Un año de la muerte de Nelson Mandela, la conciencia del mundo

| 5 diciembre, 2014

El líder sudafricano está reconocido unánimente como la personalidad más destacada del siglo XX. Su diplomacia del rugby consagró definitivamente el fin del ‘apartheid’

nelson_mandela.columnasPEDRO GONZÁLEZ. ZOOMNEWS.- El legado de Nelson Rolihlahla Mandela está en sus apasionantes 95 años de larga vida, plena de experiencias, de lucha, de sinsabores, de tentaciones, de renuncias, pero manteniendo siempre en pie e inamovibles los valores de la tenacidad, de la comprensión, del amor y la libertad, como pilares de una voluntad de hierro capaz de transformar el mundo.

Mandela nació el 18 de julio de 1918 en la pequeña aldea de Mvezo, en el Transkei, hijo de la tercera esposa de su padre, destacado miembro de la nobleza xhosa, cuyo apellido Rolihlahla puede traducirse literalmente como «el que tira de la rama del árbol», o más coloquialmente «el que siempre busca problemas». Aunque tenía doce hermanos, tres de ellos varones mayores que él y por lo tanto de mejor rango, el joven Mandela pudo educarse en la Clarkebury Missionary School (en donde le pusieron el nombre de Nelson) y entrar en la Universidad de Fort Hare, la primera creada en Sudáfrica para los negros. Fue ahí en donde conocería a su principal amigo y correligionario, Oliver Tambo.

Mandela y Tambo fueron expulsados de la universidad en 1940 «por activismo político». Nelson recogió entonces a su madre y se mudó a Alexandra, un suburbio de Johannesburgo, y se buscó la vida como vigilante nocturno en una de las minas de oro. Conoce a otro de sus grandes compañeros, Walter Sisulu, que le facilita entrar como administrativo en un bufete jurídico, donde compagina su trabajo con estudios de Derecho por correspondencia. Al final conseguiría la licenciatura por la Universidad de Witwatersrand, tras lo que monta su propio bufete teniendo como socio a Seretse Khama, quién más tarde se convertiría en el primer presidente de la independizada Botsuana.

Mandela ya empezaba a comprobar que la vida era como «escalar una montaña muy alta, en cuya cima descubrimos que hay muchas otras montañas por escalar». Se casa en 1944 con Evelyn Mase, prima de Sisulu, al tiempo que ingresaba en el Congreso Nacional Africano (ANC, en sus siglas en inglés). Con Tambo y Sisulu funda la Liga Juvenil del ANC, de la que Mandela será secretario general, primero y presidente desde 1951. Para esa fecha, ya está en marcha el régimen del apartheid (segregación), instaurado desde 1948 por el Partido Afrikáans, presidido por el pastor protestante Daniel François Mala.

Persecuciones, detenciones y represión

Comienzan las persecuciones y detenciones contra él y Tambo, cuyo bufete se convierte en el refugio al que acuden todos los negros sobre los que se abate el implacable sistema de discriminación racial. Mandela y Tambo son objeto ya en 1952 de la primera acusación en virtud de la nueva Ley de Supresión del Comunismo. La esposa de Mandela, Evelyn, no soporta la presión y le abandona en 1955 so pretexto de «diferencias irreconciliables».

Lejos de arredrarse, Mandela redobla su actividad política y hace adoptar el Manifiesto por la Libertad por el ANC, lo que le acarrea una acusación más grave: «alta traición y conspiración para el uso de la violencia con objeto de derribar al actual gobierno y reemplazarlo por un estado comunista», un delito castigado con la pena de muerte. El consiguiente juicio por traición concitó una atención mediática internacional sin precedentes, hasta que en 1961 Mandela y sus 29 compañeros encausados fueron absueltos. Los avatares del juicio propiciaron que Mandela conociera y se casara con su segunda mujer, Nomzano Winnie Madikizela.

