La Francia laica entra en las mezquitas para atajar el radicalismo

| 8 marzo, 2015

muslimsfranceGABRIELA CAÑAS. EL PAÍS.- Durante los atentados de París en los que tres yihadistas mataron en enero a 17 personas, en las cárceles francesas se oyeron gritos de júbilo: “Alá es grande”. La radicalización en las prisiones, el alto nivel de conversiones —de donde suelen salir los más exaltados— y el escaso control de lo que se enseña en los templos ha movido al Gobierno francés a tomar la iniciativa y entrar en las mezquitas. Lo hicieron físicamente esta semana el jefe de la oposición, Nicolas Sarkozy, visitando la gran mezquita de París, y el primer ministro, Manuel Valls, acudiendo a otra en Estrasburgo. Por encima de esos gestos, el Estado que lleva en su ADN la laicidad propone medidas para controlar a los dirigentes del culto musulmán a través de una formación supervisada por el poder civil.

El 56% de los franceses, según un sondeo de Sciences Po realizado en enero, considera el islam una amenaza para la República. El Ejecutivo combate esa mezcla explosiva entre islam y violencia y para ello ha propuesto controlar la formación de los imames, las fuentes de financiación exterior y los mensajes de los capellanes musulmanes en las prisiones. Abierta la reflexión, las decisiones concretas se tomarán antes del próximo Ramadán, que comienza el 18 de junio.

“Que el Estado tenga una visión de lo que debe ser lo religioso es paradójico en un país laico”, señala el politólogo Mohamed Ali-Adraoui. “El Estado no se ocupará de la teología”, replica Valls. Cinco universidades y el Instituto Católico de París ya expiden diplomas de laicidad, que suelen contener estudios de historia religiosa, sociología, principios de la República y el derecho al culto. El Gobierno planea multiplicar la oferta y, según Valls, convertir tales diplomas (máximo un año de estudio) en obligatorios para los capellanes musulmanes de prisiones (183 en toda Francia). Más difícil sería exigir el mismo certificado a los imames (cerca de 800).

Francis Messner, fundador del máster en Islamología de la Universidad de Estrasburgo y autor de un informe sobre el islam que entregó al Gobierno el martes pasado, está de acuerdo con Valls en que la formación de los cuadros musulmanes es crucial. “Clave para un islam libre de influencias nefastas”, puntualiza el primer ministro. Los musulmanes franceses hacen esfuerzos. El Instituto de Islamología El Ghazali, de la Gran Mezquita de París, forma a los imames durante dos años y les alecciona en el contradiscurso para ayudarles a rebatir las tesis radicales con el Corán en la mano. El Gobierno, que sabe, no obstante, que el radicalismo utiliza más Internet que las mezquitas, acaricia la idea de que la extensión de los diplomas universitarios termine por valorarse entre los imames, a los que hoy no se les exige formación alguna.

La educación de los capellanes, asalariados del Estado, es una tarea más sencilla para el poder civil. El líder musulmán y expresidente de Amnistía Internacional en Marsella Habib S. Kaaniche dice que hace falta un mínimo de ellos por prisión para proteger a los detenidos de los más radicales. La ministra de Justicia, Christiane Taubira, además de separar a los más radicales del resto de presos, habrá creado 90 nuevos puestos en esta legislatura y duplicado el presupuesto en formación hasta 1,2 millones de euros. Los capellanes de prisiones ya reciben formación. Que sea continuada y más reglada a través de diplomas universitarios es la aspiración.

Otro asunto que preocupa al Gobierno es la injerencia extranjera. La ley francesa prohíbe subvencionar ningún culto, lo que incluye la construcción de templos. Además, de los 800 imames se calcula que 300 son extranjeros (turcos, argelinos y marroquíes, fundamentalmente). Valls es explícito aunque prudente frente a una opinión pública que no desea renunciar a sus principios laicos: “Quiero que se pierda este reflejo de pedir apoyo a Estados extranjeros (…) En Francia hay toda la energía y los recursos necesarios para el desarrollo del islam”.

La tensión sigue a flor de piel. Un importante líder judío, Roger Cukierman, declaró hace un par de semanas que “todas las violencias de hoy son cometidas por jóvenes musulmanes” y utilizó el calificativo de “islamofascismo”. El presidente François Hollande tuvo que intervenir para pacificar los ánimos. Y, de nuevo, ha estallado el debate del velo. Algunos profesores universitarios se han negado a impartir clase a alumnas que lo portan (un fenómeno que va en aumento). El diputado de la derechista UMP Éric Ciotti ha pedido que el velo se prohíba en las aulas universitarias (ahora solo se veta en colegios e institutos) y la secretaria de Igualdad Pascale Boistard le ha apoyado.

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