Atentar contra la República Alemana: el plan del comando ultraderechista de Chemnitz

, | 3 octubre, 2018

Pensaban atentar hoy y su objetivo eran políticos, conocidos izquierdistas y otras personas que se han significado a favor de defender el Estado de derecho en los últimos meses

ANTONIO MARTÍNEZ. EL CONFIDENCIAL.- «Enemigos políticos». Ese era el objetivo de la organización terrorista de ultraderecha que aspiraba a atentar de forma inmediata con el objetivo último de derrocar la República federal. Posiblemente hoy mismo, coincidiendo con la celebración del día de la reunificación. El epicentro de la banda, detenida este lunes, se encontraba en Chemnitz, la ciudad que se vio convulsionada por la violencia neonazi el pasado agosto. De nuevo la amenaza de la extrema derecha. De nuevo el este de Alemania. Un binomio en busca de una reflexión nacional en una fecha señalada.

Se hacían llamar Revolución Chemnitz. Eran siete jóvenes de entre 20 y 31 años. Y pensaban a lo grande. Radicalizados durante años, la muerte de una persona -presuntamente acuchillada por dos refugiados el 26 de agosto- les llevó a pensar que había que pasar a la acción. Cuanto antes. La operación policial, en la que participaron un centenar de agentes en Sajonia y Baviera, desarticuló el grupo cuando iban a obtener armas de fuego para su primera acción. La Fiscalía General tiene indicios de que el primer golpe iba a ser hoy, 3 de octubre, coincidiendo con el día de la reunificación.

Según conversaciones y mensajes interceptados por la policía alemana, los siete se consideraban las «cabezas líderes» de la extrema derecha en Sajoniay tenían un objetivo objetivo ambicioso, avanza el diario Süddeutsche Zeitung. Aspiraban a mucho más que a sembrar el terror asesinando extranjeros, tal y como lo había hecho Clandestinidad Nacionalsocialista (NSU), que mató a diez personas, atracó quince bancos y colocó tres bombas. Querían tumbar la República federal, el sistema creado tras la derrota en la II Guerra Mundial.

 

Para ello pensaban atentar contra políticos, conocidos izquierdistas y otras personas que se habían significado públicamente por defender el Estado de derecho en los últimos meses. En el punto de mira se encontraban también periodistas, miembros, según ellos de «la dictadura de los medios». La fiscalía, por el momento, ha preferido no hacer públicos los nombres de los posibles objetivos.

Conocidos de la policía

El grupo se fundó, como muy tarde, el 11 de septiembre. Pero los sucesos de agosto en Chemnitz fueron, en el mejor de los casos, sólo el detonante, a juicio de los investigadores. Uno de sus presuntos integrantes, que responde al nombre Tom W., era ya un viejo conocido de la policía. En 2008 fue juzgado y condenado como uno de los líderes de la camaradería neonazi «Sturm 34». Este grupo trató entonces de lograr una «zona nacional liberada» en torno a la ciudad de Mittweida con acciones brutales.

La fiscalía está intentando ahora esclarecer si los sospechosos estuvieron también implicados en los disturbios xenófobos de finales de agosto en Chemnitz. Su intervención, directa o indirecta, se considera «probable». Lo que sí que tienen claro es que ellos protagonizaron un intento de ataque el 14 de septiembre, en el que participaron cinco de ellos y a raíz del cual fue detenido el presunto cabecilla de Revolución Chemnitz, identificado como Christian K. La policía cree que esta acción fue un ensayo para preparar el gran golpe que tenía que llegar este 3 de octubre.

Revolución Chemnitz se miraba, con algo de fanfarronería, en el espejo de la NSU. Decía que esta célula terrorista, la más mortífera en Alemania desde la II Guerra Mundial, eran sólo un trío de aprendices, aunque dejaron en evidencia a las fuerzas de seguridad durante una década. Muchos criticaron con dureza a la policía y a los servicios secretos por negligencia, porque durante años no supieron detectar que tras los asesinatos de la NSU había una banda ultraderechista y concluyeron en la mayor parte de los casos que se trataban de ajustes de cuentas entre bandas. Les descubrieron por casualidad. Tras un atraco a un banco. Otros denunciaron que de nuevo losservicios secretos estaban al tanto de la organización, pero que no hicieron nada. Que estaban «ciegos del ojo derecho», como se dice en Alemania.

