Nadia Ebrahim: «Le decía a mi hijo adoptado que lo había parido un mono»

, | 21 marzo, 2018

Nadia Ebrahim relata el infierno sufrido por el acoso y los insultos racistas constantes por parte de su tío hacia su hijo mayor

El hombre la llamaba «follanegros» porque está casada con un senegalés

HELENA LÓPEZ. EL PERIÓDICO.- El día que su hijo le preguntó si su madre era un mono se rompió. El pequeño llevaba tanto tiempo escuchando aquel tipo de cosas que, pese a parecer que no se enteraba, que era casi un bebé, por supuesto que se enteraba. Nadia Ebrahim habla con una valentía y entereza que no parecen de este mundo, como tampoco lo parece -o no debería parecerlo en una sociedad normal- la crueldad de los hechos que relata. No lo hace por ella, desnudar su alma así ante las cámaras; lo hace por sus hijos, explica. «Le llegó a decir a mi hijo mayor, adoptado, que su madre era un mono muerto de la selva y yo una que lo recoge todo; una puta follanegros«, explica. La pregunta de su hijo la dejó tan bloqueada que no supo qué responder. Ese día decidió que tenía que llevarlo al psicólogo. Desde entonces lo visita cada 15 días.

Quien llegó a decirle esas barbaridades al pequeño es el tío materno de Nadia, su vecino puerta con puerta cuando la mujer se instaló en la casa de su madre en Tiana. Su peor pesadilla.

Nadia proviene de una familia mixta. Su padre es egipcio y su madre catalana. «Toda la vida he sufrido insultos racistas por mi apellido, pero eran comentarios puntuales. La situación se agravó al formar mi familia. Mi marido es senegalés y tengo dos hijos, el mayor, adoptado en Mali, y la pequeña, biológica, también negra«, señala. Desde entonces, le han dicho de todo. Que por qué ha elegido a un marido negro; que si no era capaz de encontrar a alguien de aquí; que si algún día se separaba no encontraría a nadie porque tenía la carga de dos niños negros… Todo dicho por «gente normal». Comentarios como que para «cuatro polvos» lo entendían, pero que estar con un negro toda la vida era inviable… Hace dos meses le negaron un piso de alquiler tras ver su imagen de perfil del Whatsapp, donde sale con sus hijos, y preguntarle si eran suyos. 

Busca piso porque lleva cuatro años -desde que decidió denunciar a su tío, en el 2014– esperando fecha para el juicio.  

La cosa pasó del racismo cotidiano pero llevable al infierno al mudarse a Tiana, a la casa donde aún vive, a la espera de encontrar piso. Su tío empezó a escupir a su marido, les decía que estaban en un zoológico de gorilas y les hacía fotos cuando estaban en el patio de casa; le decía a su esposo «ríete, negro de mierda, ríete, que sales muy serio en la foto»… «A mi marido le llama ‘mono’ y a mi hijo ‘mico’, haciéndonos el gesto del mono todo el rato. Nos rallaba el coche, nos tiraba piedras, nos llama piojosos…», prosigue. 

Un cerdo en el patio

La lista de episodios racistas es interminable. Le decía que por mucho que lavara a sus hijos nunca quedarían blancos, y llegó a enterrar un cerdo en el patio de casa (su marido es musulmán). Otro día, por Sant Jordi, les dejó un cerdo en la puerta con una rosa en la boca. Cuando el padre de Nadia, árabe, intentó mediar con su cuñado, le acusó de terrorista. «Casi rompe mi matrimonio, porque al principio yo le intentaba quitar importancia y me negaba a denunciar; era mi tío… y mi marido no lo entendía«, cuenta. Antes de denunciar lo intentó todo. Hablar con su tía, con sus hijas. Pero todos le decían lo mismo. Ya sabes cómo es. 

Les ofrecieron una mediación penal y la aceptaron, aparentemente ambos. Pero justo ese día, al llegar a casa con su hija pequeña en brazos, le mostró una sierra eléctrica encendida. «¿Ves esto? Con esto te cortaré la cabeza a ti y al ‘mico'». Ahí se dio cuenta de que no había mediación posible. Se compró unas gafas que graban y logró 16 vídeos en los que se muestra todo lo explicado. Fue entonces, hace ya dos años, cuando obtuvo una orden de alejamiento y su tío tuvo que irse de la casa, pero su mujer sigue viviendo allí y le tomó el relevo. «No con insultos racistas explícitos, como su marido, pero con pequeñas cosas que nos siguen haciendo la vida imposible», concluye.

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