Yincanas y kalashnikovs: el ‘campamento de verano’ de los niños ucranianos

| 10 octubre, 2017

MICHIEL DRIEBERGEN. EL MUNDO.- La fila está formada por unos 80 niños en pie, rígidos y atentos. En cuanto oyen su nombre, se apresuran a dar un paso adelante. Cogen un pellizco de sal de un plato y lo lanzan sobre las llamas, que chisporrotean por un momento. «De esta manera todos contribuís al fuego del nacionalismo», les explica el líder del campamento, Burek, un hombre de aproximadamente 20 años, barba incipiente y cabeza rapada. Estrecha la mano firmemente a cada uno en señal de reconocimiento y sus dedazos envuelven los finos antebrazos de los chavales.

Azov es una unidad de combate nacionalista radical ucraniana formada por voluntarios que luchan contra los rebeldes prorrusos al este del país. Por tercer año consecutivo, organiza campamentos infantiles como éste, junto a un afluente de río Dnieper, a tiro de piedra de la capital, Kiev. En 12 días, estos niños de entre 7 y 15 años saldrán de aquí convertidos en patriotas de élite.

La ceremonia de la sal se lleva a cabo para celebrar la inauguración de nuevas viviendas para Azovets, las juventudes de Azov. Se trata de un recinto vallado, completamente equipado con comedor, dormitorios, rocódromo y hasta una pequeña playa. Gracias a los fondos del gobierno, que financia la educación patriótica, los nacionalistas disponen de este emplazamiento sin coste alguno. Azov organiza campamentos como éste en siete ciudades y el de Kiev es el más grande.

-Tenéis que estar siempre preparados para defender vuestro país-, aleccionan los ideólogos de Azov a los niños.

-Entendido-, responden estos últimos al unísono.

Los kalashnikov hacen acto de presencia desde el primer día en este campamento infantil. Tarakan, una niña de 15 años procedente de Kiev, delgada, de pelo liso y largo, pone el rifle a punto en tan sólo 15 segundos. «Retiras la recámara y el percutor, y sueltas el cilindro de gas. Luego lo vuelves a colocar todo. Hay que tener cuidado: nunca apuntes a una persona a no ser que estés seguro de que quieres disparar».

Azov se fundó tras la anexión de Crimea por parte de Rusia en marzo de 2014. La resistencia del ejército ucraniano no pudo con las milicias armadas y entrenadas por Rusia, que fueron haciéndose con el control de ciudades del este. Fue entonces cuando patriotas voluntarios decidieron organizarse en batallones financiados por acaudalados hombres de negocios. Durante el verano de 2014, Azov liberó Mariupol y seis meses más tarde lograron defender esta importante ciudad portuaria en la batalla de Shyrokyne. Tras amainar la guerra en el este, la organización se dedica ahora a promover el nacionalismo en todo el país.

Los niños forman filas de dos en dos cada mañana vestidos con uniformes del ejército. A la orden de su instructor Burek, se quitan las gorras. Tarakan es llamada a dar un paso al frente. Acto seguido todos se llevan el puño al pecho, proclamando con fuerza y al unísono: «Ucrania, madre santa de nuestros héroes, ven a mi corazón. Haz que mi alma reviva e ilumíname con tu gloria. Tú, santa entre los santos, eres mi vida y mi felicidad».

Después se iza la bandera. Es la enseña ucraniana: azul y amarilla, con la imagen de un orgulloso soldado.

A continuación, el programa empieza en serio: el primer grupo asiste a una clase de historia en la que se ensalzan las hazañas de los cosacos y los reyes de Kiev de hace mil años. Un segundo grupo se afana en un circuito de obstáculos que incluye saltar vallas y subir por cuerdas en parejas, y un tercero hace maniobras y practica técnicas de combate. Convertidos en una unidad compacta, los niños se mueven espalda con espalda apuntando con sus rifles a enemigos imaginarios escondidos entre los arbustos. Explotan petardos, a lo que el instructor grita: «¡Granada!». Los niños se lanzan inmediatamente al suelo, y evacúan a los heridos en camillas.

