Acosada, enjaulada y torturada por la Policía de Los Ángeles

| 15 julio, 2020

Laura Montilla se manifestaba pacíficamente en Los Ángeles (Estados Unidos) con sus amigos contra la violencia policial desproporcionada contra las minorías el mismo día que pasó a ser víctima de ese exceso, con métodos de tortura militar y abuso sexual. Aquí cuenta su experiencia tras pasar siete horas detenida.


ALEX SEGURA LOZANO. PÚBLICO.- Laura Montilla
 se manifestaba pacíficamente en Los Ángeles (Estados Unidos) con sus amigos frente a la violencia policial desproporcionada contra las minorías el mismo día que pasó a ser víctima de ese exceso de fuerza de las autoridades, que usaron métodos de tortura militares y abusaron de ella sexualmente.

«Estaba esposada contra la pared, y esta señora [agente de policía] vino hacia mí, me golpeó los tobillos y agarró mi vagina y mis pechos en dos ocasiones, pese a que todo el tiempo estaba vigilada por varios policías y era imposible que tuviese algo en mi posesión», narra a Efe Laura, de 22 años, con la voz entrecortada.

Durante esos momentos, la joven de origen venezolano estaba temblando y en su mente sólo pensaba en pasar por esa situación sin romperse por dentro, tratando de permanecer «serena», recuerda entre lágrimas.

Los abusos no quedaron ahí, ya que se repitieron a lo largo del día mientras estuvo bajo custodia, según su relato y la demanda que interpuso contra el Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD, en sus siglas en inglés), en la que también cuenta métodos de tortura militares.

Y no está sola: decenas de mujeres también han registrado denuncias contra ese departamento en el último mes.

«Nunca correr ante un policía para no ser disparada»

Laura, recientemente graduada de la Universidad del Sur de California (USC, en sus siglas en inglés), salió el pasado 1 de junio con un grupo de amigos para protestar contra la muerte de George Floyd y otros afroamericanos a manos de la policía.

Esa tarde, el Ayuntamiento de Los Ángeles adelantó el toque de queda que había en ese entonces una hora, de seis a cinco de la tarde, avisando con poca antelación; justo cuando la joven estaba en la calle.

Cuando se enteraron era demasiado tarde: centenares de policías rodearon la protesta y los manifestantes se quedaron completamente rodeados.

«Mis amigos empezaron a correr delante de la línea de policías y escaparon de alguna manera, pero mi abuela siempre me dijo que nunca corriera delante de un agente para no darle motivos para dispararme», explica, con una naturalidad apabullante.

En ese momento empezó su pesadilla particular. Fue detenida, manoseada, encerrada en una jaula, trasladada a un cementerio y liberada tras cinco horas con música rock a máximo volumen y sin acceso a agua, teléfono o poder ir al baño.

En total, unas siete horas de arresto que convirtieron esa fecha en la peor de su vida.

Cinco horas en una jaula

Después de que una agente le tocase sus partes íntimas repetidamente a plena luz del día, Laura fue trasladada a un autobús y encerrada en una jaula con otra decena de personas, «tan apretada» que no podía ni moverse.

Entonces comenzó un trayecto de unos 30 minutos hasta el Cementerio Nacional de Los Ángeles, situado en Westwood, en el noroeste de la ciudad.

«Estábamos gritando por ayuda, cuando una agente vino, encendió la radio con música rock al máximo de volumen y nos dejó ahí, sin dar atención médica a nadie pese a que algunos ya estaban con ataques de pánico en esos momentos», dice incrédula al relatar ese método de «tortura» castrense.

Vuelta a casa en autostop

Horas después, cuando empezaron a liberar a los detenidos, Laura se levantó para preguntar algo a uno de los policías. Como respuesta, el agente le gritó, tomó su arma y le dijo: «estás rodeada».

«Estaba literalmente esposada, no podía hacer nada dentro de esa jaula», comenta.

Cuando le tocó a ella ser puesta en libertad, no tenía móvil ni cartera y estaba a unos 40 minutos en coche de su casa. Pidió a los policías ayuda y estos le respondieron: «suerte con la vuelta».

En un barrio desconocido y ya de noche, con el cielo oscuro, empezó a andar sin un rumbo claro hasta que, haciendo «autostop», consiguió que una mujer desconocida le llevase a su casa para poner fin a la peor experiencia de su vida. 

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