Talíria Petrone, abanderada de los ausentes en el Congreso de Brasil

| 11 febrero, 2019

Se acaba de estrenar como diputada en una Cámara donde supone una rareza por negra, mujer, feminista y defensora de los brasileños LGTBI

NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR. EL PAÍS.- Las torres de viviendas de São Paulo tienen un ascensor para los vecinos (social, lo llaman) y otro de servicio. Incluso las más nuevas. No es lo único que llama la atención al reciben llegado. Los elevadores de los edificios públicos de la metrópoli incluyen la advertencia de que la ley impide discriminar a nadie por la raza, sexo, edad, aspecto… Son recordatorios de una segregación que persiste. El Congreso es otro espacio que, como los ascensores sociales, se parece poco al Brasil que representa. Talíria Petrone, de 33 años, es una rareza en esos espectaculares pasillos modernistas de Brasilia. Pero “van a tener que acostumbrarse a ver a una mujer negra andando por aquí”, como ella misma tuiteó el día de su estreno. Esta profesora de historia acaba de estrenar un mandato de cuatro años como diputada por Río de Janeiro.

NAIARA GALARRAGA GORTÁZAR

Las torres de viviendas de São Paulo tienen un ascensor para los vecinos (social, lo llaman) y otro de servicio. Incluso las más nuevas. No es lo único que llama la atención al reciben llegado. Los elevadores de los edificios públicos de la metrópoli incluyen la advertencia de que la ley impide discriminar a nadie por la raza, sexo, edad, aspecto… Son recordatorios de una segregación que persiste. El Congreso es otro espacio que, como los ascensores sociales, se parece poco al Brasil que representa. Talíria Petrone, de 33 años, es una rareza en esos espectaculares pasillos modernistas de Brasilia. Pero “van a tener que acostumbrarse a ver a una mujer negra andando por aquí”, como ella misma tuiteó el día de su estreno. Esta profesora de historia acaba de estrenar un mandato de cuatro años como diputada por Río de Janeiro.

“Se confirma que aquello, más que el Congreso nacional, es la expresión del Brasil colonial que no se cerró. Allí están juntos latifundistas, lo que aquí llamamos la bancada de la bala (defensores de las armas), los banqueros… mayoritariamente hombres blancos”, explicaba por teléfono este viernes. La Cámara de Diputados y el Senado han ganado diversidad en la legislatura que comienza. Han llegado la primera diputada indígena, más negros y una cifra de mujeres que es récord aunque minúscula. Han aumentado del 10% al 15%. El puesto 132º de 188 países del mundo, según datos de la Unión Interparlamentaria. Al mismo tiempo es el Congreso brasileño más conservador de los últimos 30 años, según Diap, una entidad que radiografía su composición.

Precisamente ahí reside, insiste la diputada, “la importancia de que nuestros cuerpos y nuestro programa estén allí”. Lleva a la Cámara “un mandato negro, feminista, LGTB y popular”. Un cóctel que aúna casi todo lo que aborrece la otra parte de este Brasil tan polarizado que desde enero preside el militar retirado Jair Bolsonaro. Ella es la minoría en una minoría parlamentaria. Enfrente tendrá un amplio panorama de derechistas, más o menos aliados de un Gobierno que califica de peligrosísimo porque es “extremadamente neoliberal, lleno de militares, con dejes autoritarios, y fundamentalista”.

Electa por el PSOL, el Parido Socialismo y Libertad, cuyo símbolo es un sol dibujado con trazo infantil, su misión prioritaria en Brasilia no puede ser más seria ni de mayor calado: “Estoy en el Congreso sobre todo para defender la democracia” porque, en su opinión, Brasil “está fuera de la normalidad democrática”. Una anormalidad que se resume en dos nombres propios. Mejor, en tres. Marielle Franco. Jean Wyllys. Y Anderson Gomes. Dos electos del PSOL y el chófer de la primera. Ella era concejal en Río cuando hace casi un año la cosieron a balazos en su coche. Nadie ha sido detenido o procesado, pero el general encargado hasta enero de la seguridad pública de la metrópoli apunta a milicias, grupos criminales integrados por miembros de las fuerzas de seguridad en activo o no.

El segundo era el primer diputado abiertamente gay de Brasilia, que a finales de enero anunció que abandonaba Brasil sin regresar al escaño que ocupó la pasada legislatura por las amenazas y el clima crecientemente hostil en un país profundamente religioso que ha virado más a la derecha. Su sustituto es otro homosexual, David Miranda, que tiene dos hijos con el periodista estadounidense que desveló los papeles de Snowden, Glenn Greewald.

Marielle y Talíria —así las conocen todos en Brasil— eran una especie de gemelas políticas. Decidieron juntas el salto para entrar en otro de esos espacios del que sus pares estaban ausentes. Una fue electa en el Ayuntamiento carioca; la otra en el de Niteroi. Era 2016. Ambas se habían conocido en la favela da Mare, donde Franco se crio y Petrone preparaba adolescentes para entrar a la universidad.

Esta hija de una maestra alfabetizadora y un músico también ha recibido amenazas de muerte. Opina que las luchas no se escogen. Siente la responsabilidad de que las causas que abanderaban sus compañeros no sean abandonadas. Ante la pregunta de si es valiente, cita a la cantante Nina Simone: “La libertad es no tener miedo”. Se mueve en un coche blindado pagado por el partido desde que le retiraron la escolta policial. Ahora está viendo en Brasilia qué protección puede ofrecerle el Congreso.

Las últimas elecciones de Brasil significaron una atomización extrema en el Congreso de Brasil con la cuasi desaparición del centro y del centroderecha, aunque el izquierdista Partido de los Trabajadores es, por poco, el mayor grupo. El PSOL duplicó sus escaños a diez. Y se enorgullece de ser la única formación paritaria en un Congreso de 594 miembros. Entre las experiencias desagradables del primer día, los guiños y gestos con la lengua de un otro diputado “ignorando que soy una diputada electa”.

Se declara abierta a colaborar con los parlamentarios que antepongan la defensa de la democracia, pero añade que “habría que preguntar a la derecha si están dispuestos a garantizar la democracia”. Frente al discurso tradicional, sostiene que ella no hace política identitaria. Reivindica que “el pueblo, la clase obrera, las mujeres…” son la mayoría social de Brasil.

Con ellos en mente, pretende defender la democracia, la educación como instrumento de cambio, la cuestión socioambiental, a los indígenas, “una seguridad pública con perspectiva de derechos humanos…”. Todo un desafío en un país con 64.000 asesinatos (incluido un 8% a manos de la policía) donde buena parte de la sociedad pide más mano dura. Otra de las diputadas novatas en Brasilia es una policía que entró en política tras hacerse famosa por abatir a un ladrón armado.

El otro desafío de Petrone es la distancia entre Río de Janeiro y una capital construida en los cincuenta en medio de la nada por Oscar Niemeyer como símbolo de modernidad pero también para mantener al pueblo lejos de sus representantes. No quiere perder el contacto con la calle. Como todos los electos del PSOL, Petrone se planta cada viernes en una céntrica plaza de Río y, subida a una caja, les explica a sus seguidores y a quien pase por ahí qué es lo que hace en ese espacio que acaba de pisar por primera vez y en el que le quedan cuatro duros años por delante.

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