Los zombis de la desinformación

| 12 noviembre, 2017

Una legión de cuentas automatizadas recorre las redes avivando incendios informativos 

JAVIER LESACA. EL PAÍS.- Ivan (@Ivan226622) posa sonriente en su perfil de Twitter. Comparte mesa y mantel con tres mujeres de rasgos asiáticos en un concurrido restaurante. «Me encanta la tecnología y las noticias económicas. ¡Por favor, sígueme ahora! :)», indica en su presentación en la red social a la que se unió en noviembre de 2012. Desde entonces ha escrito 596.000 mensajes, es decir, una media de 326 post diarios en Twitter. Tiene 1.324 seguidores. Rick (@rickrick888) se presenta como «el León de Judea». Su foto de perfil es un enorme león de mirada desafiante. Entró a Twitter en marzo de 2009. Ha escrito 652.000 mensajes en esta red social, una media de 198 mensajes al día. Tiene 1.905 seguidores. Bobbit (@bobbit2266) dice que vive en «El Universo». Se representa como un tigre y su lema es «ver lo invisible puede lograr lo imposible». Accedió por primera vez a Twitter en octubre de 2009. Tiene 1.473 seguidores y publica una media de 143 mensajes al día. Ivan, Rick y Bobbit aparentan ser distintas personas con vidas reales. Sin embargo, siempre hablan de lo mismo y a las mismas horas. Sus mensajes se publican al mismo tiempo las 24 horas del día y sus fuentes son siempre las mismas: principalmente, los medios rusos RT News y Sputnik. Del 29 de septiembre al 9 de octubre, Ivan, Rick y Bobbit difundieron, cada uno de ellos, 139 noticias creadas por RT y Sputnik sobre Cataluña, la mayoría de ellas erosionaban la imagen de las instituciones españolas.

Ivan, Rick y Bobbit son zombis. Forman parte de una legión de caminantes blancos que, armados con garrafas de gasolina informativa, recorren las conversaciones digitales avivando aquellos incendios que sus generales ordenan propagar. A comienzos de octubre este ejército inanimado decidió movilizar sus tropas en el debate sobre la independencia de Cataluña. El 87% de las 65 cuentas de Twitter que más contenido de RT y Sputnik compartieron en redes sociales sobre la celebración del referéndum presentan evidentes indicios de estar gestionadas de manera automática. Esta legión de perfiles digitales no humanos contribuyó de manera decisiva a que el conglomerado ruso fuera el cuarto grupo de comunicación más influyente en la conversación digital sobre Cataluña.

La crisis económica e institucional que sacudió, principalmente, a Europa, Oriente Medio y Estados Unidos en 2008 derivó en una traumática ruptura del contrato social que vinculaba a los ciudadanos con sus instituciones públicas y erosionó gravemente la confianza de la opinión pública en los medios de comunicación tradicionales.

El comprensible y justificado malestar ciudadano provocado por la crisis económica, la disminución de la oferta de servicios públicos y el surgimiento de innumerables casos de corrupción política coincidió en el tiempo con una revolución tecnológica que transformó la manera en la que se construye la opinión pública.

Las instituciones, los gobiernos y los medios tradicionales han perdido el monopolio en la elaboración y distribución de mensajes hegemónicos y eficaces entre los ciudadanos. Cualquier persona, organización, grupo o movimiento puede ya competir con gobiernos y reconocidos grupos mediáticos en la elaboración y distribución de mensajes, sentimientos, incluso nuevos alineamientos identitarios. Sin embargo, las múltiples consecuencias positivas de la democratización del debate público están siendo ensombrecidas por una utilización tramposa, encubierta y sistemática de las nuevas plataformas de comunicación para ocasionar de manera deliberada disrupciones negativas en los sistemas de gobierno, las instituciones, incluso las empresas, para ahondar en la crisis de confianza con los ciudadanos y acelerar la ruptura del contrato social que sostiene la legitimidad de los estados-nación.

