La discriminación laboral de las ‘trans’ se visibiliza

, | 9 noviembre, 2018

IMMA FERNÁNDEZ. EL PERIÓDICO.- Hasta que no veamos a una mujer ‘trans’ atendiendo en la Caixa, no se habrá logrado la integración”. Lo dice Sandra Fernández, que recibió la patada laboral cuando hizo el tránsito de hombre a mujer, y lo confirman quienes trabajan por la reinserción de un colectivo que sufre hoy la discriminación que hace lustros padecieron gais y lesbianas. El encuentro Trans*laboral, dirigido a las personas ‘trans’ y organizado este viernes y sábado en Sabadell, ha reunido por primera vez a administraciones, empresas y entidades de economía social para facilitar el acceso de esa población estigmatizada al mercado laboral.

“Los datos demuestran la discriminación y hay que ponerse las pilas. Que el problema salga a debate ya es un primer paso. Hay que sensibilizar a la sociedad para avanzar en la normalización”, esgrime Míriam Ferràndiz, concejala de Drets Civils i Gènere del Ayuntamiento de Sabadell, que informa de un nuevo plan de género para formar al personal municipal. “El camino es incorporar la transversalidad a todas las políticas municipales”.  

Miriam Solá, consultora de la Fundació Surt, asegura que las mujeres ‘trans’ son quienes más padecen la exclusión en el ámbito profesional. “La hostilidad empieza cuando hacen el tránsito; en muchos casos se les anima a marchar o sienten tal rechazo que lo abandonan. Luego el acceso les resulta mucho más difícil porque ellas son visiblemente ‘trans’, mientras que los hombres pueden pasar más desapercibidos”.

La buena noticia, afirma, es que algunas empresas han empezado a interesarse por la diversidad sexual. Sin embargo, replica Sonia García, prospectora de la entidad, ese interés es limitado. “Falta que les den oportunidades de trabajo; en la práctica la inserción es mínima”. Existen muchos prejuicios; cuestiones que se solventarían, afirma, con sentido común y voluntad. “A las empresas les preocupa, por ejemplo, qué pasará con los lavabos; a cuál irán; que en el DNI siga constando el anterior nombre, cómo lo afrontarán los clientes… ¿Acaso se lo han preguntado? Hay mucho desconocimiento”, sostiene García, que enfatiza la vulnerabilidad del colectivo ‘trans’, el “más olvidado y débil” del movimiento LGTBI. 

A continuación, dos mujeres ‘trans’ cuentan sus historias de superación y orgullo frente a la discriminación.

Con la sonrisa pintada, está feliz. Sandra Fernández inició hace dos años y medio, a los 44, su tránsito de hombre a mujer. El camino para encontrar su felicidad le costó 12 años de matrimonio –“seguimos teniendo una relación excelente”- y una patada laboral, solapada bajo el pretexto de una reestructuración que le obligaba a trasladarse fuera de Catalunya. “Primero me dijeron que no había problema, que tenían la mente abierta, pero meses después me abrieron la puerta para marcharme”, comenta esta redactora técnica.

La cruzada para encontrar trabajo fue intensa y admite que en muchos casos se priorizó el aspecto a las capacidades profesionales.  “Todo empieza con la voz. Te llaman por teléfono y aunque puedas intentar cambiar la voz, luego olvidas el tono para centrarte en el tema laboral y te delatas”. Con la entrevista presencial, asoman las incomodidades. “Hay empresas más interesadas en el físico que en las competencias. Cuando llegas a la cita muchos hombres ponen cara de póquer. Con las mujeres no pasa tanto, hay más empatía, son más abiertas, no están pendientes del aspecto y puedes defenderte mejor”. Pero el repaso de las miradas masculinas, la coloca en una situación de debilidad. “Te sientes muy observada”. Deberían considerar, sostiene, las ventajas de ser ‘trans’. “Tengo un cerebro en modo masculino y femenino; conozco las dos vertientes de ser hombre y mujer, y eso es un valor añadido que me hace única y me enriquece”. Suma las competencias típicas de los varones, como la analítica, a las emocionales de las féminas.

