Refugiados en las tumbas y los arcenes de Europa

| 13 septiembre, 2020

Miles de migrantes duermen al raso en la carretera y en un cementerio tras la destrucción del campo de refugiados de Moria

JAVIER ESPINOSA. EL MUNDO.– Aunque la imagen de Moria siempre estuvo asociada a la vergüenza -la misma que dijo sentir el gobernador de la isla, Constantinos Moutzouris, al visitar el lugar-, la fotografía que muestra Husam Asalim confirma que la escala de la degradación permite seguir bajando peldaños. El sirio de 37 años la tomó el pasado viernes. Un grupo de refugiados, algunos de su nacionalidad y otros afganos, durmiendo entre las tumbas del pequeño cementerio de la villa de Panagiouda.

Los desplazados de Moria habían sido expulsados ayer del recinto. Una lugareña intentaba adecentar las lápidas con una manguera. «Estoy muy enfadada. Este es un lugar santo. Aquí respetamos a los muertos», clamó indignada negándose a continuar con la conversación. A pocos kilómetros de allí, cientos de demandantes de asilo se enfrentaban poco después con las fuerzas antidisturbios griegas que respondieron lanzando gases lacrimógenos, en un reflejo de la caótica situación en la que se encuentra sumida la isla griega tras el incendio que ha asolado el campo de refugiados de Moria. «Esto va a reventar en cualquier instante», opinó Asalim.

En realidad, Moria ya ha reventado, esparciendo el bochorno que provocaba por todas las capitales europeas. La UE pretendía que las islas griegas fueran un ejemplo de su nueva política migratoria. Enclaves donde se debían gestionar con rapidez las peticiones de asilo. Los que fueran aceptados en los confines de la asociación europea deberían haber sido distribuidos entre los países del grupo y el resto devueltos a Turquía, según el acuerdo que se firmó en 2016. Aquel proyecto nunca se implementó. Los exiliados se quedaron bloqueados durante años en las islas. Las llamas de Moria dejaron reducido ese lugar y el plan europeo a meras cenizas.

La historia nos ha enseñado que el intento de frenar la necesidad con muros o alambradas suele estar destinado al fracaso. Lo acaecido en Moria ha vuelto a repetir esta lección que ningún gobierno parece asumir. El campo era una caótica masa de humanidad hacinada, entremezclada con inmundicias y excrementos. Pero las autoridades griegas habían conseguido mimetizar ese deplorable espectáculo entre los olivares de las montañas de esta isla.

Las víctimas de esta miseria tan sólo han trasladado esa penosa estampa a la principal carretera isleña. Habían evacuado el cementerio para crear un nuevo asentamiento instalándose por miles en los arcenes de la carretera, en azoteas, aparcamientos y hasta en algún almacén vacío en una franja de pocos kilómetros. Son cientos de habitáculos creados con simples telas entrelazadas con cuerdas que a duras penas amortiguan el calor diurno, tiendas de campaña y hasta hay quien se está construyendo un chamizo con cañas de bambú.

De Moria sólo quedan despojos -algunos siguen humeando- y la misma basura que se prodigaba en el complejo. Un recorrido por su interior permite apreciar que el fuego se cebó principalmente con la única zona habilitada con contenedores y estructuras firmes. Después se extendió a las tiendas de campaña y las chabolas que se dispersaban por las colinas. «Allí empezó el fuego el domingo. En la zona de la ONU», explica Husam Asalim. El sirio también tiene un vídeo que muestra a jóvenes afganos prendiendo fuego a la vegetación seca del entorno. La desesperación nunca fue una buena consejera.

«¡Fuck Moria!» (que se joda Moria), se lee en una pintada garabateada en uno de los muros requemados del recinto. Una frase que resume el sentir de los que llevaban años sufriendo en este emplazamiento. Otra juega con las palabras. En un lado de uno de los pocos contenedores que han permanecido indemnes han escrito «Movement of Freedom» (Movimiento de la Libertad)» y al lado «Freedom of Movement» (Libertad de Movimiento». La misma exigencia que llevan coreando los refugiados desde hace días en sus movilizaciones.

La ‘explosión’ de Moria siempre fue un evento previsto por cualquiera que hubiera visitado ese barrizal en territorio europeo que competía en penurias con cualquiera de sus homólogos del continente africano. En los años en los que funcionó como centro de acogida, los inquilinos obligados de Moria establecieron una pequeña ciudad donde no faltaba ni su particular mercadillo o sus peluquerías. La sucesión de chamizos donde vendían todo tipo de productos ha desaparecido, consumidos por las llamas. Lo mismo que muchas de las instalaciones de las agencias de la ONU que trabajaban en el campo.

El ministro de Inmigración, Giorgos Koumoutsakos, admitió que en el incendio se podrían haber perdido miles de ficheros de las demandas de asilo depositadas por los residentes de Moria complicando aún más si cabe su situación. «Yo no sé donde anda ni mi pasaporte ni mis papeles de Alemania. Puede que se hayan quemado todos en el incendio. ¿Qué voy a hacer si ha pasado eso?», inquirió Husam Asalim apesadumbrado.

Las únicas zonas que habían evadido hasta ayer la furia de las hogueras eran los conglomerados de tiendas erigidas en las colinas más alejadas de la carretera. Los habitantes de la tienda RR1218 no pudieron recoger ni su ropa. Tampoco los ositos de peluche de los más pequeños. Al lado de su precario domicilio habían colgado un columpio hecho con troncos de madera.

El campo donde se apelotonaban más de 12.000 personas está vacío. Sus únicos inquilinos son algunos perros, grupos de agentes y bomberos -cuya presencia no ha evitado que todas las noches se reproduzcan de forma sorprendente las fogatas-, y los miembros de las ONG que intentan rescatar los escasos materiales que se han salvado en sus instalaciones.

Grupos de sirios y otro contingente de somalíes han decidido permanecer en los alrededores. Los africanos duermen sobre mantas y colchones extendidos junto a la cafetería situada frente al campo. Hussein Ali ejerce como portavoz de este pequeño contingente. Dice que prefirieron no avanzar hasta Kara Tepe «porque eso está lleno de gente». «No hay comida ni sitio para quedarse», añade. El somalí de 25 años es uno de esos personajes inasequibles al desaliento, pese a los continuos golpes que ha recibido en su corta existencia. «Hemos sobrevivido a muchas cosas y también lo haremos a esta«, afirma con una enorme sonrisa.

El resto, la muchedumbre que se ha repartido por los alrededores del segundo campo de Lesbos -Kara tepe- llevan dos jornadas expresando su oposición a volver a ser encerrados en otro lugar semejante a Moria. «No queremos ir de nuevo a un infierno como Moria», habían escrito en una de los carteles que mostraban en la movilización matinal. De momento siguen purgando su hipotético pecado, no haber nacido en Europa, amontonados junto al asfalto.

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