La economía de la esclavitud y el origen de la globalización

| 14 junio, 2020

Sin la trata de esclavos del Imperio Español no conoceríamos hoy el término burbuja financiera. La mayor de la historia pinchó hace ahora 400 años

PABLO PARDO. EL MUNDO.- Si hay una actividad que defina al ser humano, es la esclavitud. Hace 4.000 años, el primer texto jurídico que se conoce, el Código de Hammurabí -el rey sumerio cuyo nombre acabaría siendo usado por Sadam Husein para denominar a una de las divisiones de la Guardia Republicana- ya codifica claramente que «si uno deja tuerto a un esclavo o le rompe un hueso, deberá pagar [al dueño] la mitad del precio del esclavo».

Así que, cuando en 1981 Mauritania cedió a las presiones occidentales y abolió la esclavitud, el mundo entró en una época sin precedentes. Por primera vez en la Historia -y en la Prehistoria- el hecho de que una persona sea propietaria de otra es ilegal en todo el planeta. Es una decisión que económicamente no tiene sentido, así que puede ser considerada como un ejemplo de que el mundo está mejorando mucho más de lo que pensamos.

La esclavitud es un reflejo de la historia humana, como ha quedado claro en las tres últimas semanas con los disturbios raciales en Estados Unidos. Empezó a gran escala en el Neolítico, cuando el ser humano se hizo sedentario y empezó a cultivar la tierra, lo que hizo que la posesión de mano de obra gratis en gran escala fuera una opción económica atractiva. La última gran oleada de esta lacra, que es el tráfico trasatlántico de esclavos que llevó a 13 millones de personas de África a América durante más de tres siglos y medio, refleja, también, cómo se fue formando la globalización.

BURBUJA FINANCIERA

Sin la trata de esclavos en el Imperio español, la expresión burbuja financiera no existiría. La clave es que el imperio de España era muy estatista, así que ese comercio estaba controlado por el Estado por medio del asiento, un sistema de licencias que vendía el monopolio de la trata entre África y América a una empresa. En un ejemplo de corrupción, el primer asiento fue otorgado por Carlos V en 1518 a su asesor Laurent de Govenot, que revendió su licencia a cuatro genoveses que residían en Sevilla, quienes a su vez también las vendieron, con lo que al final una serie de empresarios bien conectados lograron ganancias inmensas mientras que la Corona ingresó muy poco. Encima, llegaron tan pocos esclavos a América que muy pocos se pudieron permitir comprarlos. En las colonias españolas hubo escasez crónica de esclavos, lo que hizo que se les tratara relativamente mejor que en las posesiones británicas del Caribe, donde había más incentivos al libre mercado y, por tanto, llegaban más cautivos.

En 1713, con el Tratado de Utrecht, España no sólo cedió a Gran Bretaña Gibraltar sino, también, el asiento, que pasó a ser propiedad de la Compañía de los Mares del Sur, una empresa británica que había absorbido la deuda del Estado de ese país a cambio del derecho a comerciar entre Reino Unido y las colonias españolas de América. La posesión del asiento disparó su cotización, a pesar de que la Compañía nunca tuvo beneficios. Sólo entre enero y agosto de 1720, el valor de sus acciones se multiplicó por ocho. En eso también jugó un papel la corrupción. En junio de 1720, el Parlamento británico, cuyos miembros habían recibido valores de la empresa -al igual que el propio rey Jorge I -prohibió virtualmente la constitución de nuevas empresas cotizadas.

Así, la Compañía quedó blindada contra la competencia. Pero el disparate financiero era tal que la burbuja explotó cuatro meses más tarde. El resultado fue un cataclismo financiero entre cuyos damnificados están Jorge I, dos de sus amantes, y 462 parlamentarios. Quienes no solo no perdieron una libra sino que criticaron todo el episodio por su carácter especulador están el moralista Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, y uno de los pioneros del periodismo económico, aunque hoy le conocemos por su novela Robinson Crusoe: Daniel Dafoe. Eso sí: ninguno de los dos lamentó que todo el desastre financiero hubiera sucedido por el comercio en seres humanos, por lo que, si alguien quiere quemar sus libros o echar abajo sus estatuas, aquí tiene una excusa para ello (y otra: Robinson Crusoe naufraga en su isla cuando está yendo a África a comprar esclavos).

España no empezó a liberalizar el comercio de esclavos con sus colonias hasta mediados del siglo XVIII. Eso explica que en las colonias que mantuvo más tiempo -Cuba y Puerto Rico- la población de origen africano sea mayor.

INGENIERÍA FINANCIERA

Hace 12 años, el mundo se despertó ante una pesadilla financiera: las hipotecas que los estadounidenses habían contraído para comprar sus casas habían sido vendidas por los bancos a otras entidades financieras, que las habían troceado y pegado en derivados y, a su vez, las habían vendido por todo el mundo.

