Dan una discapacidad del 33% a un menor que sufrió ‘bullying’

| 4 noviembre, 2014

‘Me bajaron los calzoncillos, todos se reían. Me pegaban cogiéndome de brazos y piernas’ Le rompieron el tímpano con un boli y le obligaban a tocarle los genitales

A2-65049099.jpgPEDRO SIMÓN. EL MUNDO.- Le golpeaban y aguantaba en vertical, como un saco de boxeo de los buenos. Le daban y volvía, como esos tentetiesos infantiles que nunca se dejan tumbar.

Un tímpano roto y volvía. El cuello marcado y volvía. Las piernas llenas de moratones y volvía. Los genitales enrojecidos y volvía.

Volvía al colegio porque tenía que volver. Hasta que dijo que no. Y así comienza esta historia: un colegio, un niño y un pasillo interminable.

(…)

De todo hace ya mucho tiempo. O demasiado poco. Porque cada noche ahí está aquello. En cuanto cierra los ojos lo ve.

Sólo tiene 15 años, está en tratamiento psicológico, toma cuatro píldoras antidepresivas al día y los servicios sociales de la Junta de Castilla y León le acaban de otorgar hace semanas aquello que nunca le concedió la justicia: el primer caso en España en que se reconoce un 33% de discapacidad por estrés postraumático a causa del bullying sufrido.

«Cuando empezamos a ir al psiquiatra me decía: ‘Mamá, si no me hubieran hecho lo que me hicieron, sería una persona completamente diferente'», comenta. «Tenía 10 años… Hay frases que a una madre no se le olvidan jamás».

Lo mismo que no se te olvidan escenas que te cuenta. Ni los dibujos que te hace. Ni lo que le dijeron los médicos.

La infancia a punta de lapicero comenzó a los cinco años y duró hasta los 10, unas edades inusuales por lo tempranas. Por entonces estudiaba en el Colegio San José del Parque de Madrid. En ese lugar y en esa horquilla de tiempo -cuenta la madre- sucedió todo.

ELMUNDO ha desmenuzado el historial médico del menor en el Hospital Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid, donde los facultativos le trataron a la edad de 12 años, dos después de la última muesca, y donde ya se observan «autolesiones» y pensamientos de suicidio.

Según el diagnóstico oficial, el niño sufrió «acoso escolar», ya presentaba «síndrome de estrés postraumático» y tenía «perforación timpánica (pendiente de intervención)».

R. lo dijo a su manera en unos informes psicológicos en los que al crío le hacían escribir y dibujar.

Lo escrito: «J. me pega en el colegio todos los días. Siempre lo hace en el recreo de media hora. Le ayudan cuatro amigos suyos». «Me bajaron los calzoncillos, todos se reían (…) Me pegaban cogiéndome de los brazos y piernas y J. me pegaba en la tripa». «J. B. me tocaba el pito y por eso se me puso rojo».

Lo dibujado: un monigote arrodillado. Tocándole los genitales a otro.

-¿Y tú quién eras de los dos? -le preguntaba el psicólogo con el folio delante.

-¿Yo? El que está de rodillas

«Piensas que con esas edades no va a pasar nada, que son cosas de críos. Luego ves que no», señala María, la madre, que puso tierra de por medio junto a sus hijos hace un lustro y hoy vive en una localidad castellana. «Empezaron a pegarle desde muy pequeño. Como no lo pararon a tiempo, la cosa fue a más. Recuerdo que en 4º aparecía en casa con sus partes rojas. Le teníamos que dar Trombocid. No piensas mal, piensas que es algo accidental. Hasta que vas sabiendo: le retorcían el brazo, le llevaban a una esquina, le bajaban los pantalones y le tocaban todo», se toma un respiro. «Y luego hubo otras muchas cosas que no contaba entonces y que tardó años en contar».

Al hijo los golpes siempre le cayeron desde los mismos pupitres y a la madre la tostada siempre se le cayó del mismo lado. No es sólo que el juzgado sobreseyera en julio la denuncia que María interpuso contra los profesores -los menores de 14 años son inimputables-, sino que lo único que hoy queda de aquellos años de rehala escolar contra el niño es una paradoja mayúscula contra la madre: está imputada por acusar de bullying al centro en un blog.

