Los demonios de la nueva izquierda

| 20 julio, 2018

ESTEBAN HERNÁNDEZ. EL CONFIDENCIAL.- Aunque la mayor parte de la sociedad no se haya enterado, porque estos asuntos son cada vez más minoritarios, la última polémica entre las izquierdas ha tenido lugar a raíz de la publicación del libro de Daniel Bernabé ‘La trampa de la diversidad’ (Ed. Akal). Los ataques en las redes al autor y al texto han sido habituales, a menudo cargados de furia, y han obtenido algunas respuestas en consonancia. En el libro se defiende, por encima de la cultural, una lectura material de la estructura social y se critica que en lugar de contar con una mirada de conjunto nos hayan “puesto a competir en un mercado de la diversidad donde la moneda de cambio son identidades cada vez más frágiles, artificiales y atomizadas”.

Pero la tesis de Bernabé, en el fondo, tiene poca relevancia a la hora de entender la animadversión que ha levantado. Algo muy similar había sido objetivo de discusiones recientes a raíz de un libro de Mark Lilla , y también con resultados cruentos. Pero ahora ha alcanzado cotas mayores. No ha habido demasiados argumentos ni matices en el debate, ya que se contestaba más para despreciar el análisis del autor o a su persona que para rebatir ideas. Salvo algún sorprendente artículo, todo lo demás ha sido pura batalla.

El esquema

En realidad, al autor del texto le ha tocado lidiar con el esquema de confrontación habitual en las nuevas izquierdas. 1. No es de los nuestros, es de los otros: ataque feroz. 2. No es de los nuestros: se le hace el vacío. 3. Es de los nuestros y nos da la razón: se le da bola, con halagos infinitos. 4. Es de los nuestros, pero nos critica: ataque feroz.

En este caso, además, el enconamiento era esperable, máxime cuando últimamente las discusiones ideológicas suelen exceder el mero ámbito de las ideas. El caso de la diversidad escuece porque ha sido la apuesta estrella de las nuevas izquierdas, cuya combatividad en ese terreno ha sido notable: han apoyado con insistencia a las nacionalidades históricas, la igualdad de género, los derechos de los inmigrantes y al activismo LGTBI, y han tratado de hacerse fuertes en ese terreno, convencidos de que era el marco ganador y el que les diferenciaba radicalmente de sus predecesores del viejo marxismo.

Un repaso

Sin embargo, esta discusión incluye algo más profundo que las habituales discusiones inacabables sobre aspectos teóricos, sobre en qué terrenos situarse estratégicamente, qué marcos teóricos aplicar y demás. La ferocidad que se ha utilizado en el asunto es un síntoma típico de una fuerza en declive, que reacciona agresivamente contra su propia decadencia y la proyecta hacia sus demonios. Hagamos un pequeño recorrido sobre la situación presente.

En Europa, las fuerzas de izquierda están en retroceso. Salvo Corbyn, cuyo país ha decidido salir de la UE, en el continente los partidos de ese estrato ideológico o tienen nula incidencia en sus gobiernos o cuando llegan al poder, como en Grecia o Portugal, siguen las políticas que Bruselas señala. Se convierten en gestores de una situación dada y aplican fórmulas estándar. En España, es esperable que ocurra exactamente lo mismo y la composición del gobierno de Pedro Sánchez apunta hacia ese horizonte.

El continuismo

Las nuevas izquierdas se han convertido en un elemento secundario respecto de las dos fuerzas dominantes de nuestro tiempo. La primera de ellas es la que defiende el continuismo, la que apuesta por la globalización, el libre comercio, los lazos con China y la apertura de territorios. Líderes como Macron (o Trudeau) encarnan esa opción, que aquí ha intentado representar Albert Rivera y al que ahora le lleva la delantera Pedro Sánchez. Es la que aboga por profundizar en las reformas, por seguir transformando económicamente nuestras sociedades y cuyos valores abiertos han sido los dominantes durante la era de la globalización.