Esos bancos no habían inventado nada. En el siglo XIX, los esclavos eran admitidos como garantía de los créditos que los dueños de las plantaciones obtenían de los bancos para financiar las operaciones en esas mismas plantaciones. Los bonos basados en esclavos financiaron desde la naciente industria de los ferrocarriles hasta la lotería en Estados Unidos. El futuro secretario del Tesoro Robert Walker fue el artífice de un sistema de titulización de los esclavos de Mississippi a gran escala que, cuando se hundió como consecuencia del pánico financiero de 1837, estuvo a punto de forzar la suspensión de pagos del estado.

En esa misma época, el banco británico Barings Brothers, íntimamente ligado a la elite de ese país -entre sus depositantes estaba la Corona, y la princesa Diana descendía de la familia fundadora de la entidad- empezó a comercializar esos bonos en Europa, donde alcanzaron una considerable popularidad porque se los tenía por muy seguros. Cuando Estados Unidos abolió la esclavitud, una sentencia del Tribunal Supremo de ese país ratificó la validez de esos activos, con lo que los tenedores de esa deuda siguieron recibiendo los pagos de los intereses y el principal de los emisores de los bonos a pesar de que el activo subyacente -los esclavos- ya no existía porque la esclavitud había sido prohibida.

El hecho de que precisamente el que llevó esos activos a Europa fuera Barings, un banco de Gran Bretaña, que en la época era la única gran potencia que combatía la esclavitud, refleja la paradoja moral de Londres. Por un lado, Gran Bretaña se oponía a la esclavitud y sus barcos patrullaban el Atlántico para liberar a los esclavos. Por otro, Gran Bretaña era el mayor importador mundial de algodón y azúcar, dos productos que se cultivaban empleando esclavos en América.

EL VALOR DE UNA PERSONA

Curiosamente, en los barcos negreros morían, en términos porcentuales, más tripulantes que esclavos. La razón es simple: un esclavo tenía valor económico, un tripulante, no. Además, si un marino fallecía no se le pagaba el bonus por la venta de la carga -los esclavos- al llegar a tierra. Eso no quiere decir que los viajes no fueran horrorosos para la mercancía. En ocasiones, para cobrar el seguro, los capitanes echaban a los africanos vivos al mar.

Nadie sabe con precisión lo que podrían haber valido todas las personas en régimen de esclavitud de los 11 estados de EEUU que trataron de romper con ese país en 1861 para mantener la «institución peculiar» como se la llamaba entonces, pero es posible que su precio total fuera nada menos que diez veces el PIB de esos territorios. El 90% del patrimonio del tercer presidente de la Historia de EEUU, Thomas Jefferson, era sus esclavos. Unos esclavos que le daban una rentabilidad del 4% anual mediante el sencillo sistema de hacer que cada mujer se quedara embarazada cada dos años para después vender a los niños.

Hay un caso increíble en lo que se refiere al valor de los esclavos. En 1804, una rebelión de la población negra y mulata de Haití logró la independencia de esa colonia francesa. Es el único caso de la Historia que una revuelta de esclavos haya logrado ese hito, pero en 1825 Francia logró que Haití accediera a compensar a sus terratenientes por la pérdida económica que significó la liberación de los cautivos. Haití, así, tuvo que pagar la deuda de su propia libertad durante 122 años. Sólo en 1947 finalizó el pago.

Donde la vida de las personas no valía nada era en África. Eso en parte se debía al hecho de que en muchas sociedades de ese continente, una de las poquísimas cosas -a veces, la única- que los individuos podían tener en propiedad eran… otras personas. El resto -tierra, ganado- era a menudo comunitario o del rey o líder tribal. Dada la gran cantidad de materia prima, las vidas de los esclavos valían muy poco. Los relatos de los exploradores de África de los siglos XVIII y XIX -los Mungo Park, Burton, Speke, Clapperton, Denham, Livingstone y demás héroes de la época- están repletos de historias de trata de esclavos capaces de provocar insomnio a la persona de nervios más templados. El porcentaje de africanos que morían rumbo a los fuertes desde los que éstos eran embarcados es varias veces superior al de los que fallecían en los barcos en ruta a América.

UNA CUESTIÓN MORAL

Desde, por lo menos, Alexis de Tocqueville, hasta los años setenta se dio por hecho que la esclavitud era menos eficiente que la organización del trabajo con personas libres, que cobran un sueldo pero tienen incentivos para realizar sus tareas laborales en contrapartida. Esa idea fue recogida luego por los marxistas para demostrar que la extinción de la trata de seres humanos no era más que una consecuencia de la evolución de los sistemas de producción.

Entonces llegaron Robert Fogel y Stanley Engerman y arruinaron esa teoría, al demostrar que, al menos en Estados Unidos, la esclavitud sí era muy eficiente desde el punto de vista económico. Si se acabó prohibiendo fue porque la sociedad pasó a rechazar esa práctica como repugnante, aunque fuera al precio de una guerra civil. Su tesis vale, por ejemplo, para el tabaco: es rentable para el sector privado, da unos ingresos fiscales enormes al Estado y, además, reduce el gasto en pensiones porque la gente se muere antes, y, sin embargo, es el mismo Estado el que limita su consumo. Previsiblemente, los dos economistas fueron injustamente acusados de racismo, aunque, al menos, en 1993 Fogel recibió el Nobel de Economía.

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