«No estamos ciegos de ningún ojo», aseguró el ministro de Interior, Horst Seehofer, tras la desarticulación de la banda de Chemnitz. «Actuamos con tolerancia cero ante cualquier extremismo, sea de derechas o de otro tipo», añadió en una breve comparecencia en la que quiso rebatir esas habituales quejas a las fuerzas de seguridad alemanas, que han estado en el ojo del huracán de la última crisis política que ha amenazado el gobierno de Angela Merkel. Para terminar su serie de excusas no solicitadas manifestó que «la extrema derecha existe y actúa en todos los estados federados y también internacionalmente», cuando se le preguntó por el hecho de que el grupo estuviese radicado en el este de Alemania.

La ultraderecha y el este

Las estadísticas le matizan. Bastante. Porque sí que hay una evidente concentración geográfica de los delitos de la extrema derecha en el este del país. Según la Oficina Federal de Investigación Criminal (BKA), el año pasado se produjeron 1.054 delitos violentos de motivación ultraderechista y de ellos 472, cerca del 45 por ciento, se produjeron en los Länder de la antigua Alemania oriental (sin contar Berlín). Esto es estadísticamente relevante. Más aún si se tiene en cuenta que son sólo cinco de los 16 estados federados del país y que, con unos 12,5 millones de habitantes sobre un total de 81, suponen apenas el 15,5 por ciento de la población.

Alemania del este tiene un problema con la ultraderecha. La frontera que la dividió en dos cayó en 1989, pero el país no se ha logrado homogeneizar totalmente. Mucho se ha conseguido en distintos aspectos. Pero es evidente que en la cuestión política, como en la económica, queda por hacer. La NSU nació en el este; también el movimiento xenófobo Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (Pegida).

Esta desigualdad entre este y oeste se vuelve a evidenciar en las preferencias electorales a uno y otro lado del muro. Los resultados del ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) en el este son claramente superiores a los del oeste. Según las encuestas de ámbito nacional su apoyo actual estaría en máximos, entre el 15 y el 17 por ciento. Pero en Sajonia-Anhalt obtuvieron ya en 2016 el 24,3 por ciento y en Mecklemburgo-Antepomerania, el 20,8 por ciento. Los sondeos les otorgan en Sajonia -donde se celebran comicios el año que viene- entre un 24 y un 25 por ciento.

Las causas del extremismo

Los motivos son múltiples, según los expertos. Un análisis del Instituto de Estudios de la Democracia de Gotinga destacaba el sentimiento de inferioridad de los alemanes del este con respecto a sus conciudadanos occidentales. Michael Bittner, filósofo y columnista en el diario local Sächsische Zeitung, consideraba en este sentido que muchos «alemanes del este se sienten aún ciudadanos de segunda clase«. Casi 29 años después de la caída del muro tienen salarios y pensiones menores, servicios públicos peores y un mayor desempleo.

Varias encuestas han destacado asimismo que el votante medio de AfD es un hombre mayor, tradicionalmente abstencionista y con un empleo en la construcción o parado. Y este perfil abunda sobremanera en el este de Alemania. Porque tras la reunificación la región vivió un fuerte éxodo de carácter económico en el que se marcharon al oeste principalmente jóvenes, universitarios y mujeres.

Según el estudio del Instituto de Estudios de la Democracia de Gotinga, también contribuye al arraigo de la xenofobia la existencia de cierta homogeneidad étnica, algo relacionado con el aislacionismo crónico de la República Democrática Alemana. Aún en la actualidad, pese a la libertad de movimiento y la mejora de la situación económica, la población inmigrante en estos estados federados en escasa. En ninguno de ellos el porcentaje de personas extranjeras o con padres inmigrantes supera el 6 por ciento de la población, cuando la media nacional excede el 22 por ciento.

Marca también a estos territorios su pasado comunista, según el análisis, que destaca los efectos de vivir en una «sociedad cerrada» y «despolitizada» por el férreo control del Estado. Esto les hace desconfiar de lo ajeno y les deja sin defensas ante la extensión de la ideología ultraderechista. Durante la dictadura comunista no se estudió el nazismo, argumenta en este sentido la activista Birgit Lohmeyer, que denuncia que la educación que se impartió en el oeste, formando «ciudadanos críticos con el fascismo, no se dio en el este».

 

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