El régimen se endurece y acrecienta la represión, provocando las primeras reacciones internacionales a raíz de la masacre de Sharpeville, cuando la policía dispara contra manifestantes desarmados, causando 69 muertos y 189 heridos. Esta matanza y el asesinato puro y duro de detenidos en dependencias policiales lleva a que el ANC y el Congreso Panafricano (PAC) creen un brazo militar, Umkhonto w Sizwe (MK), del que Nelson Mandela sería su primer comandante e inspirador de los actos de sabotaje contra los intereses del régimen.

En 1962 Nelson Mandela sale clandestinamente de Sudáfrica. Comparece primero en Addis Abeba ante el Movimiento Panafricano por la Libertad, que condena sin paliativos el apartheid; luego se traslada a Argelia, donde sigue un curso de adiestramiento en la lucha de guerrillas, y llega finalmente a Londres, en donde mantiene numerosas entrevistas con los diputados de la oposición británica. Al volver a Sudáfrica es detenido de nuevo y condenado a cinco años de prisión «por incitar a la rebelión y haber abandonado el país de manera ilegal».

Cadena perpetua en Robben Island

Pero el golpe definitivo vendría inmediatamente después. El 11 de julio de 1963 la policía irrumpe en la granja Lilieslief, próxima a Johannesburgo, que había sido utilizada como cuartel general del MK. Mandela no estaba inicialmente entre los detenidos pero forma parte del equipo de diez juristas encargado de la defensa de los acusados. El tribunal acaba por considerarlos a ellos también reos de los 200 delitos que se imputan a todos los detenidos: «200 sabotajes en preparación del estado de guerra y para facilitar la invasión del país por fuerzas extranjeras enemigas». Dos de los abogados son absueltos, tres lograrán salir del país clandestinamente. Los otros cinco, entre ellos Mandela, serán condenados a perpetuidad y confinados en Robben Island, en las cercanías de Ciudad del Cabo.

Durante su largo cautiverio, Mandela, además de la presión en forma de aislamiento físico y sensorial, recibió numerosas ofertas del régimen para traicionar sus ideales y abandonar la lucha. En 1976 las tentadoras ofertas las realizó en persona el ministro de Policía del presidente BJ Vorster, y en 1986 el mismísimo ministro de Justicia, Kobie Coetzee. Entretanto sus problemas de salud empeoraron. Hubo de ser operado de próstata y tratado contra la tuberculosis.

Mandela se mantuvo firme. «No es valiente aquel que no tiene miedo sino el que sabe conquistarlo», les decía a sus compañeros, a quienes les recordaba su principio esencial: «Soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma». Y a los que derrotaba el peso de los castigos les consolaba con otra frase de aliento: «La mayor gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre». Aquellos amigos y compañeros de cautiverio siempre le reconocieron su indiscutible liderazgo, aunque les costara aceptar su prédica ya entonces de no odiar a los que servían a un régimen que les machacaba literalmente: «La gente no nace odiando, el odio ha de aprenderse, y si ellos pueden aprender a odiar también se les puede enseñar a amar. El amor llega más naturalmente al corazón humano que su contrario».

Esa filosofía de vida le mantuvo en pie a lo largo de sus 28 años de penoso cautiverio. Su firmeza terminó por doblegar al régimen, cuyo presidente Frederik De Klerk, se entrevistaría con el propio Mandela en diciembre de 1989. Apenas mes y medio más tarde De Klerk levanta la prohibición de los partidos y decreta la liberación de los presos políticos, excepto los culpables de crímenes violentos. El 11 de febrero de 1990 Nelson Mandela sería definitivamente liberado. La negociación de los decisivos cambios constitucionales les lleva a ambos, a Mandela y De Klerk, a ser galardonados con el Premio Nobel de la Paz de 1993.

Primer presidente negro

Nelson Mandela se convertiría, además, en el primer presidente negro del país tras las elecciones multirraciales de 1994, ganadas por el ANC con el 62% de los votos. El nuevo presidente confesaría que le daba pavor que los sondeos tuvieran razón y concedieran a su partido el 67% de los sufragios, lo que hubiera facilitado una nueva revisión de la recien alumbrada Constitución y su previsible deriva extremista.