«Enseñamos a los chavales técnicas militares y les explicamos en qué consiste la guerra», detalla Gold, líder de Azovets de 28 años. Como el resto de instructores y niños, utiliza un alias de guerra en vez de su nombre real. Al menos la mitad de los líderes del campamento tiene experiencia en el frente; Gold luchó en el este de Ucrania durante dos años: «Los niños ven la guerra en la televisión cada día, pero que gente que ha estado en el frente comparta sus experiencias con ellos es una historia completamente diferente».

«Aprendemos cómo se sienten los soldados y cómo se comportan en el frente», explica Tarakan. «Los instructores nos enseñan cómo sobrevivir en el bosque o en el desierto. Nos dan clases de primeros auxilios y tácticas militares. Son cosas que todo el mundo debería dominar», añade Rostislav, otro recluta de 14 años. «Me gustaba el campamento y le pregunté a mi mejor amigo, que va a mi clase, si quería venir conmigo. ¿Qué por qué hay campamentos militares para niños en Ucrania? Porque estamos en guerra».

Más de la mitad de los niños aquí presentes, incluyendo Tarakan, son hijos e hijas de miembros de Azov. Es evidente que no son de clase obrera. Van bien vestidos, son educados y, por encima de todo, muy curiosos. Los padres que acuden a la ceremonia de inauguración están entusiasmados con el campamento. «En la mili no te enseñan cómo evacuar el cuerpo de un camarada en medio de la batalla», apunta un abuelo con gesto de aprobación. «Azov es importante para Ucrania», dice una madre. «Los niños deberían conocer el conflicto. Estamos defendiendo la frontera exterior de Europa». «¿Te sorprende ver un campamento militar para niños? Bueno, supongo que será porque tu país no está en guerra», añade el abuelo.

La educación militar para niños y adolescentes no es rara en Ucrania. En los tiempos de la Unión Soviética, las juventudes comunistas -llamadas Pioneros- inculcaban el amor por la madre patria e impartían formación militar básica en sus campamentos de verano. En la universidad, niños de 17 años hacen un servicio militar de tres meses en el que se les enseña tácticas militares y cómo manejar un kalashnikov.

Además, Ucrania tiene una rica tradición scout profundamente patriótica en comparación con la de Europa occidental: en el pasado, los boy scouts servían como caldo de cultivo de combatientes contra los soviets. Entre las canciones que se entonan en el campamento hay una cuyo estribillo comienza con «Que mueran los rusos», si bien estas canciones hablan de hechos históricos y no han sido compuestas por Azov.

La organización combina el patriotismo con el militarismo hasta el extremo. Su ideología central es «la nación», y por lo demás está envuelta cierta ambigüedad. Pero en ningún caso está vinculada con el neonazismo; los instructores lo recalcan vehementemente en respuesta a la caracterización que de ellos hacen los medios rusos y a menudo otros occidentales. «Soy un patriota», dice Gold. «No soy un nazi, ni fascista, soy nacionalista de mi país». El año pasado Azov cambió su logo, que se parecía mucho al lobo alado nazi. Gold describe el nuevo emblema como «un cruce entre el tridente ucraniano y un símbolo eslavo».

En el campamento nada hace pensar en ese tipo de ideología. Sí que observan, sin embargo, algunas tradiciones eslavas y paganas. En la noche del solsticio de verano, por ejemplo, hay una gran celebración. Los niños van en barca hasta la otra orilla donde cogen flores con las que las niñas hacen guirnaldas que colocan en sus cabezas. «Les enseñamos a amar el país en el que viven y a respetar su naturaleza, porque es más fuerte que nosotros», explica Gold.

«Hay quien dice que Azov es un radical», añade Gold, que se muestra decepcionado ante la falta de compromiso de sus compatriotas. «Sólo un 10% de la población ha acudido a la guerra como soldado o voluntario. El resto sigue ocupado con su día a día. No le importa el futuro de sus hijos».

Tarakan, de 15 años, afirma que «mucha gente sólo piensa en sí misma. Los auténticos ucranianos son patriotas que quieren luchar por su libertad. Si damos nuestra vida por Ucrania, respetarán a nuestro país, y no habrá más conflictos como los que tenemos con Rusia».

