La amenaza racista se cierne sobre Europa

, , | 27 noviembre, 2016

El triunfo de Trump infla las velas del Ku Klux Klan, que recupera visibilidad en Estados Unidos y extiende sus tentáculos por el Viejo Continente

nazikkkBORJA OLAIZOLA. IDEAL.- El Ku Klux Klan (KKK) y toda su iconografía de cruces en llamas, emblemas esotéricos y capirotes nos remite a los europeos a un universo de ficción cultivado sobre todo en las salas de cine y la televisión. Pero el KKK, más conocido simplemente como el Klan, es una presencia muy arraigada en Estados Unidos, por mucho que en sus 151 años de historia haya estado varias veces al borde de la desaparición. Que uno de sus miembros siga aún en la cárcel por haber asesinado en 1963 a cuatro adolescentes negras con una bomba en una iglesia o que sea posible adquirir en internet los uniformes y las insignias que usan en sus ceremonias son dos ejemplos de que la principal organización racista del otro lado del charco está lejos de haberse extinguido.

El Klan carece de la fuerza que llegó a tener a principios del pasado siglo, pero los ritos que adornan la cultura de la discriminación racial que ha sembrado en su larga existencia aún impregnan las rutinas de muchos de los estadounidenses de los estados sureños. Ceremonias como la quema de cruces a la luz de la luna por parte de encapuchados han resurgido en descampados de algunas de las poblaciones en las que tradicionalmente ha tenido más fuerza. Mark Potok, un activista de los derechos humanos que trabaja para el Southern Poverty Law Center, una de las instituciones que estudian los delitos de odio en Estados Unidos, constata que en los dos últimos años ha habido una expansión del Klan: «Se ha pasado de 72 grupos en 2014 a 190 en 2016».

El KKK no tiene una estructura piramidal, sino que funciona por capítulos o clanes implantados en poblaciones o comarcas. Para ingresar en ellos basta con rellenar los formularios de sus páginas web y abonar la cuota correspondiente. El FBI calcula que hay unos 6.000 ‘klansmen’ (hombres del clan) que participan activamente en las estructuras de la organización, aunque la cifra de simpatizantes podría multiplicarse por diez o un número aún mayor sin temor a la exageración. Sus plazas fuertes están en el Deep South (Sur profundo), que mantiene viva la llama de los confederados que se separaron de la Unión abriendo así la puerta a la Guerra Civil que desangró el país entre 1861 y 1865.

El KKK vio la luz precisamente al término del conflicto de la mano de seis antiguos oficiales del ejército derrotado que no se resignaban a la desaparición de los códigos sociales por los que habían luchado. En una primera etapa, recuerda Rafael Escobedo, profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Navarra, se limitó a adoptar una actitud de resistencia hostigando a los líderes políticos que trabajaban en la implantación de la nuevas leyes en los estados sureños. Fue en un segundo estadio, en el periodo de entreguerras, cuando adquirió pujanza y se convirtió en un instrumento influyente en el campo político. «Uno de los detonantes de esa expansión fue la película ‘El nacimiento de una nación’, de D. W. Griffith, que hacía una apología del KKK y exhibía toda la imaginería de llamas, símbolos y capuchas que hicieron popular al movimiento», apunta el profesor Escobedo.

Perfil protestante

El Klan, cuya esfera de influencia había estado hasta entonces circunscrita a los estados sureños, se extiende en esa etapa a otras partes del país, sobre todo al medio oeste, y cobra fuerza en las ciudades. El movimiento se refuerza gracias al respaldo popular que le brinda su oposición a las oleadas de inmigración que recibe EE UU a principios de siglo. «Como la mayor parte de esos inmigrantes eran judíos y católicos, muchos de ellos italianos, el KKK acentúa su perfil protestante y también se adhiere al conservadurismo moral apoyando medidas como la ley seca, que prohíbe el alcohol», señala el profesor de la Universidad de Navarra. En ese periodo llega a tener hasta seis millones de ‘socios’, una prueba de que sus doctrinas empaparon a una parte muy significativa de la sociedad estadounidense.

El movimiento, que se desinfló y estuvo a punto de desaparecer después de la II Guerra Mundial por problemas con Hacienda, resurgió en la etapa de la lucha por los derechos civiles de los negros de las décadas de los cincuenta y los sesenta del siglo pasado. «Atacan sobre todo a los activistas que quieren acabar con las políticas de segregación y también a los negros que intentan ascender socialmente instalándose en barrios mayoritariamente blancos. Es una violencia descentralizada, protagonizada por grupos que actúan por su cuenta y que cuando son capturados se refugian bajo el caparazón de las siglas del KKK». Algunas de las barbaridades que se perpetran durante aquellos años en su nombre –bombas en iglesias frecuentadas por negros, asesinatos de activistas de los derechos civiles…– hacen del Klan uno de los principales enemigos de la opinión pública y lo condenan durante décadas al ostracismo.

