Nubarrones sobre Holanda

| 16 febrero, 2017

RAMÓN LOBO. INFOLIBRE.- Estamos a menos de un mes del primer precipicio: la primera de las tres elecciones que marcarán el rumbo y, tal vez, el futuro de la Unión Europea. No se discute una arquitectura política determinada para defenderse mejor del Brexit, sino cuáles son los valores que defendemos. Y estos, como muchos de los derechos conquistados, no gozan de buena salud.

La primera cita es el 15 de marzo: Parada, Holanda. Las encuestas indican que va a ganar Geert Wilders, líder del Partido de la Libertad (PVV), una formación xenófoba y anti islámica. Ha conseguido que toda la precampaña gire alrededor de su mensaje. En Holanda no se habla de crisis económica, sino de identidad. La identidad como muro de contención. Lo mismo sucede en Francia con la identité.

Las definiciones clásicas no son suficientes para explicar personajes como Wilders (otro tirampo con el pelo rubio, platino en este caso). Calificarle de extrema derecha es acertado, porque lo es, pero a la vez resulta demasiado simple. Es un cliché que no explica la totalidad del fenómeno; tampoco permite rearmarse contra él.

Como sucede en el Brexit, miles de ciudadanos han encontrado en la defensa de la identidad frente a un «otro» impersonal, que se dibuja malvado y agresivo, un canal «respetable» para proyectar odios y pasiones contra cualquiera, ya sea musulmán o polaco. El «otro» reducido a usurpador de derechos, una explicación de sus fracasos. Es falso, pero funcional. También en Alemania e Italia. Los perdedores de la llamada globalización buscan un discurso salvador que les redima. Y ese discurso lo tienen hoy los partidos de extrema derecha.

Wilders compara el islam con el nazismo y al Corán con el Mein Kampf de Hitler. Sostiene que a este ritmo, los practicantes de la religión islámica serán mayoría en Holanda en 2050. Una de sus promesas es desislamizar su país. Este tipo de afirmaciones no están refrendadas por datos. Según el Pew Center, la población musulmana europea alcanzará el 4,09% en 2020 y el 8,12% en 2050. En la era de la posverdad y de los hechos alternativos la realidad ha dejado de tener importancia.

La existencia de políticos como Nigel Farage, el agitador del Brexit en el Reino Unido, Marine Le Pen en Francia o Wilders en Holanda, arrastra el debate general hacia sus posiciones y personas serias como el actual primer ministro holandés, Mark Rutte, empiezan a dar discursos sobre “los que abusan de la libertad que se les da”. ¿A quién se refiere? ¿A los inmigrantes? ¿A los refugiados? Hundido en las encuestas, busca aire desde un discurso que es ajeno a sus principios y a su  historial. Le ha pasado a Manuel Valls en Francia.

Es un runrún peligroso: normaliza y extiende la impresión de que todos los extranjeros son abusadores de sus derechos. ¿Estamos hablando de democracias con derechos exclusivos para los nacionales de su país? ¿Democracias-apartheid o directamente de limpieza étnico-religiosa? Por eso este es un año en el que la UE se juega su futuro. Hay una pulsión autoritaria por ahí fuera que refleja una pulsión autoritaria en muchos de los votantes.

Según una encuesta publicada por The Economist (la puede consultar en el enlace anterior), el PVV de Wilders está en cabeza. Le sigue el Partido Popular por la Libertad y la Democracia (VVD) de Rutte. En tercer lugar se sitúa Llamada Demócrata Cristiana (CDA). Los demás sondeos apuntan en la misma dirección: Wilders conseguiría entre 24% y 26% de los votos y entre 36 y 39 escaños, tres veces más de los que logró en las elecciones de 2012. La mayoría absoluta con 76.

Los que forman la actual Gran Coalición, los liberales de VVD y los socialdemócratas del PvdA, vuelan muy bajo en las encuestas, 21 y nueve escaños, lejísimos de los 41 y 38 actuales. Formar un Gobierno que impida la llegada de Wilders al poder va a exigir un compromiso muy amplio y mucha imaginación.

Puede suceder lo que sucederá casi seguro en abril en Francia, en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, que ganará Le Pen, pero no será presidente porque el electorado demócrata, digámoslo así, se confabulará para votar al otro candidato en la segunda vuelta.

En Francia hay un problema muy serio: hasta hace un par de semanas se daba por seguro que sería el candidato de la derecha clásica, François Fillon, ganador de las primarias de su partido, Los Republicanos, el rival de Le Pen. No es un tipo con carisma, pero parecía honesto, mucho mejor que Sarkozy. Un tipo a quien le podría votar el centro y la izquierda para cerrar el paso a Le Pen en la segunda vuelta el 7 de mayo. El problema es que a Fillon le han “pillado” en una escandalera que afecta a lo único que tenía: su prestigio. Parece un candidato muerto.

La lucha por el segundo puesto en la primera vuelta se centra en Emmanuel Macron, un desconocido de 38 años que ha sido asesor y ministro de Economía de Hollande y es desconocido porque no se sabe lo que piensa. Los socialistas, descabalgado Valls, el Sarkozy de la izquierda, les queda Benoît Hamon. Fue la sorpresa de las primarias, un tipo con fuerza en la calle y en las encuestas. Podría ser el tapado.

Después le tocará a Alemania, más allá de agosto. Y antes el arranque del divorcio del siglo, la negociación del Brexit con Donald Trump metido en una cacharrería. No es un buen mundo para tener esperanza. Habrá que cuidarla.

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