La otra corriente política es la del dextropopulismo, una mecha que está prendiendo en Europa y que soñaban con encender, en otra dirección, IglesiasErrejón. Pero les ha adelantado el populismo de derechas, en parte porque conviene a Trump, en parte porque son formaciones que han conectado bien con sus posibles votantes y en parte por la ineficacia y soberbia de las nuevas izquierdas, que desaprovecharon tanto la ventaja que supieron ganarse como las condiciones que la época les ofrecía.

Hasta Zapatero

En ese nuevo reparto la izquierda se ha convertido en una fuerza electoral y socialmente secundaria. Su tendencia a la fragmentación ayuda, pero también el hecho de que buena parte de su oferta puede ser absorbida sin demasiado problema por el centro izquierda y por la derecha a lo Macron. Eso es particularmente cierto en lo que se refiere a la diversidad. En el caso español, se trata de un discurso está siendo recogido por el socialismo de Sánchez, que ha convertido en prioridad asuntos como la igualdad de género, que nada más llegar al Gobierno ha puesto encima de la mesa el tema de Franco y que habla de una reforma de la Constitución para que su lenguaje sea inclusivo. Hasta Zapatero ha asegurado que Marx se equivocó y que «la historia de la humanidad es la historia de la explotación de la mujer por el hombre«.

Este giro político global deja con poco espacio a las nuevas izquierdas, porque sus mensajes más habituales, los relacionados con lo cultural, son recogidos sin mucho problema por fuerzas rivales, y porque la conexión con los perdedores de la globalización está siendo derivada hacia el populismo de derechas. En ese entorno han optado por seguir anclados en su marco pero desde una perspectiva más insistente y belicosa, como si siendo más persistentes en el mismo esquema todo se arreglase. Lo cultural les resulta especialmente útil, además, porque pueden dirigir a la generalidad de la gente las críticas que oponían a la vieja izquierda: sois una panda de melancólicos, los tiempos de las fábricas se han ido para no volver, os creéis superiores moralmente, no conocéis la nueva sociedad, seguís anclados en el pasado. Les permite conservar esa actitud de superioridad no justificada por los hechos según la cual ellos y ellas tienen la fórmula del futuro, son el recambio de la clase política española y representan las aspiraciones de las nuevas generaciones. En consecuencia, todos los demás son ‘señoros’ que siguen queriendo vivir en los setenta y que observan con nostalgia tiempos pretéritos; y en tanto se trata de personas obsoletas, la agresividad con ellos y sus ideas está más que justificada.

El sueño que se desvanece

Pero esta actitud no es otra cosa que el coletazo de una esperanza que se resquebraja. Irrumpieron como algo novedoso que iba a transformar la sociedad y ahora ven cómo todo aquello que habían soñado ya no tiene visos de realizarse. En ese instante, en lugar de reflexionar acerca de los motivos que les han llevado a ocupar un lugar secundario, eligen atacar a quienes señalan sus debilidades. Esta vez le ha tocado a Daniel Bernabé, antes le ocurrió a Víctor Lenore y mañana les sucederá a otros.

Las críticas que se les formulan alrededor de lo material son relevantes porque constituyen la prueba evidente de su impotencia. El económico es un elemento que tratan de esconder en el armario porque carecen de propuestas, de soluciones y, lo que es todavía más significativo, de análisis para entender la sociedad de su época, la forma en que está estructurada y la manera de operar en ella. Las nuevas izquierdas quieren conservar ese halo de magiaque iba a llevar a fuerzas extraparlamentarias al centro del tablero político y a construir una hegemonía social diferente, pero una vez fracasada la operación, solo les queda un malestar que derivan hacia sus críticos, como si intimidándoles todo se arreglase . De todo esto va la polémica sobre la diversidad: de frustración y malestar por no haber conseguido lo que (se) prometieron.

HISTÓRICO

Enlaces internacionales