tenerlo». Ozgür Gür tiene 23 años y estudia en la Universidad Técnica de Medio Oriente (ODTÜ), uno de los centros educativos más prestigiosos de Turquía. Desde que empezó su andadura en el movimiento LGTBI, no había vivido un momento tan determinante para reivindicar los derechos del colectivo, dice en una conversación con eldiario.es.

El veto a las movilizaciones «por razones de seguridad», según el Gobierno turco, se sigue extendiendo hacia los grupos más molestos para el presidente, Recep Tayyip Erdogan. La última víctima ha sido la comunidad LGTBI (Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intersexuales), que en los últimos años ha ganado una fuerza considerable y se opone a las directrices de los sectores más conservadores del país.

El episodio que hizo estallar la ira tuvo lugar en noviembre, cuando Ankara prohibió la celebración de una festival de cine LGTBI alemán. Si hace unos meses trascendía la noticia de la prohibición de cualquier manifestación pública en la capital turca, ahora ya se persigue la celebración de reuniones.

«En los días previos a la prohibición del festival, el ambiente se hizo extraño y algo cambió», resume Gür. Junto a muchos activistas, lidera el movimiento LGTBI estudiantil en un país con sectores conservadores poco receptivos a estas causas y, en ocasiones, agresivos con ciertos colectivos. Hasta el momento, la homosexualidad era ligeramente tolerada en suelo turco. Aunque no existen leyes específicas contra el colectivo ni estén criminalizados ante los tribunales, la realidad social es distinta.

La represión crece desde el intento de golpe de Estado

«No tenemos derecho a la protesta y tampoco existen reglas contra la violencia hacia los homosexuales», señala el activista. Esta situación, lejos de arreglarse al ver que el mundo avanza en la conquista de derechos para el colectivo, empeora día tras día en un país que, según alertan numerosas voces, ha dado un giro antidemocrático en los últimos meses. Aunque no quiere dar más detalles de sus experiencias personales, Gür relata que no lo ha tenido fácil: «Dentro de la universidad me siento seguro, pero fuera corro el riesgo de ser atacado por los sectores más conservadores».

Ante la presión del Gobierno, tampoco siente tranquilidad por figurar, dice, en una disuasoria ‘lista negra’. Entiende que Ankara pretende frenar una posible oleada de protestas y se muestra firme, pero no oculta que la realidad puede llegar a ser dura con ellos: «No tenemos miedo, pero deberíamos tenerlo».

Según el joven, el colectivo LGTBI «se ganó la enemistad» del Ejecutivo después de las  protestas del parque Gezi (Estambul), en 2013, «debido al enorme peso del colectivo para movilizar a las masas». Aunque las discrepancias fuesen en aumento, no pasaron a la represión hasta hace un año, según relata.

«Después del intento de golpe de Estado [15 de julio de 2016], Erdogan actúa con decretos y puede cerrar organizaciones sin previo aviso ni leyes que lo sustenten», lamenta. Por esta razón, señala, las principales agrupaciones LGTBI del país, como Kaos o Pink Life, no alzan la voz con contundencia ni movilizan a la población. «Temen que les cierren la organización», explica Gür. 

Por su parte, los partidos de izquierdas han optado por reivindicar la presencia del colectivo en sus filas, una postura que les hace ganar apoyo ante unas futuras elecciones y que Erdogan ya ha criticado. «El partido que se hace llamar el principal de la oposición [CHP] se ha alejado tanto de la nación que ahora en las elecciones a comités locales están poniendo una cuota de homosexuales, en proporción de uno de cada cinco», dijo el presidente en un discurso el pasado noviembre. Y finalmente exclamó: «¡Que venga Dios y lo vea! Nosotros somos los que defendemos la moral».

El festival prohibido

Cuando el coche se detiene, dos chicas se besan apasionadamente en la parte trasera del vehículo, ante la mirada de Lukas y Favio desde la parte delantera. Finalmente, ellas se marchan y ocurre lo mismo entre ellos. La escena pertenece a la película Romeos, uno de los largometrajes que se iban a emitir en el Festival de Cine Alemán LGTBI, prohibido por el Gobierno de Ankara.

