La alt-right abre fuego contra Silicon Valley

, , | 13 septiembre, 2017

Lugares como Gab, 4chan o Reddit son reductos de un movimiento en internet que reclama libertad de expresión y denuncia la corrección política al mismo tiempo que promueve el odio racial o la misoginia
 
MANU GARRIDO. CTXT.-La alt-right, la nueva-nueva extrema derecha que ha resurgido en los últimos años en Estados Unidos, se ha ido vertebrando en torno a su particular idea de la libertad de expresión, del “free speech”. La aplican para atacar a aquellos sitios en internet en los que se les veta, normalmente por incitación al odio. Y, en paralelo, la usan para crear puntos de encuentros en la Red donde los ecos de la alt-right resuenan cada vez con más fuerza.

Andrew Torba es el joven creador de Gab, una red social que cree en “la libertad de expresión, la libertad individual y el libre flujo de información en internet”. Con más de 200.000 usuarios y mensajes limitados a 300 caracteres, Gab ha conseguido llamar la atención del alt-right tecnológico —autodenominado alt-tech—, que ha financiado la red social con más de un millón de dólares. La bandera del “free speech” ondea en cada rincón de Gab; sin embargo, registrarse y navegar por Gab induce a pensar otra cosa. Entre sus publicaciones: mofas constantes hacia la homosexualidad, ínfulas supremacistas y ataques a la población negra e inmigrantes.

La aplicación de Gab fue retirada recientemente por Google de su tienda de aplicaciones para Android al considerar que violaba su política sobre “discurso del odio” en términos de moderación y control sobre los contenidos vertidos en ella. No es el único hito de Andrew Torba. En 2016, el creador de la red social fue expulsadode una incubadora de startups por acoso y amenazas a otros compañeros. Desde la cuenta de Twitter de Gab, Andrew retuitea a Trump, ataca a quienes se muestran contrarios a la red social, e introduce el comodín del “free speech” allá donde puede.

El ejemplo de Andrew es significativo. Lugares como Gab o las comunidades online de 4chan o Reddit se han ido convirtiendo en reductos para la alt-right en internet —en una suerte de filtro burbuja a medida de sus ideales—, un movimiento que no duda en alzarse en favor de la libertad de expresión cada vez que tiene oportunidad, denunciando la corrección política al mismo tiempo que promueve el odio racial o la misoginia. Si ahondamos en algunos de estas plataformas, el resultado es irritante. Pozos de frustración de jóvenes reconvertidos en generadores de verborrea y memes, que ven en corrientes como la multiculturalidad o el feminismo un enemigo común.

El último en sufrir los efectos de la alt-right ha sido Silicon Valley. La meca tecnológica, siempre proclive a la inclusión laboral sin importar origen ni género (puede que con lo del género aún tengan algunos problemillas), no lleva demasiado bien su cruzada con un movimiento que va a degüello contra sus políticas de inmersión. La falta de contundencia e imparcialidad ante ciertas actitudes en redes sociales, sumado a decisiones poco acertadas y a destiempo, van resquebrajando poco a poco la cúpula de buenas intenciones que se había levantado en torno a Silicon Valley.

James Damore es el último caso en volar desde Silicon Valley hasta el mundo terrenal. 26 años. Harvard. El MIT. Finalmente, trabajador en Google. En un arrebato de sinceridad, redacta un manifiesto titulado “La cámara de eco de Google” en el que expone su opinión acerca de cómo Google no está gestionando adecuadamente aspectos relacionados con la inclusión y la diversidad. Un documento de varias páginas en el que habla de las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, de discriminación positiva y de otra serie de ideas orientadas en la misma dirección.

“La distribución de preferencias y habilidades entre hombres y mujeres difiere en parte debido a causas biológicas y estas diferencias pueden explicar por qué no vemos una representación igualitaria en tecnología y liderazgo en cuanto a mujeres”, escribía Damore, dando paso a una serie de comentarios sobre esas diferencias a las que hacía alusión. Por ejemplo, según él, las mujeres “son más abiertas en lo referido a los sentimientos y la estética que en lo relativo a las ideas. Generalmente, las mujeres también tienen un interés más fuerte en las personas que en las cosas”.

Las afirmaciones están apoyadas por diversos estudios que va citando a lo largo de su alegato. “Debemos dejar de asumir que las brechas de género implican sexismo”, comentaba Damore. El problema, a grandes rasgos, es que utilizó estudios sesgados e irrelevantes para apoyar sus argumentos. Argumentos, por otra parte, que venían a poner de relieve ciertas actitudes en Google que, según Damore, promueven la discriminación. Estas prácticas, basadas en “falsas suposiciones generadas por nuestros sesgos, pueden aumentar las tensiones raciales y de género (…) ideología izquierda que puede dañar irremediablemente a Google”.

El documento, destinado a abrir un debate e inducir cambios en el entorno de trabajo de la compañía, se filtró. Días más tarde, Damore era despedido.

Sundar Pichai, el CEO de Google, justificaba el despido de Damore por lanzar “estereotipos de género hirientes en nuestro lugar de trabajo”. Pichai reconocía al mismo tiempo que buena parte del documento era apto para debatir, independientemente de si “la mayor parte de Google no está de acuerdo con él”. El propio Pichai tendría que cancelar más tarde un encuentro destinado a debatir sobre temas de género debido a filtraciones y posibles revelaciones de identidades de los participantes.

Damore, ávido de protagonismo, se hacía con la cuenta de Twitter @Fired4Truth y el dominio firedfortruth.com, ambos referenciales al mantra que ha mantenido desde entonces: “despedido por decir la verdad”. Su búsqueda de unos minutos de fama y gloria convergía con la ruta de la máquina del fango de la alt-right: habían encontrado en Damore un mártir con el que abrirse paso a través de Google y Silicon Valley.

El periodista conservador especializado en política David Brooks publicabaen el The New York Times un artículo en el que pedía a Pichai su dimisión como CEO. La Fox invitaba a Damore a aparecer en directo. Julian Assange, reconocido misógino y fundador de Wikileaks, le ofrecía un trabajo. La alt-right se frotaba las manos. Andrew Torba (Gab) salía en su defensa. Milo Yiannopoulos, uno de los principales exponentes del movimiento, lo entrevistaba para su canal de Youtube. Breitbart, diario de referencia de la alt-right, convertía a Damore en uno de sus temas estrella.

“Fired for truth” es un eslogan que recuerda mucho esa libertad de expresión tan repetida por las facciones de la alt-right. Un alegato sustentado en la desinformación y el puño alzado contra una supuesta corrección, en este caso, del sector tecnológico. El episodio no ha terminado para Google, que tendrá que seguir enfrentándose a una campaña a la que Damore se ha agarrado como a un clavo ardiendo. Mientras, cabe preguntarse (más allá de si el despido fue un movimiento torpe, que probablemente lo fue) si, dentro y fuera de internet, estamos dispuestos a formar parte de una libertad de expresión que arrastra con ella un discurso que tiene muy poco que ver con los valores que representa.

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