La ultraderecha confía en superar sus divisiones para bloquear la UE

| 13 mayo, 2019

Las formaciones ultranacionalistas y euroescépticas ya no quieren abandonar la Unión, sino gripar la maquinaria de sus instituciones

BERNARDO DE MIGUEL. EL PAÍS.- Por primera vez en la historia del Parlamento Europeo, la ultraderecha y los euroescépticos se perfilan con capacidad de formar un bloque parlamentario influyente y disruptivo. Nunca antes se habían encontrado tan cerca de marcar a fuego una legislatura y de no tener que conformarse con furibundos discursos sin ninguna traducción política real.

En los comicios del 26 de mayo, según los sondeos, las formaciones ultranacionalistas y antieuropeas podrían lograr entre el 20% y el 35% de los escaños en un Parlamento con 751 diputados, en función de los partidos que se sumen a una plataforma bajo el liderazgo de facto de Matteo Salvini, vicepresidente del Gobierno italiano. Un porcentaje alto que, de cumplirse, otorgaría a esas formaciones una cuota de poder considerable en el nuevo reparto institucional, con posible acceso a presidencias de comisiones parlamentarias y a tutelar como ponentes proyectos legislativos. El objetivo poco disimulado de las fuerzas de Salvini es el de bloquear, como mínimo, la maquinaria comunitaria.

“Creo que la posibilidad de que logren un tercio de los escaños es realista”, apunta Susi Dennison, directora del programa European Power del centro de estudios ECFR. “La clave será si esos partidos pueden trabajar juntos y construir una plataforma europea como quiere hacer Salvini”, añade esta analista.

Por primera vez en la historia del Parlamento Europeo, la ultraderecha y los euroescépticos se perfilan con capacidad de formar un bloque parlamentario influyente y disruptivo. Nunca antes se habían encontrado tan cerca de marcar a fuego una legislatura y de no tener que conformarse con furibundos discursos sin ninguna traducción política real.

En los comicios del 26 de mayo, según los sondeos, las formaciones ultranacionalistas y antieuropeas podrían lograr entre el 20% y el 35% de los escaños en un Parlamento con 751 diputados, en función de los partidos que se sumen a una plataforma bajo el liderazgo de facto de Matteo Salvini, vicepresidente del Gobierno italiano. Un porcentaje alto que, de cumplirse, otorgaría a esas formaciones una cuota de poder considerable en el nuevo reparto institucional, con posible acceso a presidencias de comisiones parlamentarias y a tutelar como ponentes proyectos legislativos. El objetivo poco disimulado de las fuerzas de Salvini es el de bloquear, como mínimo, la maquinaria comunitaria.

“Creo que la posibilidad de que logren un tercio de los escaños es realista”, apunta Susi Dennison, directora del programa European Power del centro de estudios ECFR. “La clave será si esos partidos pueden trabajar juntos y construir una plataforma europea como quiere hacer Salvini”, añade esta analista.

Para lograrlo, los antieuropeos tendrán que vencer a sus propios fantasmas. Un largo historial de enfrentamientos y divisiones que, legislatura tras legislatura, ha minado sus posibilidades de marcar la agenda.

Dennison opina que, esta vez, hay posibilidades de que los antieuropeos logren un frente más unido que nunca. “No creo que vaya a ser como en otras legislaturas”, señala la analista. “Los dos primeros meses serán suficientes para que fijen una narrativa antieuropea que puede marcar los próximos años”, apunta Dennison.

Shada Islam, directora para Europa del centro de estudios Friends of Europe, también prevé un impacto mayor. “Son listos y ya no defienden la salida de la UE a la vista de la experiencia del Brexit”, señala Islam. “Pero su objetivo es destruir los fundamentos de la UE”.

El carácter ultranacionalista de todas las formaciones, desde la Liga de Salvini al Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen o el Vox de Santiago Abascal, complica las alianzas. Y la débil estructura interna de alguna de las formaciones las han expuesto a periódicas implosiones a los pocos meses del escrutinio.

La imagen que resumió la explosiva volatilidad de estas formaciones fue el desmayo en 2016 de un eurodiputado británico en Estrasburgo tras un altercado en una reunión del UKiP, el partido eurófobo liderado entonces por Nigel Farage. El UKiP reventó tras haber logrado su mayor éxito, la victoria en el referéndum sobre la salida del Reino Unido de la UE. Y regresará a Estrasburgo tras las elecciones europeas reconvertido en el Partido del Brexit.

El caso de Vox también es paradigmático. Con los seis escaños que le otorgan los sondeos se ha convertido en el objeto de deseo de los diferentes grupos ultras, desde el ECR, liderado por el partido de Kaczynski, a la nueva plataforma de Salvini. Pero Vox se reserva de momento sus preferencias y marca distancias con los populistas de otras latitudes.

“A Vox se le asocia frecuentemente y con facilidad con otros partidos y cosas nuevas que están sucediendo en otras partes del mundo…, pero no es realmente cierto”, ha explicado Iván Espinosa de los Monteros, vicesecretario de Vox, a la periodista Anne Applebaum. Vox se considera un producto exclusivamente español, una etiqueta marca nacional que el resto de partidos similares también se cuelgan con el respectivo nombre de su país.

La ofensiva de Salvini también se ha topado con dificultades para alistar en sus filas a las otras tres estrellas del ultranacionalismo: la francesa Marine Le Pen, el polaco Jaroslaw Kaczynski y el húngaro Viktor Orbán. La primera (20 escaños según los sondeos) ha intentado alejarse de la retórica neofascista que utilizaba su padre, Jean Marie Le Pen, y que Salvini abraza con entusiasmo. Kaczynski (a quien se pronostican 21 escaños) desconfía de los vínculos financieros de la Liga de Salvini con el Kremlin de Vladimir Putin. Y Orbán titubea entre mantenerse en el Partido Popular Europeo (que le ha suspendido parte de sus derechos de afiliado) o entregar al italiano los 13 escaños que le conceden los sondeos (de 21 en juego en Hungría).

Peleas y mutaciones

Esas peleas internas y mutaciones han restado influencia a una corriente antieuropea que no es nueva. Irrumpió en el Parlamento Europeo en la segunda legislatura europea (1984-1989). Desde entonces ha sido una incómoda presencia para el resto de grupos políticos, pero nunca les ha supuesto un obstáculo insalvable.

Las principales familias políticas han ignorado los periódicos exabruptos de la bancada antieuropea, protagonizados primero por el francés Jean-Marie Le Pen (eurodiputado desde 1984 hasta este año) y en tiempos más recientes por Farage (eurodiputado desde hace 20 años y con otra legislatura por delante mientras no se consume el Brexit).

Ambos, sobre todo el británico, han sido maestros de la provocación y el desaire, a sabiendas de que la repercusión mediática y viral de un europarlamentario suele ser directamente proporcional a las barbaridades que suelte en el hemiciclo.

Pero el nuevo líder de la extrema derecha, el vicepresidente del Gobierno italiano, Matteo Salvini, no se conforma con un papel de fantoche más o menos locuaz y agresivo. «Tenemos el objetivo de ganar y cambiar Europa”, aseguró Salvini en abril durante una minicumbre de la extrema derecha en Italia a la que asistieron representantes de Alternativa para Alemania, del Partido Popular Danés y de Auténticos Finlandeses.

La plataforma emergente ha convocado una manifestación paneuropea el próximo 18 de mayo en Milán con el objetivo de hacer una demostración de fuerza a solo unos días de que arranque los comicios europeos (el 23 de mayo, en Reino Unido).

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