Un día antes de las proyecciones, trascendía la denegación para celebrar el evento. Las autoridades locales se defendieron mediante un comunicado afirmando que los actos «podrían incitar deliberadamente a un segmento de la sociedad con características diferentes contra otro segmento de la sociedad».

De tal forma, se pretendió frenar un supuesto enfrentamiento prohibiendo al colectivo LGBTI reivindicar sus derechos, alegando que podía haber «reacciones y provocaciones contra los grupos e individuos que participan en la organización debido a ciertas sensibilidades sociales». Alertaron de que «podría conducir a un peligro inminente con respecto a la seguridad pública, y también puede dañar la protección de los derechos y libertades de otras personas, la salud pública y la moral».

En sus comunicados, las principales organizaciones LGTBI del país condenaron los hechos y avisaron que tomarían medidas legales contra un acto «discriminatorio y arbitrario». Las agrupaciones prosiguieron acusando al Gobierno de atentar contra «la libertad de expresión y de reunión», derechos recogidos en los tratados internacionales que Turquía ha ratificado.

La comunidad universitaria desafía a Erdogan

Los preparativos para la celebración del festival se sucedían: mientras las asociaciones se juntaban para organizar los eventos, la embajada alemana participaba, en mayor medida, para facilitar la concesión de los derechos de las películas.

Después de que Ankara impidiese oficialmente su celebración, las universidades decidieron acoger los actos. El estudiante de la ODTÜ afirma que en los días anteriores a la prohibición el ambiente no era el habitual. Gür mantiene una relación fluida con el rectorado debido a su condición de líder estudiantil y afirma que «en las dos últimas semanas algo se rompió y ya no contestaban».

Cuando se disponían a realizar una reunión rutinaria con estudiantes para discutir temas que conciernen al grupo LGTBI, señala, les «impidieron» reunirse «por primera vez». Desde entonces, según explica, su nombre figura en una lista, al igual que el de un docente. «A mí no me investigaran por ser estudiante, pero tengo miedo de que lo hagan con el profesor», destaca. Turquía ha purgado a miles de académicos tras el intento de golpe de Estado.

Después de la negativa, los estudiantes sabían que el único lugar donde la policía no podía entrar era en las universidades, que tienen cuerpos de seguridad propios y donde no les está permitido actuar. Romeos debía ser visionada en el interior de la Middle East Technical University. Ante la presión de la policía esperando en las puertas, la seguridad interna optó por entrar en la sala, medida que no funcionó porque los estudiantes habían instalado barricadas con sillas y mesas. Finalmente, cortaron la electricidad, pero tampoco dio resultado: «Instalamos unos generadores y pudimos ver la película», relata Gür.

La resistencia no solamente se ejerce en esta Universidad. Otras como Hacettepe, también en Ankara, o la de Boğaziçi, en Estambul, tienen un alto poder de movilización y se coordinan para llevar a cabo las acciones. El Gobierno, afirma Gür, «no quiere que la protesta se extienda, pero ya lo está haciendo en Estambul».

La ciudad más grande de Turquía tiene experiencia en esta lucha y celebra por sus calles el día del Orgullo LGTBI desde hace 15 años. El pasado mes de junio, las autoridades disolvieron la marcha por tercer año consecutivo y lo que debía ser un acto reivindicativo se convirtió en una batalla campal entre activistas y policía.

Desde 2003, la marcha se había celebrado sin incidentes y fue ganando adeptos hasta reunir a más de 15.000 personas en 2014, a pesar de las amenazas de los sectores más conservadores. Esto incitó a las autoridades a prohibir los actos el año siguiente «por razones de seguridad». A pesar de la falta de autorización, la gente ha continuado asistiendo a unas manifestaciones que, desde entonces, han venido acompañadas de intervenciones policiales, con empleo de gases lacrimógenos y cañones de agua.

A día de hoy y después de un largo mes de protestas, «todos los actos y reuniones han sido prohibidos», lamenta el activista. El colectivo LGTBI, dice, ha sido la última víctima de un Gobierno turco volcado en debilitar a todo aquel que represente un problema para sus intereses.

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