«Nunca te acostumbras a que te miren»

| 8 febrero, 2018

Afectados por enfermedades y traumas visibles crean la Asociación contra la Discriminación Facial

R. D. SEOANE. LA VOZ DE GALICIA.- No ha de ser fácil reconocerte diferente en los ojos de la gente. «Nunca te acostumbras a que te miren», dispara David Ferrer con mucho, mucho conocimiento de causa. Nació bajo el sino del síndrome Treacher Collins, una mutación genética que salta -saltaba­- a la vista porque se ve en la cara. «Mi mandíbula era deforme, tenía el mentón hacia fuera, no tenía pómulos, con la boca cerrada todo lo que podía me seguía cabiendo un dedo…», cuenta de una imagen que, aunque pasada, le cicatrizó el carácter.

Así vivió 25 años, expuesto a la crueldad arrojada tras cada cabeza volviéndose, cada mirada, cuchicheo o palabras como puñales que, de cuando en vez, lanzaban a su paso. Y así creció en un silencio consciente para proteger de daños mayores a los más cercanos: «Yo no lo hablaba con mi madre porque no quería que se preocupase pensando que yo estaba sufriendo, y ella no lo hablaba conmigo por lo mismo», cuenta hoy David con 42 años y cuatro operaciones que «me han cambiado la vida». La última, si no se cuentan los retoques para rellenos, hace nueve años.

Ahora, este coruñés quiere dar la cara por quienes, como él, han sentido casi a diario algo más que reparos hacia lo que no casa con lo que se ha dado en llamar ¿normalidad? Es portavoz de la recién creada Asociación contra la Discriminación Facial, apadrinada por el torero Padilla y abierta a todos los que el destino no les ha dado un rostro a la medida de quienes pasan de puntillas sobre la piel. «Hay más gente afectada de la que se piensa, no solo por enfermedades como la mía, sino por cánceres, por accidentes de tráfico, grandes quemados…».

A David, su herencia congénita le dejó también una sordera que sobrelleva con audífonos y otros problemas para tragar o respirar. «Pero mi caso no es el peor», insiste ahora con la perspectiva de haber pasado una infancia que hoy considera aceptable. «Tuve mucha suerte en mi colegio, la Grande Obra, mis compañeros me trataban como uno más, ni mejor ni peor, me valoraban a mí, no a mi físico».

La juventud

Otra cosa fue llegar a la adolescencia. Salir, ir a la discoteca, por ejemplo. «Es cuando más sientes o más te afecta la discriminación, a veces la gente es cruel, notas sus risas… y piensas en irte para casa, esconderte, dejar de salir..». Pero David nunca anduvo con casco. «Tiré para adelante; claro que alguna vez intenté evitar determinadas situaciones o sitios, aunque pensaba ‘si alguien tiene algún problema por verme… es su problema’».

Pese a que «acabas por resignarte, no te queda otra», dice, su aceptación y arrojo se dio de bruces con demasiados dedos señalándolo. Como cuando trabajaba en un quiosco, al lado de un instituto. Chavales envalentonados al abrigo de ir en grupo torpedeaban una línea de flotación que comenzaba a resquebrajarse. «Hoy seguro que se arrepienten», cree David, que no olvida, sin embargo, «cuánto daño pueden hacer las chiquilladas».

Uno de sus clientes, el otorrino López Blanco, fue quien le dijo que su cara y su vida podían cambiar. «Me habló de que habían montado un servicio de cirugía maxilofacial en el Chuac y que él me pondría en contacto con los médicos». Pasaba entonces por un momento crítico. «Caí en una depresión», resume sin querer avanzar más sobre una etapa hoy superada en la que, entre otras cosas, llegó ver en el rechazo la condena de un futuro en soledad.

«Se me abrió el mundo»

Recuerda vivamente que la primera vez que entró en la consulta «enseguida me di cuenta de que mi caso les parecía grave, porque el jefe, el doctor López Cedrún, llamó a todos los compañeros para que me viesen». El Treacher Collins, que afecta a dos de cada cien mil recién nacidos, hoy se opera a edades más tempranas que cuando le tocó a él. «Antes no había aquí quien pudiese hacer nada». Cuando el equipo médico apostó por intentarlo «a mí se me abrió el mundo; ahí fue la primera vez que le hablé a mi madre de cómo me sentía», confiesa este coruñés.

No fue un camino llano. Antes de las dos primeras operaciones tuvo que pasar largos períodos, uno de ellos de dos años, de preparación y ortodoncia. «Sí que es verdad que te cambia la vida», insiste. Y no solo porque masticar o respirar resulte más sencillo. De quien ya no recibía rechazo antes, cosechó después «la alegría por verme a mí mejor», y ha dejado en el pasado las molestas miradas. «No te señalan igual», resume.

Ser mujer, peor

«Mi madre está orgullosa de que ahora intente ayudar a otra gente como yo», cuenta David, que no sabe cómo agradecer la profesionalidad «y el cariño» del equipo médico y también el apoyo de sus compañeros «y de los jefes». Trabaja en el Híper Gadis de Culleredo desde hace diez años, cuando todavía su rostro no era el de hoy. «Antes intenté buscar trabajo y no lo encontré, aunque no puedo asegurar que fuese por mi aspecto», cuenta consciente de que la discriminación laboral es otra de las barreras. «Para las chicas es peor -valora-, la mujer está usada entre comillas como una imagen en los negocios, en los trabajos de cara al público».

Que las personas, hombres o mujeres, no tengan problemas para trabajar por su imagen, para prestarles apoyo psicológico y para sensibilizar a los que la fortuna les ha sonreído en la cara, se ha embarcado en la campaña contra la discriminación facial. «Estamos construyendo una sociedad que le da una importancia enorme al físico y, ¿sabes?, estamos equivocados». Así lo ve él, tantas veces mirado… por fuera.

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