Omar, marroquí al que destrozaron dos locutorios en el ataque xenófobo de El Ejido: «Fue terrorífico»

, , , | 6 febrero, 2020

Abandonó con su familia la localidad almeriense después de los altercados y tras haber negociado el fin de la huelga en los invernaderos que zanjó el grave conflicto social que se produjo hace 20 años

SANTIAGO F. REVIEJO. PÚBLICO.- Omar El Hartiti llevaba diez años viviendo en El Ejido cuando se produjeron los graves ataques xenófobos a migrantes de los que este jueves se cumplen dos décadas. A él le destrozaron los dos locutorios que había montado en esta localidad del Poniente almeriense y también el centro de día que la asociación Almería Acoge había abierto para atender las necesidades básicas de la población migrante y del que él era responsable. Unos meses después, se marchó con su familia, incapaz de superar el terrible impacto de lo que había vivido aquellos días.

La ruta de los temporeros migrantes fue la que llevó a El Ejido a Omar, quien en 1989, por razones económicas, dejó a medias la carrera de Biología que estaba estudiando en su ciudad, Tetuán, y se vino de Marruecos a España para, como tantos otros compatriotas, ganarse la vida que en su país se perdía a causa de la pobreza. Y en la capital de la agricultura intensiva bajo plástico, fue contratado por la asociación Almería Acoge para hacerse cargo de un centro de día donde ofrecían servicio de lavandería, ducha, correo y todo tipo de asistencia social a la población extranjera que nutría la mano de obra de los pujantes invernaderos, pero tenía que vivir en casas en ruinas en medio del campo, sin agua ni luz, como animales.

«Con las lavadoras y las duchas no dábamos abasto. Todo el día estábamos a tope», recuerda Omar. Las administraciones –el Ayuntamiento, la Diputación, la Junta de Andalucía- se habían desentendido del tema y no se preocuparon de solucionar la acuciante falta de infraestructuras y servicios para atender a una población que había crecido vertiginosamente por la demanda de trabajo en los invernaderos, que en poco tiempo superaron las 12.000 hectáreas de superficie. «Era un problema de una dimensión bestial».

El problema había ido creciendo poco a poco, como una bola de nieve. Aparentemente, según Omar, la convivencia entre autóctonos y foráneos era aceptable, pero por debajo de esa apariencia iba levantándose una barrera que separaba cada vez más a unos de otros. Migrantes y españoles sólo se juntaban ya en el tajo, un encuentro que comenzaba cuando el manijero iba a las ocho de la mañana a la zona de Cuatro Vientos a recoger a los trabajadores para esa jornada y que terminaba con el fin de la faena del día en los invernaderos. Fuera del horario laboral, ya no había más espacios de convivencia. Los extranjeros tenían que conformarse con deambular por la céntrica calle Manolo Escobar, porque en la gran mayoría de los bares no les permitían la entrada, y a veces hasta ni eso, porque la Policía Local les decía que no obstaculizasen el paso en la vía pública.

Separados ya por barreras invisibles, pero infranqueables, los dos mundos de El Ejido –el extranjero y el nacional-, acabaron colisionando el 6 de febrero de 2000. Omar El Hartiti recuerda que cuando se supo que un marroquí había matado a una joven del pueblo, empezaron a destrozar los puestos de migrantes en el mercadillo de Santa María del Águila, donde vivía la víctima. Luego, un grupo de vecinos fue al Ayuntamiento a protestar por el crimen –era el tercero en pocas semanas- y el alcalde de entonces, Juan Enciso, del PP, se lavó las manos y les dijo que hicieran lo que creyeran conveniente. «Ahí es cuando ya se descontroló del todo la situación», subraya Omar.»Destrozaron todo lo que estaba relacionado con los inmigrantes, tiendas, teterías, mezquitas, las casas…»

Lo conveniente para decenas de ejidenses, y también de personas llegadas de otros municipios, fue organizarse en patrullas para ir a la caza del extranjero al que culpaban de la inseguridad ciudadana. Así lo recuerda Omar: «Destrozaron todo lo que estaba relacionado con los inmigrantes, tiendas, teterías, mezquitas, las casas… Se notaba que estaba todo organizado. Iban a los sitios donde sabían que estaban, donde compraban, donde se reunían, donde vivían. En los bajos, primero llegaba un coche, un todoterreno, y con una cadena arrancaban la puerta, y luego venían otros con barras de hierro y destrozaban todo el interior».

