Políticas identitarias y feminismo

| 9 enero, 2019

No existe hoy ningún proyecto más ambicioso que la igualdad. Por apelar a la superación de una subordinación inmemorial y por la transformación que pretende: laboral, social, civil, política y cultural

EDUARDO MADINA. EL PAÍS.- Mark Lilla, relevante profesor de humanidades de la Universidad de Columbia, describe en su conocida obra, “The once and future liberal. After identity politics” la existencia de una disyuntiva habitual en política. La elección entre una visión de lo que somos fragmentada en distintos tipos de identidades diferenciadas -merecedoras todas ellas de recetas a la carta-, o una visión centrada en la idea de una sociedad de ciudadanas y ciudadanos con elementos comunes e intereses compartidos.

En el marco de esa dialéctica, y aterrizando en nuestro país, no sorprende que para los nacionalistas y para algunos sectores de la derecha española, hablar del significado de la palabra nosotros remita a algo fragmentado en función de distintas adscripciones identitarias.

Pero, por el contrario, sí sorprenden algunas voces de la izquierda en su aceptación de una visión basada en políticas de la identidad que a veces se circunscriben a colectivos diferenciados, a veces a la defensa de intereses corporativos de parte y a veces incluso a grupos con vocación hegemónica sobre en términos sentimentales o identitarios.

De las posibles consecuencias de esta práctica de fragmentación, ensayadas y reiteradas en otras latitudes, da buena cuenta Mark Lilla en su obra. Su lectura quizá ayude en la reflexión sobre algunos elementos que, en este caso, son comunes a un buen número de actores políticos en nuestro país.

Con todo, lo cierto es que en el marco de una narrativa establecida en clave de modernidad no tenemos por qué ser el resultante de una suma de colectivos pre definidos ni de grupos identitarios cerrados y diferenciados. También podemos ser el conjunto de ciudadanas y ciudadanos con pertenencia a una misma sociedad. Es destacable, en ese sentido, la velocidad a la que se olvida la obviedad de que de las condiciones de conjunto de esta depende el desarrollo de todos los que la habitamos. Por eso se solicita a los actores políticos, con poco éxito últimamente, que presenten un modelo de país o un modelo de sociedad completo y salgan de una vez de la trampa de la fragmentación interna.

Porque lo cierto es que lejos de esa retórica de la diferencia, de esta política de la identidad tan instalada en nuestro debate político, existen ejemplos de formulaciones reivindicativas con capacidad para constituirse a su vez en todo un modelo de sociedad.

En este año 2018, en esta cuarta ola por la igualdad real y efectiva, el feminismo vuelve a ser, en ese sentido, el mejor ejemplo en la definición de la naturaleza de las reivindicaciones y en la apuesta por un proyecto de sociedad justo.

¿Defiende este los derechos de las mujeres para restar derechos a los hombres? No, en contra de lo que algunos creen, no es nada de eso. El feminismo plantea un modelo de sociedad que quede definido por la igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres. Es una reivindicación de los derechos de las mujeres insertada en la narrativa de un modelo. Y sin su reivindicación ese modelo, sencillamente no es posible.

En su fondo, es una defensa del derecho de toda la sociedad a vivir en un entorno democrático con indicadores de igualdad que resulten aceptables. Es la formulación de nuestro derecho a dejar atrás esta inmemorial condena de inaceptables diferencias derivadas de si naces mujer o de si naces hombre, del derecho que el conjunto de la ciudadanía tiene a vivir en un modelo de sociedad sin agravios, diferencias, humillaciones y discriminaciones por género de, en nuestro caso, la mitad de la sociedad española. No es una propuesta de parte, es una propuesta colectiva para que todos dejemos de habitar en entornos donde el género conduce a una vida en clave de subordinación o a una vida en clave de privilegios por género. Es una reivindicación que nos interpela a todas y a todos, que propone un cambio en el campo del derecho y una transformación en el ámbito de las mentalidades y los roles que tan profundamente han arraigado entre nosotros a través del paso de los siglos. Todo un cambio cultural. Todo un modelo completo. Todo un proyecto de transformación que, además, trasciende fronteras de países y está alcanzando dimensión global.

Es una enorme oportunidad. Un camino que no va de forma aislada y corporativa defendiendo intereses de parte en contraposición con derechos ajenos, que no genera ni una sola baja en campo ajeno, que pretende avanzar sobre el valor de la igualdad en la definición de un esperanzador modelo de sociedad. Es toda una revolución pendiente: igualdad real y efectiva entre mujeres y hombres. Y trasciende, con mucho, a proyectos basados en la identidad, a retóricas de la diferencia, a esa dinámica de fragmentaciones que está detrás de la dificultad existente para trenzar proyectos compartidos de país, modelos de sociedad que se describan sobre todo lo que nos une. Estamos ante un proyecto que apela a la igualdad, no a la diferencia.

Hoy por hoy, no hay ninguno con el calado de este. No hay ninguno que, por apelar a la superación de una dominación y subordinación inmemorial y por la transformación que pretende – laboral, social, civil, política y cultural- tenga la naturaleza y la ambición de este.

Y es así como observamos que mientras las propuestas de algunos de los principales partidos en nuestro país se caracterizan por fragmentación, recetas a la carta y políticas de la identidad, de nuevo un movimiento los trasciende con todo un proyecto completo de transformación. Un proyecto para todas las mujeres y hombres que aspiramos a vivir en una sociedad destacada en la aplicación del principio que, junto a la libertad, es el ideal más alto de toda la historia humana; la igualdad. La igualdad con todo su poder transformador, con toda su capacidad para consagrar los contornos de una sociedad mejor. Ojalá las principales fuerzas políticas en España lo apoyen de forma decidida. Y ojalá algunas aprendan de él.

Eduardo Madina es director de Kreab Research Unit, unidad de análisis y estudios de KREAB.

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