Pero lo que decía la ley había que conquistarlo en los corazones. El fin del régimen de apartheid provocó una convulsión entre la minoría blanca. Mandela temía que tal masa de descontentos blancos creara un frente terrorista que pusiera en tela de juicio el ideal más querido de Madiba (el nombre familiar del clan de Mandela): el de «una sociedad libre y democrática en la que todos podamos vivir en armonia y con iguales posibilidades».

Su talento político se plasmaría entonces en su actuación con ocasión de la Copa del Mundo de Rugby de 1995, cuya organización fue encargada a Sudáfrica. El rugby era un deporte exclusivamente de blancos, razón por la cual los negros no le prestaban la menor atención. Mandela vió en este acontecimiento la ocasión de reconciliar el país. Y lo primero que hizo fue entrevistarse con el capitán de la selección, François Pienaar, al que pidió ayuda para que los negros se identificaran con el equipo. Este no le defraudó y, ante el asombro de sus propios compañeros, les propuso que aprendieran y cantaran el himno en lengua zulú, el mismo que entonaban siempre los negros cuando se manifestaban contra el poder blanco durante el apartheid.

La complicidad Mandela-Pienaar comenzó a funcionar y ambos acordaron que el presidente les visitara en el campo de entrenamiento de Silvermines, en las cercanías de Ciudad del Cabo. El equipo, conocido popular y mundialmente como los Springboks, y en el que solo había un no blanco, el mulato Chester Williams, quedó impresionado por la fuerza y la determinación de Mandela, apodado desde entonces por todos ellos como Madiba Magic.

El deporte «culpable» de que blancos y negros festejaran juntos

El momento decisivo, sin embargo, sería el de la final, a la que Sudáfrica había llegado tras imponerse a Francia. Enfrente, la poderosa e imbatible Nueva Zelanda, capitaneada por Lomu, considerado el mejor jugador de todos los tiempos. Mandela había pedido para sí la camiseta verde de su equipo, con el número 6, precisamente el del capitán Pienaar. Enfundado en ella bajó a saludar a todos los miembros del equipo, momento en el que 72.000 gargantas gritaron de entusiasmo mientras en todo el país se desataba el júbilo de blancos y negros.

Sudáfrica ganó 15-12 tras un partido y prórroga de infarto. Mandela entregó la Copa al capitán Pienaar con una sola frase: «Gracias por lo que habéis hecho por nuestro país», a lo que el emocionado capitán de los Springboks respondió: «Esto no es nada comparado con lo que ha hecho usted por este mismo país».

Fue, pues, un día épico, en el que por primera vez blancos y negros festejaron juntos. Aquel día de 1995 se acabó la extrema derecha, terminaron las bombas y se consolidó la democracia. Fue el verdadero final del apartheid, admirablemente glosado en el libro de John Carlin Playing the enemy: Nelson Mandela and the game that changed a nation, y en la consiguiente película Invictus, basada en tal obra, dirigida por Clint Eastwood y protagonizada por Morgan Freeman.

Misión cumplida, pues. En 1997 Nelson Mandela dimitiría del liderazgo del ANC y posteriormente renunciaría a la reelección presidencial. Se divorció de Winnie Madikizela-Mandela en 1996, el mismo año en que se hicieron públicas sus relaciones con Graça Machel, la viuda del ex presidente de Mozambique. Tras ser amonestados cariñosamente por el arzobispo Desmond Tutu, Nelson y Graça contrajeron matrimonio en 1998.

Concluye casi un siglo de vida de Melson Mandela, el hombre que siempre creyó que «la educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo»; el mismo que convenció a sus compañeros de lucha de que «si quieres hacer la paz con tu enemigo tienes que trabajar con él, y entonces se convertirá en tu compañero»; el mismo, en fin, que definía como una combinación formidable una buena cabeza aliada con un buen corazón.

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