De la misma manera que en el siglo XV la invención de la imprenta provocó radicales cambios en la gobernanza y dio origen a la edad moderna, el advenimiento de las nuevas tecnologías de la información y de las redes sociales ha provocado un terremoto político cuyas consecuencias son inquietantes y aún imprevisibles.

La legítima frustración de millones de ciudadanos con sus instituciones, la ruptura del contrato social y la revolución de las telecomunicaciones han formado la tormenta perfecta en la que se han forjado a comienzos del siglo XXI el resurgir de nacionalismos, populismos y extremismos religiosos que están sacudiendo los cimientos de las naciones-estado modernas y el corrompiendo el corazón de las democracias liberales.

No se puede explicar, por ejemplo, el ascenso fulgurante de Estado Islámico a comienzos de 2014 sin analizar su campaña de disrupción digital. 35.000 jóvenes de 100 países de todo el mundo se vieron seducidos por una narrativa emocionante, culturalmente familiar y distribuida de manera masiva y segmentada a diferentes audiencias. 1.500 campañas de distribución de vídeos profesionales en tres años; 35 productoras audiovisuales, cientos de miles de cuentas troll en redes sociales… El Califato comunicó en tres años más y mejor que cualquier institución pública u organismo multilateral.

Guionistas y community managers forman las unidades de élite de una confrontación mundial en plena escalada bélica. El resurgimiento de los nuevos extremismos, nacionalismos y populismos está fundado en la creación de una narrativa épica, maniquea, sentimental, victimista y basada en medias verdades que canalizan y dan respuestas sencillas al legítimo malestar ciudadano. Estas narrativas, más centradas en aumentar el descontento que en buscar soluciones, se publican en redes de escasa credibilidad y se distribuyen mediante perfiles digitales que en muchas ocasiones actúan desde las trincheras del anonimato o directamente forman parte de legiones de zombies controlados por robots.

El escenario dibujado en 1999 por los generales chinos Qiao Liang y Wang Xiangsui en su definición de Guerra irrestricta se está cumpliendo al pie de la letra: «Podemos mencionar una serie de medios y de nuevos métodos utilizados para luchar en una guerra no militar. Algunos de estos métodos existen, pero otros existirán en el futuro. Estos nuevos medios y métodos de guerra incluyen la guerra psicológica (difundir rumores que intimiden al enemigo y destruyan su estado de ánimo) y la guerra de comunicación (manipular lo que los ciudadanos ven y oyen para liderar la opinión pública)».

La supervivencia de los estados-nación modernos y de las democracias liberales pasa, en primer lugar, porque las instituciones públicas recuperen la confianza en los ciudadanos y restituyan el contrato social. Urge que partidos políticos y gobiernos lideren de manera valiente y eficaz la lucha contra la corrupción y vigilen para que el progreso no deje a ningún ciudadano atrás. Pero al mismo tiempo es ya una obligación que los gobiernos y la sociedad civil se preparen para combatir las «guerras irrestrictas» de desinformación que libran zombies como Ivan, Rick y Bobbit.

El ex director de la CIA, James Woolsey, cita en el libro Desinformation de Ion Mihai Pacepa, una expresión atribuida al líder soviético (y ex director del KGB) Yuri Andropov: «La desinformación es como la cocaína. Si la pruebas una o dos veces, puede que no te cambie la vida. Pero si la pruebas todos los días, te puede transformar en una persona diferente».

Las instituciones de los estados y las empresas deben de adaptarse para evitar que la droga de la desinformación contamine y altere las reglas básicas del sistema democrático. Es una prioridad vigilar, monitorear y contrarrestar acciones externas destinadas a erosionar la confianza de las instituciones públicas mediante medias verdades, bulos, confusión y fuentes falsas o inexistentes.

Javier Lesaca, es Investigador Visitante, Escuela de Medios y Asuntos Públicos George Washington.

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