Él se enteró de que había empezado la caza al extranjero volviendo de Almería. Se encontró al llegar a El Ejido con patrullas ciudadanas en cada rotonda controlando los vehículos que entraban y salían, como si fueran policías: «Fue terrorífico. Conseguí acceder a mi casa después de tres intentos y me encontré a mi mujer atemorizada por lo que estaba pasando, con nuestro hijo, que sólo tenía un año y medio». Cerca de un día estuvieron encerrados sin salir del piso, mientras en la calle una jauría humana campaba a sus anchas, destruyendo todo cuanto ‘olía’ a extranjero, entre ello los dos locutorios que había abierto Omar y la sede del centro de día de Almería Acoge que él gestionaba.

El pánico se apoderó de la población migrante

El pánico se apoderó de la población migrante, todo el mundo se escondió donde pudo hasta que al día siguiente un grupo, entre ellos Omar, decidió pasar a la ofensiva y reunirse en el único lugar seguro que había en ese momento, delante de la Comisaría de Policía. De esa concentración salió la respuesta a los ataques xenófobos en donde más dolía: la convocatoria de una huelga en los invernaderos, cuya mano de obra era en un 80% extranjera. Omar El Hartiti formó parte del comité negociador de un conflicto que duró unas dos semanas y puso contra las cuerdas al sector con unas pérdidas de siete millones de pesetas diarias a causa del prolongado paro.»Es muy difícil reconstruir todo aquel daño»

Finalmente, empresarios, administraciones y trabajadores llegaron a un acuerdo que puso término al conflicto laboral y social, basado en tres puntos fundamentales: fin de cualquier tipo de violencia, indemnizaciones por los daños causados y ayuda para la regularización de quienes habían perdido su documentación en los ataques xenófobos. Sin embargo, el acuerdo ya no sirvió para que Omar y su familia se quedasen a vivir en el Poniente almeriense. Unos meses después, abandonaron El Ejido y se trasladaron a Sevilla, donde él siguió trabajando en la atención a la migración con la asociación Sevilla Acoge. «Aquello fue un impacto tan bestial que se te queda grabado para siempre. Todos los que estuvimos en la comisión negociadora de la huelga nos fuimos de El Ejido. De verdad, es muy difícil reconstruir todo aquel daño. Y esa fractura social sigue marcada hasta hoy«, advierte.

A este marroquí de Tetuán, que ahora se encarga de los proyectos de cooperación para el desarrollo que lleva a cabo Sevilla Acoge, no se le quita de la cabeza que detrás de aquellos violentos altercados había una organización, una infraestructura montada, financiada por alguien, con intereses muy determinados. Hoy, veinte años después, confiesa también que el comité negociador de la huelga que acabó con el conflicto de El Ejido llegó a recibir ofertas económicas bajo cuerda desde la competencia agrícola de Francia y Marruecos para que continuase el paro, y también de la parte de los empresarios del Poniente para que terminase. Y asegura que ha podido reconocer ahora entre integrantes de Vox de El Ejido a gente que formaba parte de aquellas patrullas ciudadanas que sembraron el terror entre la población migrante hace dos décadas. Y concluye: «Este veinte aniversario debería servir, al menos, para aprender de lo que ha pasado, para educar y hacer ver que todos cabemos, que no hay que excluir a nadie».

Omar El Hartiti interviene este jueves en una jornadas organizada por la Universidad de Sevilla en el Palacio de los Marqueses de la Algaba, con el título A veinte años del estallido de El Ejido. Aportes desde la Sociología. Su responsable, el profesor titular de Sociología de la Hispalense Manuel Ángel Río, explica que el objetivo de este encuentro es promover un «ejercicio necesario de memoria histórica para las nuevas generaciones» que no vivieron aquellos hechos que sacudieron a España y toda la Unión Europea y que ahora están inmersos en un «contexto de crecimiento de la xenofobia, de endurecimiento» de la postura de la población andaluza ante la migración, según reflejan los últimos estudios realizados.

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