Un terrorista suicida mata a 90 policías en la mezquita de una comisaría en Pakistán.

| 30 enero, 2023

La Vanguardia/Jordi Joan Baños.- El hundimiento de una pared del edificio ha atrapado a los fieles de las primeras filas.

Una explosión en la mezquita de una comisaría ha provocado al menos 90 muertos y 176 heridos, este lunes al mediodía en Peshawar, al noroeste de Pakistán. La detonación se ha producido durante el rezo, cuando más de trescientos policías se encontraban en su interior. El primer ministro, Shehbaz Sharif, ha atribuido el atentado a «un terrorista suicida», lo que constituye un grave fallo de seguridad.

No en vano se trata de la comisaría central de esta conflictiva ciudad cercana a Afganistán, con un largo historial de atentados. Muchas de las víctimas se encontraban en las primeras filas y habrían sido sepultadas por los escombros, al hundirse una de las paredes de la mezquita.

La matanza no ha sido reivindicada, pero la mayoría de atentados contra las fuerzas de seguridad llevan el sello del Movimiento Talibán de Pakistán (TTP), sin ningún vínculo orgánico con los talibanes afganos. Tras la victoria de estos últimos en la guerra de Afganistán se ha observado un recrudecimiento en paralelo de los atentados del autodenominado Estado Islámico, en Afganistán, y del TTP y la insurgencia beluchi, en Pakistán.

El atentado de hoy en Peshawar ha provocado un llamamiento desesperado a las donaciones de sangre por parte de los responsables hospitalarios. También ha llevado a aumentar las medidas de seguridad en Islamabad, con la presencia de francotiradores en edificios gubernamentales.

La última carnicería en un centro de culto en Pakistán tuvo lugar en la misma Peshawar en marzo de 2022, cuando un terrorista suicida detonó sus explosivos en una mezquita chií, dejando 56 muertos y 200 heridos. Como es habitual en otras matanzas sectarias, fue reivindicada por Estado Islámico.

El aumento de la violencia coincide con un momento de gran incertidumbre política y económica en Pakistán, a nueve meses de las elecciones, en las que Imran Jan -descabalgado la primavera pasada en una tortuosa moción de censura- aspira a recuperar el poder. El pasado lunes, Pakistán vivió un apagón masivo de más de quince horas, desencadenado por un intento desesperado de ahorrar combustible en varias centrales.

El caso es que las reservas de divisas están agotándose, a la espera de un préstamo del Fondo Monetario Internacional (FMI) que no termina de concretarse, mientras crece el fantasma de una suspensión del pago de la deuda. Eso sí, a diferencia de Sri Lanka, Pakistán puede volver a jugar la carta de ser «demasiado grande para caer», sobre todo con el espantajo de su arsenal nuclear.

Cabe decir que la mayor partida de los presupuestos pakistaníes está destinada al pago de intereses de préstamos anteriores, que permiten a la élite político-militar del país mantener un espectacular estilo de vida sin pagar impuestos, pero cuyos beneficios para la masa de la población -a la que el FMI exige mayores sacrificios- son dudosos.

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