Pero las raíces del KKK se hunden en los estratos más profundos de la sociedad estadounidense y basta un cambio del clima político para que sus ramas recobren vigor y se pueblen de nuevos brotes. La irrupción de Donald Trump en la campaña electoral fue saludada con júbilo por todos los grupos que defienden la supremacía de los blancos. El Klan alabó sin tapujos al candidato republicano y sus planes para marginar o expulsar a inmigrantes de origen musulmán o hispano. David Duke, antiguo dirigente del movimiento y excongresista, sostuvo que la victoria de Trump representaba una «oportunidad real» para que los postulados racistas cobrasen vida de nuevo. El magnate mantuvo durante toda la campaña una posición ambigua con respecto a sus nuevos aliados: trataba de distanciarse de ellos cuando era presionado ante los micrófonos, pero en ningún momento llegó a manifestarse claramente en contra de sus actividades xenófobas.

Consultas en la red

El inesperado triunfo de Trump ha inflado las velas de la extrema derecha estadounidense, entre la que se incluye en un lugar destacado el KKK. Aunque conserva buena parte de los rasgos que le han dado proyección universal, el Klan ha establecido alianzas con otros muchos grupos que conforman ese magma que empieza a aflorar ahora en Washington de la mano de figuras como Steve Bannon, nombrado jefe de estrategia del presidente electo. Bannon se caracteriza por sus coqueteos con el denominado supremacismo blanco, una corriente que trata de armonizar los postulados del Partido Nazi y del KKK con los de la derecha más radical estadounidense. «Trump ha dejado la puerta abierta a las bestias –alerta el defensor de los derechos civiles Mark Potok–. Todos esos grupos tienen ahora la sensación de que pueden decir abiertamente cosas que antes no decían».

El horizonte, en efecto, se ha ensombrecido para los defensores de la igualdad racial. Los signos de inquietud se multiplican. Las adhesiones a los capítulos del KKK, advierten las organizaciones de defensa de los derechos civiles, crecen como la espuma desde la llegada de Trump al poder. Lo mismo han hecho las búsquedas relacionadas con sus siglas en internet: Google desveló la semana pasada que hay una oleada de consultas en la red relacionadas con el Ku Klux Klan. El capítulo de Carolina del Norte de la organización xenófoba ha convocado además un acto el próximo 3 de diciembre en Pelham para festejar la victoria del republicano.

Hay un último indicio que ha hecho saltar las alarmas al otro lado del Atlántico: Alemania ha constatado la presencia de al menos cuatro «grupúsculos» afines al Ku Klux Klan en su territorio. La noticia, confirmada el mes pasado por Berlín, ilustra las crecientes conexiones entre la ultraderecha de ambos continentes. El ‘white power’ (poder blanco) busca su sitio en el nuevo mundo surgido tras la victoria de Donald Trump.

Júbilo en España

El triunfo de Donald Trump ha sido acogido con extraordinario júbilo entre los ultraderechistas españoles. Así lo asegura Esteban Ibarra, presidente del Movimiento contra la Intolerancia, que conoce los entresijos de la extrema derecha que opera en nuestro país. «Son movimientos muy activos en internet y hemos detectado una sensación de euforia muy significativa. Lo han festejado a lo grande y además están convencidos de que se va a abrir un nuevo ciclo para ellos». Ibarra constata que los grupos más radicales están en permanente contacto y que las fronteras no existen para ellos. Recuerda en ese sentido la visita que David Duke (en la foto), excongresista republicano y antiguo dirigente de uno de los capítulos del Ku Klux Klan, realizó a Madrid en 2007. «Vino invitado por Democracia Nacional para presentar un libro de contenido antisemita», evoca el responsable del Movimiento contra la Intolerancia, que juzga «una vergüenza» que un exlíder de un movimiento como el KKK pueda desarollar actividades públicas en España.

El ultraderechismo español no obtiene representación parlamentaria desde los tiempos de la Unión Nacional de Blas Piñar en 1979. Sus repetidos reveses electorales contrastan con los triunfos de sus homólogos en otros países europeos. Cuando se desvanezca su identificación con el franquismo, sostienen los politólogos, «despegará».

 

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