Hay muchas empresas que sí “creen en la igualdad”, apunta Sandra, y anuncian sus políticas de integración LGTBI. Ella, tras ocho meses de búsqueda, empezará en pocos días una nueva aventura laboral, la primera como mujer. Está como niña con zapatos nuevos. “He sido muy afortunada y estoy muy contenta. Valoraron mi currículo y tuvieron el bonito detalle de preguntarme si necesitaba algo, para que la integración fuera perfecta”, cuenta y enfatiza: “A las ‘trans’ nos cuesta tanto encontrar trabajo que cuando lo logramos rendimos al 200%, estamos mucho más motivadas y superagradecidas”.

No oculta los nervios por el impacto inicial en la recepción de sus nuevos colegas. “Obviamente, habrá una curiosidad, la misma que tendría yo si me pusiera en su lugar”, dice. En el barrio, sus 1,75 metros de altura no pasan desapercibidos. “La gente me quiere porque soy simpática. No hay que salir con las pistolas en alto, a ver qué pasa, a la defensiva. La mejor arma es una sonrisa”.

También ha encontrado el apoyo de su familia. “Tuvieron que pasar un periodo de tristeza y duelo por perder a una persona, al chico que fui, aunque ganaran otra. Mi madre me dice que soy más guapa de chica. Soy presumida y me cuido para estar bonita. Ahora están contentos porque me ven más feliz”. 

Hoy le sonríe a la vida y a quienes la miran curiosos, pero conoció la más ominosa oscuridad. La suya fue una infancia en la que se sintió «desorientado-a», con acosos denigrantes de los compañeros de pupitre. Le veían diferente, recuerda Clara Palau. Abusaban de su fragilidad, más emocional que física, pues siempre fue de complexión fuerte. “Era su mascota. Siempre se agrede al diferente, al débil”. No tenía un manual de instrucciones. Solo sabía el entonces niño Llorenç que le gustaba ponerse ropa interior femenina. A los 16, sufrió una violación, tras ser obligado a emborracharse en una fiesta. “A mí de joven solo me interesaba ser persona”, esgrime, pero tuvo que protegerse con una máscara para sobrevivir: imitar al macho que marca el patriarcado. Buscó pareja y se casó.

Hace un año, a los 59, inició el tránsito y se convirtió en Clara. “Poder expresarte como eres te hace más eficiente, mejor profesional y más buena persona; dejas atrás los secretos”. Su mujer, con quien lleva 42 años, le ha ayudado en el difícil proceso –estuvieron unos meses separados para “tomar aire y perspectiva”- y también -«soy muy afortunada»- recibió el apoyo inmediato en el trabajo. “Cuando comenté a gerencia mi intención de visibilizarme como Clara, me dijo: ‘Ningún problema’ y los compañeros me recibieron con los brazos abiertos. Me tratan como una reina… republicana”, bromea esta delineante industrial. Tal fue el respaldo que decidió acelerar el tránsito. “Mi esposa me acompañó a comprarme ropa a la tienda de un amigo. La abrieron a mediodía solo para mí. A lo ‘Pretty woman”.

Afirma que las personas ‘trans’ tienen unas fortalezas que deberían apreciar los empresarios. “Cuando eres capaz de vencer tus diablos interiores, y exponer al mundo tus partes más íntimas y gritar: ‘Yo soy ‘trans’, ya nada te puede detener. Te has liberado de los miedos y puedes afrontar cualquier conflicto y ofrecer mucho más que antes”. Se ha avanzado en valorar a las personas por lo que pueden ofrecer y no por “el color de la piel o lo que tengan entre las piernas”, admite, pero el camino hacia la igualdad es aún muy largo.  

Ella es afortunada, concede, frente a otras ‘trans’ con dificultades laborales. Tampoco en sus tareas de mantenimiento en comunidades de vecinos ha encontrado rechazo. “Alguien se puede sorprender, pero le sonríes y ahí queda”, dice. 

Los que la conocen tienen claro su nombre, pero a veces se les escapan adjetivos masculinos. “Cuesta más. No se dan cuenta y te sueltan: ‘Clara, ¿estás cansado?”. El próximo marzo la volveremos a ver, contando su historia, en el Teatre Lliure en ‘Trans (més enllà)’. Con una novedad positiva -“cuando estrenamos la obra, me había separado; ahora vuelvo a estar con mi mujer”- y un lema hecho realidad: “Ser ‘trans’ es una condena, pero vivir ‘trans’ es un sueño”.

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