El gobierno sí que está entre los que piensan que Azov es demasiado radical. En el otoño de 2014 este regimiento, como sucedió con todos los batallones de voluntarios, pasó a estar bajo la autoridad del Ministerio de Interior. Los mandos de Azov no aceptan el Acuerdo de Minsk, firmado en febrero de 2015 para rebajar el conflicto en el este, ni que Ucrania haga concesiones de ningún tipo. Así las cosas, desde el verano de ese mismo año los combatientes voluntarios ya no pueden entrar en combate por su cuenta.

En su apuesta por cambiar el país, en octubre pasado Azov fundó un partido político, los Cuerpos Nacionales, con el objetivo de nacionalizar empresas públicas de servicios, cortar todos los lazos con Rusia y permitir que los civiles tengan armas. Los campamentos infantiles son exponentes de esta batalla en el segundo frente, tal y como Gold denomina las actividades de Azov no relacionadas con la guerra.

Sólo este verano 400 niños han participado en los campamentos de Azovets. Además, en periodo escolar los combatientes de Azov visitan las escuelas primarias de Kiev: la pasada primavera cerca de 600 niños pasaron un día entero iniciándose en temas militares. «Si respetamos el ejército desde la niñez, nos convertiremos en un país fuerte», reflexiona Gold.

Es en este contexto en el que se ha de interpretar la disciplina del campamento. El castigo es parte del programa. Durante el repaso de filas matutino un tímido muchacho de nueve años es llevado ante el resto del grupo. El instructor Burek explica qué ha hecho mal: a pesar de la prohibición de utilizar teléfonos móviles, ha escondido uno bajo su almohada.

-¿Debe o no debe ser castigado?-, pregunta al grupo el líder.

-No-, responden dubitativos unos cuantos niños.

El instructor repite la pregunta, más fuerte. «Sí», grita la mayoría. Como castigo, al chico se le prohíbe asistir a la ceremonia matutina durante dos días seguidos, así como llevar su uniforme.

«A muchos niños no les enseñan a controlarse», explica Gold. «Si sus amigos hacen cosas malas, ellos también. Ucrania tiene un problema con la educación de estos chavales. Muchos consumen drogas o se convierten en alcohólicos desde edades muy tempranas. Nosotros queremos evitar que eso suceda».

«Los niños deberían tener algo que hacer», explica Rostislav, de 14 años de edad. «El año pasado fui a un campamento tan aburrido que algunos empezaron a fumar. Eso, aquí, es imposible. Los instructores son estrictos y estamos todo el día ocupados».

Aun así, Rostislav critica el énfasis que se pone en el nacionalismo. «Esa oración a la madre patria no me gusta. El nacionalismo puede llevar al fanatismo y eso es malo. Si el campamento fuera menos nacionalista, sería el mejor del mundo».

Gold hace hincapié en que, pese a las apariencias, el campamento no se creó con el objetivo de crear niños-soldado: «No entrenamos a los niños para actividades en el frente. El objetivo es que tomen conciencia de lo que es la guerra». «Después del campamento, no voy a coger un arma y ponerme a disparar a gente», explica Tarakan. Su padre es un combatiente de Azov y su madre organiza funerales militares. «En ambos bandos mueren soldados. Los rusos también son personas; la guerra da miedo porque todo el mundo sufre».

Tarakan quiere estudiar Educación Física y Matemáticas. Rostislav sueña con vivir en América para aprender inglés; en el futuro se ve trabajando como traductor en Ucrania. «Muchos de mis amigos se han ido a Europa. Aquí se trabaja duro y en malas condiciones. No está bien. Los niños de nuestra generación deberían quedarse en Ucrania».

De repente suena el silbato que llama a la formación de la tarde. «¿Me has visto?», pregunta Rostislav brevemente antes de salir corriendo. «¡Mi amigo y yo somos los más rápidos en la carrera de obstáculos!».

Cada día, al anochecer, se arría la bandera y se vuelve a encender el fuego del campamento alrededor del cual los niños conversan y se relajan. Por un rato, se sentirán ajenos a una guerra que transforma día tras día el paisaje sociopolítico de su nación. Y, como colofón a la jornada, se vuelve a oír el eco de una oración: «Quema las debilidades de mi corazón, para que no sienta dudas ni miedo. Fortalece mi espíritu».

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