«La llamaban marimacho porque le gusta jugar a fútbol, le decían que las niñas eran inferiores a los niños»

, | 11 octubre, 2016

402MAYTE AMORÓS. EL MUNDO.- La directora del colegio público Anselm Turmeda de Palma, donde una niña de ocho años fue gravemente herida el pasado miércoles tras recibir una paliza por parte de una docena de alumnos de entre 12 y 14 años, negó presuntamente que la agresión se hubiera producido en el centro educativo el primer día cuando se produjeron los hechos. Más tarde lo relativizó y, posteriormente, cuando saltó a los medios de comunicación, pidió a la familia que tapara a los maestros para «rebajar la tensión». Así lo asegura en declaraciones a EL MUNDO la hermana mayor de la joven, quien denuncia las diferentes versiones y tácticas por parte de la directiva para tapar lo sucedido en el colegio.

Según la joven, en un primer momento, cuando la niña comunicó a la directora que le habían pegado, ésta no le dio importancia. Cuando la madre (que ya ha pedido una orden de alejamiento para proteger a su hija, puesto que los niños agresores siguen acudiendo al centro) fue a recoger a la menor, la docente le obligó a firmar un papel que no pudo leer y sólo después le informó de una «trifulca» sin importancia. La hermana le reprocha que a nadie se le ocurriera llevarla al médico o llamar a la madre, ya que la niña tenía hematomas visibles en el brazo, la cara y el pie, y fue hospitalizada horas más tarde con fuertes dolores de cabeza y abdomen

Sin embargo, la versión de los hechos por parte de la directiva cambió cuando el resto de padres se enteraron, cuenta Jéssica. A ellos «les negó que la paliza se hubiera producido dentro del centro pero, como me conocían, me lo contaron».

Por la tarde, y ante la noticia del ingreso de la menor en Son Espases, la jefa de estudios visitó a la niña en el hospital y reconoció los hechos. «Nos dijo que tenía constancia de que la agresión se había producido en el patio», continúa. Pero al día siguiente, asegura, cuando la noticia saltó a los medios de comunicación y los profesores se vieron en el foco mediático. Ya era tarde para solucionarlo de puertas para adentro y el enfado fue tal que negaron la entrada a la madre y la hermana de la víctima cuando fueron al Anselm Turmeda para pedir explicaciones.

«Nos cerraron la puerta y llamaron a la Policía porque decían que se sentían amenazados». Cuando llegaron los agentes, las acompañaron adentro y, una vez reunidas con la directiva, empezaron los reproches: «Nos transmitieron su indignación, dijeron que no deberíamos haber dicho nada porque ellos ya estaban tratando de identificar a los agresores para hablar con ellos y se mostraron más preocupados por lo que decían los medios que otra cosa… Entonces mi hermana pequeña les contestó:¿qué queríais, que no se supiese nada?», denuncia Jéssica.

Su acusación no queda ahí. Dice que no sólo los docentes han intentado negar el suceso -y luego acallarlo-, también «desde el Govern» se les solicitó que taparan a los maestros. «Nos dijeron:’ahora cuando salgáis de esta reunión, teneis que decir a los medios de comunicación que nos estamos moviendo para que no vayan en contra de los profesores y tranquilizar los ánimos’», explica. No da nombres, pero carga las tintas contra la impunidad de los docentes y el interés de la Administración en silenciar el tema.

La familia insiste en que muchos de los hematomas que tiñen el cuerpo de su pequeña podrían haber sido menores si los profesores hubieran vigilado el patio. «No digo que se hubiera podido evitar que la empujaran al suelo, pero sí ahorrarle las patadas que recibió después», apunta la hermana, que no duda en calificar la paliza como un caso de acoso escolar, contradiciendo al ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz, que afirmó que fue una agresión puntual y no un caso de bullying. «Él no sabe lo que hemos sufrido», explica, sólo tres días antes del ataque en el patio había ido a la directora a quejarse de que uno de los niños agresores pegó a la otra hermana de 12 años, que también estudia en este centro.Lamentablemente, este hecho no quedó impune y tres días después se ensañaron con la pequeña. Pero no era la primera vez.

«La llamaban marimacho porque le gusta jugar a fútbol y vestir con chándal, le decían que las niñas eran inferiores a los niños, que no podía jugar». Era una pesadilla constante. En junio, la pequeña pidió a su madre que la cambiara de colegio, quería empezar de cero, que no se burlaran más de ella. La progenitora se arrepiente de no haberlo hecho porque cree que ha quedado «traumatizada».

La pequeña sigue sin ir al colegio. «Está dolorida y triste», cuenta su hermana Jéssica, y suplica no volver a este centro nunca más. Los médicos le han recomendado reposo absoluto para curarse de los múltiples hematomas y del desprendimiento de riñón que sufrió por los golpes. De hecho, el domingo tuvo un pequeño susto cuando se cayó del sillón y empezó a vomitar. Fue atendida en urgencias pero finalmente no quedó hospitalizada.

«Es un bombón de niña, buena y noble», la define su familiar. Pero la semana pasada se enfrentó a un difífil momento. Fue a declarar «ella solita y sin tutor legal» ante la Policía y recordó todo el sufrimiento. Durante su intervención, mantuvo que informó a la directora de que le habían pegado -al parecer la docente lo negó ante la madre- y le dijo: «Vamos a leer un cuento y luego vete clase por clase y señala a los niños que te han pegado», cuenta Jéssica, que considera una temeridad exponer así a la pequeña. Lamenta, además, que maestros del centro quiten hierro al asunto y dibujen un relato muy dulcificado donde los principales culpables son los medios de comunicación y la exageración de la familia. A Jéssica se lo han contado otras madres. No le extraña: «los profesores se tapan unos a otros», dice.

Mientras tanto, la pequeña sigue en casa. No entiende por qué le pegaron los niños. Había metido tres goles y su equipo iba ganando. «Es muy injusto, verdad que sí, tata».

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