Hubo acoso escolar. Continuado. Progresivo. Lacerante. Como una gota china de niños. Así lo reconocen los servicios sociales de la Junta de Castilla y León después de desmenuzar su historial médico. Así lo entiende su abogada, Leticia de la Hoz, que a la luz del reconocimiento administrativo presentará una demanda contra el colegio por responsabilidad civil. Y así te lo cuenta R., si es que logras que levante la mirada de la pantalla del móvil.

«…entonces eché a correr hasta que me pillaron».

«…en el comedor me decían que no se lo dijera a mis padres o, si no, me pegaban».

«…mejor me muero, porque no me puedo quitar de la cabeza todo lo que me hicieron en Madrid».

La primera vez que el niño acudió a la Unidad de Salud Mental Infantojuvenil fue hace cinco años. Los expedientes psicológicos hablan de un chico que refiere «insultos, humillaciones, coacciones, robos, amenazas y agresiones por parte de sus compañeros». En las seis escalas analizadas -agresiones, hostigamiento, intimidación, bloqueo social, manipulación y exclusión- los resultados arrojan unos resultados de «alto» o «muy alto». La conclusión: «Estos índices de acoso reflejan una elevada incidencia de conductas de maltrato contra el niño que le exponen a un riesgo muy grave y explican la aparición de un cuadro de daño psicológico».

El colegio en cuestión -hasta ahora exento de responsabilidad en los tribunales- ofreció su versión sobre lo que pasó en esos años de silencio y ruido. «Su denuncia se archivó por falta de pruebas. Era un chico con problemas, pero no vinculados al centro, sino provenientes de fuera».

«El colegio no cumplió con su deber de velar por el alumno en el tiempo en que estuvo a su cargo», señala la abogada Leticia de la Hoz. «Lo más sangrante es que el centro emprendiera acciones legales por injurias contra una madre desesperada que, al ver que nadie tomaba en serio el problema que acabó con la salud de su hijo, volcó su versión contra el colegio en Internet».

Encarna García es la presidenta de la Asociación Contra el Acoso Escolar. «Es la primera vez que en este país se concede un grado de minusvalía a causa del acoso. No hay un caso igual. Es una puerta muy grande la que se abre para los padres».

A los 15 años, el chaval debería estar con los refrescos de cola, pura chispa de la vida, pero anda con la Fluoxetina y el Clorazepato, antidepresivos sin burbujas.

R. tuvo que repetir curso el año pasado. Se despierta gritando «no, no, no». Ya no se arranca pedacitos de piel, como llegó a hacer, sino que va soltándose la lengua. Y así termina esta historia: un colegio, un niño y un pasillo interminable.

De escupitajos, insultos y dientes rotos

El acoso escolar atañe al 4% de los niños de Primaria y al 8% de los de Secundaria. Algunos especialistas aseguran que el bullying está detrás de la mitad de los suicidios entre menores. El ilícito no está tipificado como tal en el Código Penal. Se incluye dentro del artículo 173, referido a los delitos contra la integridad moral. En la práctica, los casos suelen quedar sin culpables. Las pocas sentencias condenatorias se saldan con condenas de trabajos en beneficio de la comunidad. El último episodio lo conocimos la pasada semana: el Juzgado de Menores de Barcelona condenó a seis adolescentes por ejercer bullying continuado durante dos cursos académicos a un joven de 15 años de origen ecuatoriano en un instituto de educación secundaria. Los hechos empezaron el curso 2010-2011, cuando los menores «sometieron continuamente a su compañero a situaciones vejatorias», le insultaban, escupían, le ponían cola en el asiento y lanzaban bolas de papel que, previamente, se habían frotado en los genitales. En una ocasión, le hicieron la zancadilla y provocaron que se cayera por las escaleras metálicas, rompiéndose dos dientes. Cinco de los condenados han sido obligados a cumplir 50 horas de prestaciones en beneficio de la comunidad y alternativamente cinco fines de semana de permanencia en domicilio. El sexto de ellos será sometido a seis meses de libertad vigilada. La víctima recibirá 5.000 euros de indemnización.

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